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Tribuna
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Experiencia honesta, no estridencia insensata

Pocos habían generado en EE UU tanto reproche como Trump antes de los 100 días de mandato

El año pasado fue políticamente excitante en distintas democracias del globo y parece que este 2017 sigue en la misma dirección. No por la alteración de las normas, que de momento se mantienen y han posibilitado consultas cruciales, sino por la estridencia verbal generada, los cambios producidos y el resultado incierto que acarrearán en el futuro.

España, sin ir más lejos, estuvo 315 días con un presidente en funciones. No batió el triste récord de la compleja Bélgica, que estuvo 541 días, entre 2010 y 2011. Entonces, varios belgas se preguntaban irónicamente para qué servía un Gobierno si el país era capaz de seguir funcionando tanto tiempo de tal modo. De hecho, los servicios básicos, allí como aquí, se mantuvieron con respeto a la ley. En ninguno de ambos casos se trata de repúblicas bananeras donde un trance en la cúspide introduce al país en el caos. Existe un Estado de derecho que si bien rige en todo momento, su necesidad se revela todavía más perentoria en situaciones de provisionalidad como las acontecidas. No se valora lo suficiente en Europa porque se da por descontado, pero no siempre ocurre así en el ancho mundo.

Las instituciones frecuentemente garantizan lo esencial, sin excluir varias y deseables reformas. No obstante, quienes a veces fallan son los que están al frente de ellas o tienen responsabilidades públicas. Ya sea de manera escandalosa por la corrupción, o de forma menos evidente, pero incisiva, cuando la exageración rayana a la mentira, o el tono elevado que preside algunos debates, merman la buena gobernanza. El partidismo inherente a todo sistema democrático corre el riesgo de pervertirse cuando se vuelve maximalista y excluyente. Entonces hace difícil la cohesión social a largo plazo, aunque se ganen referendos a corto.

Da la impresión de que la arena política internacional báscula entre la insensibilidad y la chulería; la frialdad y la demagogia; la crispación y el frentismo. Luego no es de extrañar la desafección por la política. Los excesos dialécticos, o cuando no, el oscurecimiento de la verdad o la utilización de las emociones negativas para obtener rédito electoralista, cotizan al alza. Prometer quimeras o buscar un chivo expiatorio para todos los males cuesta poco, es una táctica muy antigua que sigue hechizando en tiempos de crisis y enardece los ánimos de los votantes. Cabe recordar el panem et circenses del antiguo Imperio Romano, hoy en día convertido en espectáculo político incruento, aunque a veces bochornoso y, lo que es peor, doloroso por la tensión y efectos colaterales indeseados que se pasan por alto.

"El partidismo corre el riesgo de pervertirse cuando se vuelve maximalista y excluyente"

Por ejemplo, a raíz del referéndum sobre el brexit o del triunfo de Donald Trump, muchos se despertaron el día después aturdidos por un resultado que pocos lograron predecir. Ambas campañas han traído como secuela la división en sus respectivos territorios que los nuevos gestores deben recomponer. Ardua tarea, cuando se ha desacreditado por completo al adversario. Los gobernantes se sumergen en un crudo baño de realidad al asumir sus funciones, no durante el período electoral. Luego se dan cuenta de que el ardor guerrero mostrado en campaña para arañar unos cuantos votos indecisos topa con la naturaleza efectiva de las enmarañadas situaciones sociales, económicas y, en definitiva, humanas, a resolver. Estas requieren de más tacto para deshacer entuertos, por utilizar una expresión quijotesca.

Verbigracia: la altivez impetuosa de Trump choca incluso en su propio feudo donde pocos predecesores habían generado tanto reproche antes de completar los primeros 100 días de mandato. O bien, las dificultades británicas para tramitar el controvertido divorcio con la Unión Europea no han hecho más que empezar.

Estableciendo una pequeña comparación con el mundo empresarial, resaltemos que en un número creciente de procesos de selección de candidatos para determinados puestos, la preparación junto con la honestidad, la empatía y la humildad se valoran. También debería ser así para quien dirige en democracia una nación o aspira a hacerlo, acercándole más a las necesidades reales de la ciudadanía a quien se debe. No tanto a pasiones vacuas o a fórmulas simplistas que pueden suponer pan para hoy y hambre para mañana.

No está de más recordarlo en un año de elecciones decisivas en varios Estados europeos, empezando pronto por Francia.

Alfons Calderón. Departamento de Estrategia y Dirección General de Esade Business and Law School

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