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Tribuna
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Cláusula suelo, lecciones de irresponsabilidad

¿Por qué juristas y prácticos del derecho callaron frente a las dudas y las erróneas interpretaciones que se venían haciendo?

¿Seguridad jurídica?, ¿protección y tutela del consumidor? Dos fieles de una balanza desigual y donde leemos estos días interpretaciones diversas. Unas apelando a aquella seguridad, otras haciendo mayor énfasis en la tutela del consumidor. También se apela al varapalo para las entidades financieras y los socios que pierden valor de sus inversiones. Ahora bien, cuando estas cláusulas estaban en todo su apogeo, el beneficio fue el que fue y para quienes fue. Podemos hacernos muchas preguntas y tratar de responder interrogantes. Huyamos de las simplificaciones gratuitas, también de hacer demagogia utópica.

Prácticas que no eran ni fueron nunca transparentes, y no solo las cláusulas en cuestión, también otros productos financieros, las preferentes. Opacidad e imposición. Firmas en barbecho o en incomprensión total del condicionado. Permisividad y control ex post, judicial. Y mientras, la burbuja engorda ante la complicidad silente de todos. Mas, ¿es exigible una responsabilidad al Estado ante la pasividad el mirar hacia otro lado permitiendo hacer amparados en el ancla irreductible de la libertad de pactos y una autonomía de la voluntad aparentemente no lesionada, pero tergiversada?

Cláusulas suelo, techo, abusivas, desproporcionadas, faltas de equidad, con una redacción tan abigarrada, técnica y oscura que no eran comprensibles. Letra pequeña, condicionados y pólizas farragosas que empañaban su conocimiento, comprensión, de un cabal discernimiento de las obligaciones y deberes del consumidor. Vieja y cansina canción. Falta de concreción, claridad, sencillez, la médula misma para la validez de redacción e incorporación de las cláusulas a un contrato, en suma, de la transparencia. Se firmaron cientos de miles. Y este país, con escasa ética y no mucha mayor seguridad jurídica prefirió seguir poniendo vendas y parches. Luego vienen los rescates ante la falta de prudencia, diligencia, gestión eficiente. Rescates multimillonarios, esquemas de protección, cláusulas de responsabilidad patrimonial para rescatar radiales, y una cantinela sublime, el ciudadano, el pagano de este capitalismo sin alma.

¿Por qué juristas y prácticos del derecho callaron o pocos escribieron frente a las dudas, las ambigüedades, las oscuridades y las erróneas interpretaciones que se venían haciendo? Ahora Bruselas, antes el Supremo, no deja resquicio para la duda ni su retroactividad. Y las entidades financieras, sabedoras de vivir y situarse en el ojo de un huracán de incomprensión y hastío por la ciudadanía, se aprestaron a retirarlas incluso retroactivamente de sus contratos. El daño queda hecho, ya no solo todo aquella cuantía que de más o en base a esas limitaciones contractuales, impuestas unilateralmente por la entidad y nunca negociadas, pues apenas hay margen, si es que hay realmente alguno, han tenido que abonar miles de ciudadanos. Nos referimos al daño que la erosión de confianza, inmunidad casi total, ha hecho y hace en el crédito y las entidades. Demasiada ingeniería financiera y creatividad jurídica más allá de los textos legales, a veces, anacrónicos y poco eficaces o con lagunas, acaba generando por el dinamismo de la práctica, un derecho vivo distinto al anclado en los textos legales e introduciendo figuras e instituciones a veces importadas que acaban marcando la contractualidad y el iter legislativo venidero.

Siempre el ciudadano, el convidado de piedra, en medio, con su actitud entre pasiva e indolente, y con poco margen de actuación. O lo tomas o lo dejas, epítome de una manera de contratar que ha arrasado con todo. La contratación en masa a base de contratos de adhesión llenos de condiciones y estipulaciones impuestas, prerredactadas unilateralmente. Debemos y tenemos que cambiar. Recuperar la bilateralidad, la confianza y el verdadero y libre consentimiento contractual al negociar y perfeccionar un contrato. De nada sirve estipular por ley requisitos de incorporación y validez de las cláusulas si luego la práctica camina por derroteros divergentes. De nada sirven requisitos de interpretación y reglas hermenéuticas si no todo llega a los tribunales. Porque lo que llega a veces lo hace tarde. Algo está cambiando. Se llama sensibilización, se llama drama y tragedia ante esta crisis, se llama dignidad, también jurídica, ética y profesional. Desterremos el abuso, aislemos la imposición que rompe el sinalagma contractual de un modo tanto genético como funcional. Busquemos la concreción. Reflexionemos, todos, bancos y clientes, ciudadanos y políticos, legisladores y prácticos del derecho. Criticar ex post es fácil.

"El daño queda hecho: la erosión de confianza, inmunidad casi total, en el crédito y las entidades"

Abel Veiga es profesor de Derecho de Comillas Icade.

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