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Tribuna
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Es tiempo de reflexionar

Una mujer vota en  las elecciones
Una mujer vota en las eleccionesACN

Un ganador, tres perdedores. Inesperado, sí, pero es la realidad con su lección más clara. La indefinición se paga; la volatilidad de los posicionamientos tiene un coste; la soberbia y la arrogancia no casan bien con el sentir mayoritario de los españoles. Nunca como hasta ahora el voto útil y reflexivo ha tenido tanto protagonismo. El desahogo, el desencanto, el cansancio se produjo el 20 de diciembre. Unos cuantos cientos de miles de votos han vuelto al partido que siempre les ha representado. Ni autocrítica ni regeneración; pragmatismo, seguridad, moderación y conservar el poder. Es claro que el bipartidismo no está muerto. Sí debilitado. Son tiempos de recomposición del sistema, de nuevas etapas y plasmaciones ideológicas que han de asentarse o diluirse definitivamente. La demoscopia falla; también lo que los españoles dicen o contestan.

El espacio con el PP es menor de lo que Rivera creía. Y los que ven en él a un nuevo Suárez yerran

Incontestable el triunfo de Mariano Rajoy, contra viento y marea. El rostro de júbilo, pero de cierta incredulidad, en el balcón de Génova refleja la tensión y la sorpresa del momento. Un total de 700.000 votos recuperados y 14 escaños que tras la debacle de diciembre insuflan nuevas posibilidades y rompen ciertos bloqueos. Esta ha sido una campaña muy personal y táctica de Rajoy. En juego, una docena de escaños que se podían recuperar por escaso margen. Lo consiguieron. El presidente ha reclamado su derecho a gobernar. Lo tiene. Que lo consiga o no es otra cuestión, así como el camino para lograrlo: una gran coalición o un pacto de abstención que permita la investidura, pero que dificultaría mucho la gobernabilidad. Ceder el paso no cabe con este resultado en la mente y personalidad de Rajoy. Supo leer la situación cuando algunos en su propia casa popular le insinuaban que era más estorbo o problema que solución. Polarizó el mapa electoral, subliminalmente –o moderación o radicalidad y extremismo– ignorando completamente al socialismo y atacando con dureza a Ciudadanos para recuperar voto verdaderamente útil para ellos. El castigo ha sido duro, lo sigue siendo respecto a 2011, y la pérdida de votantes, pero es un profundo alivio para estos tiempos de inconsistencia en el resto de partidos y opciones.

Y los tres perdedores: Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera. Y de paso el nacionalismo, que pierde miles de votos, sobre todo el de centroderecha, pero también otros clásicos de izquierda, como el BNG. Pedro Sánchez encabeza por segunda vez el peor resultado histórico del socialismo. Se deja miles de votos y cinco escaños en seis meses. Pero la agonía hubiera sido haber sido sobrepasado por los podemitas. Solo esto y nada más, salvo el descalabro de Susana Díaz, le permite sobrevivir, pero también comprender que los españoles le han situado en la oposición, no en el camino hacia La Moncloa. Es urgente que los socialistas abran un profundo tiempo de reflexión y renovación, desde la ideología y las formas, mensajes y acciones, hasta las personas.

Sin embargo, lo dos grandes derrotados de la noche son Iglesias y Rivera. Los emergentes, que ya no lo son tanto. Los que enarbolaron una bandera demasiado angosta, cambio y regeneración, respectivamente. Pero los españoles no quieren de momento ni lo uno ni lo otro.

Está claro que el bipartidismo no está muerto, pero sí ha quedado debilitado

Pablo Iglesias sufre en carne propia la arrogancia, la soberbia, los errores de profunda incongruencia ideológica, el maquiavelismo trasnochado, el modo autoritario y autocrático de ejercer internamente su liderazgo, la vampirización de sus adláteres, la utilización de cualquier discurso cambiante, el insulto y la provocación, el tacticismo frío y calculador. Muchos se han desilusionado con lo visto en estos seis meses y no le perdonan su obstinación y bloqueo a la investidura de Sánchez. Otros, en su alianza con Izquierda Unida, la degradación de esta y de sus hombres en las listas.

Y Albert Rivera paga la indefinición, la retórica grandilocuente, pero vacua, la arrogancia de vetar a Rajoy, la volatilidad de un electorado que le pasa factura a lo hecho con los socialistas y que vuelve a quienes votó siempre, la ambivalencia posicional y personal, el relegamiento y ostracismo hacia algunas comunidades autónomas.

A la política se viene llorado. Tiene tiempo, pero el espacio con el Partido Popular es menor del que él creía. Y quienes ven en él un nuevo Adolfo Suárez se equivocan. Solo hubo uno, al que también defenestraron todos y abandonaron y luego quisieron y, de facto, lograron homenajear. Muchos tienen aún cosas que aprender. Hora de responsabilidad y reflexión. De formar Gobierno. De intentarlo y permitirlo. El veredicto de las urnas es el que es. No lo torzamos.

Las lecciones han sido claras. Evidentes. Nadie debería ignorarlas. Los ciudadanos han devuelto un bumerán con algo más de claridad.

Abel Veiga Copo es Profesor de Derecho Mercantil en Icade

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