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Polémica por la reforma laboral

Las recetas de Bruselas hacen estallar a Francia

Imagen de las protestas a las afueras de la refinería de Total en Donges, oeste de Francia
Imagen de las protestas a las afueras de la refinería de Total en Donges, oeste de FranciaAFP

"El último objetivo de la troika es París”, señalaba en 2015 el entonces ministro griego de Finanzas, Yanis Varoufakis, tras su desigual batalla con el FMI, el BCE y la Comisión Europea. La profecía de Varoufakis está lejos de cumplirse, porque la troika no tiene visos de desembarcar en Francia. Pero sus recetas para liberalizar el mercado laboral y acabar con el poder de negociación de los sindicatos sí que han llegado hasta el Hexágono y han provocado el estallido social en un país que, hasta ahora, había observado de reojo las dificultades económicas del resto de la zona euro.

El viernes se cumplió el noveno día de movilizaciones contra el proyecto de reforma laboral del Gobierno de François Hollande, una batalla sindical que amenaza con paralizar el país y sabotear la próxima Eurocopa de fútbol en Francia, que arranca el 10 de junio en el estadioSaint Denis de París.

En las últimas horas, las protestas han remitido ligeramente y ha mejorado la distribución de combustible en todo el país. Pero 741 de las 2.200 gasolineras de la petrolera francesa Total llegaron al fin de semana con los tanques vacíos y las autoridades recomendaron a las compañías aéreas que reposten keroxeno fuera del país. El líder del principal sindicato contestatario, la CGT, advirtió, además, que se redoblará el combate si el Elíseo no se sienta a negociar.

Tanto Hollande como su primer ministro, Manuel Valls, insistieron en que el margen de negociación es escaso. Pero no descartaron retoques a la parte más polémica de la reforma, que es la destinada a suprimir la prevalencia de los convenios colectivos sectoriales sobre los acuerdos a nivel de empresa.

La CE reclama desde hace años a París que adopte esa medida. Y esta misma semana, en su último informe sobre Francia, el FMI señaló a “los convenios colectivos en más de 700 sectores” como uno de los factores que impiden al mercado laboral francés adaptarse “a la evolución de la economía mundial”. Se trata de la misma receta que la troika impuso a los países rescatados como Grecia y que Bruselas exigió a Bélgica o España.

A regañadientes

Francia solo había aplicado esa relajación de manera parcial. El Gobierno de Sarkozy la introdujo con salvedades en 2004. Y Hollande la amplió en 2013. Pero Bruselas lamenta que, desde hace tres años, solo se han firmado 10 convenios a nivel de empresa que afectan a menos de 2.000 trabajadores en total.

Valls intentó zanjar la situación con un decretazo que da prioridad absoluta a los convenios de empresa. Y que, en caso de incremento de la demanda, permite a cada compañía pactar la ampliación del horario laboral, de 10 a 12 horas por jornada; y de 44 a 46 horas por semana, mientras el suplemento mínimo por hora extra pasará a ser del 10% en lugar del 25%. El cambio ha desatado la ira de los sindicatos, que acusan al Gobierno socialista de plegarse a los dictados liberales de los organismos internacionales.

Fuentes europeas aseguran que esas medidas “no responden al capricho de Bruselas, sino a la necesidad de mejorar la competitividad”. De 1996 a 2008, según datos del Tesoro francés, los costes salariales en Francia crecieron el doble de rápido que en Alemania, su principal competidor.

Tras la llegada del euro, Berlín aplicó drásticas reformas para rebajar sus costes y entre 1999 y 2011, según el Tesoro, el 80% de los puestos de trabajo creados en Francia fueron a tiempo completo, mientras que la totalidad de los creados en Alemana lo hicieron a tiempo parcial. Un precio que Francia se resiste a pagar.

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