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Tribuna
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Un futuro para Cuba

57 años después del golpe de Castro, el futuro de Cuba sigue siendo incierto

Para poder entender la situación actual en Cuba conviene retroceder, al menos, hasta 1898. En esa fecha, Estados Unidos era ya la primera potencia económica mundial y contaban con una nutrida flota de buques de guerra que, a las órdenes de un Gobierno federal con crecientes poderes frente al Congreso, debía ser el eficaz instrumento de ampliación colonial para unas élites con evidentes deseos de expansión territorial.

Cuba fue unos de sus primeros objetivos imperiales junto con Puerto Rico, Guam o Filipinas, y la base militar que todavía ostenta Estados Unidos en la bahía de Guantánamo proviene de aquella incursión en la entonces provincia española. Pero el protectorado estadounidense en la isla se vino abajo cuando Fidel Castro se rebeló en 1959 contra el despotismo corrupto de la dictadura de Batista, amparada por Estados Unidos. Y lo que en principio parecía un heterodoxo intento de reconducción democrática, pronto devino en tiranía colectivista. El Partido Comunista de Cuba tomó las riendas de una economía sin propiedad privada y de una sociedad intervenida y sin resquicio para el ejercicio de las libertades más básicas.

Castro priorizó el comercio con la Unión Soviética y a su vez gravó todas las importaciones desde Estados Unidos. Los activos norteamericanos también fueron expropiados, por lo que Washington no tardó en reaccionar vetando la mayor parte del comercio existente con la isla, primero, y ampliando la medida a un embargo económico total, después. En 1961, Kennedy autorizó una operación encubierta de la CIA para intentar derrocar a Castro mediante el desembarco de tropas de cubanos exiliados en Bahía de Cochinos. Todo ello afianzó aún más el antiamericanismo en Cuba y propició un creciente victimismo, que fue aprovechado por Castro con habilidad para legitimarse.

El apoyo decidido de la URSS resultaba entonces imprescindible para mantener una economía agonizante. La ayuda soviética se amplió al ámbito de la seguridad en 1962 con un despliegue de misiles en la isla que, una vez detectado por Washington, situó al mundo al borde de la guerra nuclear.

Con la idea de lograr un cambio político en Cuba, Estados Unidos intensificó su política de aislamiento económico. En 1996, la ley Helms-Burton extendió la aplicación del embargo a compañías extranjeras que quisieran comerciar con Cuba. Pero en 2009, dada la ausencia de resultados tangibles en favor de los cubanos y su situación política tras 50 años de aplicación de la estrategia de aislamiento, Barack Obama comenzó su mandato suspendiendo la aplicación de restricciones a la prestación de algunos servicios y al tráfico de personas entre Cuba y Estados Unidos. Y tras año y medio de conversaciones alentadas por el papa Francisco, Obama y Raúl Castro anunciaron en 2014 el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos Estados. Pero a pesar de que es unánime el clamor internacional para que el Congreso estadounidense suspenda definitivamente el todavía amplio embargo económico sobre Cuba, no es previsible que esto ocurra en el corto plazo debido a la influencia de los exiliados cubanos en un estado de gran relevancia política: Florida.

Mientras tanto, Cuba ha iniciado desde 2010 un muy lento abandono de la aplicación de los principios económicos estatalistas, en favor de una creciente presencia de la iniciativa privada en el mercado. Y es que a pesar de los éxitos puntuales alcanzados en áreas como la educación o la sanidad, Cuba adolece de un PIB per cápita de 6.700 dólares, combinado con problemas más propios de las economías desarrolladas, tales como el envejecimiento de la población o un sector industrial pequeño.

La esperanza reside en que Díaz-Canel, o la persona que sustituya a Raúl Castro en 2018, inicie una transformación política y económica de suficiente calado en Cuba que permita a sus ciudadanos desarrollarse en plena libertad. Para que eso ocurra no es imprescindible el previo restablecimiento de las relaciones económicas con Estados Unidos, pero es algo que podría ayudar. No parece difícil que Donald Trump favorezca la medida, a pesar del giro reciente de sus declaraciones al respecto. Su grupo empresarial ya examinó en su día el potencial de las inversiones en la isla y es consciente del beneficio mutuo que podría implicar esa política. En cambio, el sí del Congreso estadounidense, a pesar de la presión mundial, se antoja mucho más complicado si Cuba no cambia previamente. 57 años después del golpe de Castro, el futuro de Cuba sigue siendo incierto.

Manuel López-Linares es Doctor en Economía y Relaciones Internacionalesy autor de ‘Pax Americana’

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