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Tribuna
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Creencias y decisiones financieras

Cuando estamos en un escenario de subidas de mercado, la mente humana no es consciente del riesgo

Una creencia es una idea que asumimos como verdadera y que expresamos de manera afirmativa, ya que damos por auténtico el conocimiento y la experiencia que tenemos acerca de una situación concreta.

Existen distintos tipos de creencias: las internas, que son las propias de nuestros pensamientos y experiencias; y las externas, que son las creencias colectivas, que tenemos inculcadas por la cultura a la que pertenecemos y por nuestro entorno familiar y social. Unas las expresamos exclusivamente con personas a las que les damos una autoridad o con las que tenemos afinidad, mientras que otras las defendemos ante cualquier persona y en cualquier entorno. Todas las creencias conforman nuestra toma de decisiones y, al igual que tenemos creencias que nos afectan de forma positiva, tenemos otras que nos limitan a la hora de alcanzar nuestros objetivos y que nos impiden plantearnos nuevos retos. En definitiva, vivimos en base a nuestras creencias.

Mirarnos a nosotros mismos y conocer las profundidades de nuestro interior para comprender de dónde surgen nuestras verdaderas creencias es una labor complicada. Tendríamos que ser capaces de mirarnos desde fuera, desde estado cero. Desde ese estado cero, podríamos aumentar nuestra capacidad para conocernos y nos ayudaría a resolver problemas, a potenciar nuestra competencia a la hora de descubrir oportunidades y, sobre todo, aprenderíamos a desarrollar herramientas y técnicas que nos ayuden a transcender los límites que nuestra mente nos impone.

Cuando las emociones como el miedo o la desesperanza se apoderan de nosotros, nuestro cerebro se queda secuestrado y nuestra inteligencia se queda ausente, y en esos momentos podemos sentir que se hace irresoluble nuestro problema. Sin embargo, la mayor parte de los problemas no residen en su dificultad, sino en nuestra sensación de pequeñez en el momento de hacerlos frente.

"Cada persona tiene que conocer si invierte para preservar su capital o con un objetivo de crecimiento y revalorización"

Una de las herramientas más potentes es la pregunta. Una buena pregunta nos invita a mirar hacia una dirección determinada, que en ocasiones queremos evitar, o no somos capaces de enfrentarnos a ella. A veces un gran silencio tras una pregunta es clave para que la respuesta fluya.

Einstein decía que “la clave no es encontrar la respuesta a viejas preguntas, sino hacernos nuevas preguntas que nunca antes hayamos formulado”.

Si vinculamos todo lo comentado anteriormente, nuestros pensamientos, nuestras preguntas y nuestras creencias con nuestras decisiones financieras obtendremos conclusiones muy interesantes. Por ejemplo, hay personas que sienten miedo al invertir en acciones ante la posibilidad de perder dinero, mientras que otras lo consideran una excelente vía de ahorro a largo plazo, con una estabilidad de ingresos por el pago de dividendo.

En el mundo de la inversión y el ahorro hay muchas maneras de invertir, y cada persona tiene que conocer si invierte para preservar su capital, en cuyo caso el nivel de tolerancia al riesgo y su nivel de aceptación a posibles pérdidas patrimoniales es muy bajo. Si por el contrario invierte en activos con un objetivo de crecimiento y revalorización, hay que asumir un mayor riesgo y tener la capacidad de reaccionar ante un resultado positivo o un resultado negativo y ser capaz de tomar una decisión consciente y analizada.

Dicho esto, el resultado no tiene la misma implicación en nuestra mente ni en nuestras emociones: perder un 5% o ganar un 5% es radicalmente distinto, porque siendo el mismo porcentaje, sentimos con mayor intensidad el dolor de la pérdida que el placer de la ganancia. Cuando estamos en un escenario de subidas de mercado, la mente humana no es consciente del riesgo, debido a que la satisfacción que nos produce la ganancia nos hace sentirnos más seguros y reafirmar la decisión de nuestra inversión.

Sin embargo, cuando perdemos dinero, se manifiesta la emoción del miedo, la ira o el enfado, y estas emociones nos impulsan a tomar decisiones precipitadas y poco sensatas, porque no son decisiones meditadas, sino automáticas de defensa, y como diría Daniel Kanheman (premio Nobel de Economía), “estaríamos tomando decisiones con nuestro sistema 1 del cerebro, el sistema automático; mientras que el sistema 2 se pondría en funcionamiento a la hora de tomar la decisión de invertir a largo plazo, ya que necesitamos utilizar la parte lógica del cerebro, la que requiere esfuerzo, calma y concentración para tomar decisiones”.

Si el inversor no es un profesional, invertir es una labor difícil de hacer en solitario, por lo que, como experta, considero que se obtienen mejores resultados con un especialista al lado que nos guíe en el camino hacia el interior de nosotros mismos. Por eso, en muchas ocasiones utilizo herramientas de coaching y psicología financiera para identificar las creencias de nuestros clientes, para mejorar las creencias limitantes y apoyar sus decisiones en sus creencias de poder. De esta manera, las inversiones están completamente integradas con sus objetivos, sus miedos y sus ambiciones.

Ana Fernández Sánchez de la Morena, EAF-Consejo General de Economistas. Socia fundadora de AFS Finance Advisors

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