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Entrevista

Bilbao: "La fruta que se tome en el embarazo afecta al cerebro del hijo"

"La inteligencia emocional no se cuida como se debería. Sin afecto es muy difícil aprender"

Juan Lázaro

"El cerebro de un niño no es un órgano puramente racional, sino que tiene un componente emocional y química muy fuerte”, dice el neuropsicólogo, psicoterapeuta y divulgador Álvaro Bilbao. Todo eso afecta al proceso de aprendizaje, y por eso es imprescindible, opina, que haya un mayor encuentro entre las neurociencias y la escuela. De eso trató la conferencia que impartió dentro del ciclo La educación que queremos, organizada por la Fundación Botín. Bilbao se doctoró en Psicología de la Salud en Deusto después de formarse como neuropsicólogo en el Hospital Johns Hopkins (Baltimore, EE UU) y en el Royal Hospital for Neurodisability de Londres. También ha colaborado con la Organización Mundial de la Salud y publicado cinco libros

¿Qué puede aprender la enseñanza de las neurociencias?

Muchas cosas. Ahora mismo estamos estudiando tres tipos de paradigmas de aprendizaje desarrollados en base a lo que descubrimos del funcionamiento del cerebro. Uno de ellos sería el efecto generación: sabemos que se aprende mejor lo que se hace que lo que se ve o escucha, pese a que el sistema educativo gira alrededor de la explicación. El segundo paradigma es el efecto espaciado: si aprendemos dos cosas con un descanso entremedias, se recuerdan mucho mejor que si se tratan de memorizar de seguido. El tercero sería el efecto evaluación: es más efectivo que el alumno se pare a comprobar su propio avance en una cuestión concreta que empollar y soltarlo luego en un examen.

¿Esos tres paradigmas funcionan en todo el mundo?

Sí. También hay que saber que el cerebro aprende por dos importantes vías: la emoción, que motiva al alumno, y las neuronas espejo, que favorecen el aprendizaje a través de la imitación. No tiene el mismo efecto que los niños nos vean en casa estresados o mirando el móvil a que nos encuentren relajados o con un libro. El estrés es hoy el primer trastorno de salud entre la población infantil: el 31% de los adolescentes lo tiene, mientras que la obesidad infantil, que preocupa mucho más, afecta al 24%.

Todo lo que ha mencionado hasta ahora no está demasiado integrado en el sistema educativo.

Es cierto. Me encuentro a muchos profesores que me dicen que quieren apostar por modelos distintos, pero que se ven constreñidos por un programa que deben cumplir y evaluar. También tienen clases muy amplias, lo que entorpece la aplicación de algunos de estos conceptos. Pero el interés por estas cuestiones es altísimo.

Se dice que los niños son como esponjas, especialmente para los idiomas. ¿Qué hay de verdad y de mito en ello?

El niño es una esponja para absorber información, como por ejemplo vocabulario, pero sobre todo vive una época de descubrimientos: debe aprender a través de sus manos y de la conversación con la madre y el padre. El desarrollo de las funciones cognitivas está pensado para activarse con las relaciones sociales. Por eso una conversación en la que hay interacción es más instructiva que el manejo de cualquier dispositivo inventado hasta el momento. También es una época muy importante para el desarrollo emocional.

Apostar por la experimentación es lo que proponen, por ejemplo, las escuelas Waldorf y Montessori.

Y eso que empezaron hace cien años. Cuanto más sabemos del cerebro, más volvemos a esos valores. Aunque hay cosas que también se malinterpretan: aprender a través de proyectos está bien, pero también es importante que los niños estén sentados en un pupitre. Tanto en los Montessori como en las escuelas convencionales hay normas, la diferencia es que en el primer caso son consensuadas con los niños.

¿Es cierto que el desarrollo emocional puede afectar al tamaño del cerebro?

Hay una sustancia, la dopamina, que se segrega cuando el niño descubre algo o le dicen que lo ha hecho muy bien. Esa sustancia hace que se multipliquen las conexiones neuronales. El peso de miles y miles de esas conexiones hace que aumente el tamaño de algunas partes del cerebro. También pasa con las personas que han estudiado más, que saben música o que han viajado mucho. Sin afecto es muy difícil aprender.

¿Cree que se atiende lo suficiente la inteligencia emocional?

Cada vez se tiene más interés por ella, pero todavía no forma parte del currículum. Es difícil de desarrollar, y requiere de la colaboración de los padres. Por ejemplo, ahora se habla mucho del acoso escolar, pero los profesores apenas tratan el tema con los alumnos. ¿Acaso saber que el niño va al colegio tranquilo es menos importante que ver si se saben las capitales europeas?

¿Se puede entrenar la inteligencia?

Sí. Sabemos que el 70% es genética, pero otro 30% es variable. Y parte de esa proporción depende y mucho de los compañeros de curso, más que de los padres o de los profesores. Sabemos también que cuanto más años se dedican al estudio o a viajar, más aumenta el cociente intelectual y más preparado se está para resolver problemas. La clave es que los niños, adolescentes o adultos se rodeen de gente que sepan más que ellos, ya sean hermanos, padres o profesores.

¿Qué descubrimientos recientes de las neurociencias le han llamado más la atención?

Por ejemplo, sabemos desde hace poco que la polución a la que está expuesta la madre durante el embarazo afecta al desarrollo de la inteligencia del niño hasta los siete primeros años de vida. Y que la contaminación a la que se exponga ese niño durante la infancia afectará a su desarrollo posterior. También sabemos que la cantidad de pescado y de frutas que consume la madre durante el embarazo son los dos aspectos que más afectarán a la inteligencia de su hijo cuando tenga cinco años. La cantidad de estrés que sufra también tiene incidencia. No puede ser alto, pero tampoco cero: se debe mover para favorecer una correcta oxigenación del feto.

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Sobre la firma

Manuel G. Pascual
Es redactor de la sección de Tecnología. Sigue la actualidad de las grandes tecnológicas y las repercusiones de la era digital en la privacidad de los ciudadanos. Antes de incorporarse a EL PAÍS trabajó en Cinco Días y Retina.

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