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Tribuna
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Somos más pobres

Son las huellas, también las secuelas, de una gran cicatriz. La de la recesión y la crisis que nos zaherido y golpeado inmisericorde. Pero son huellas que no se quieren ver. Tampoco reflejar. Realidades que se esconden conscientemente. Que deliberadamente se prefiere ni ver ni oír. España es hoy un país más pobre. Pero no en sí el país, pues en el fondo son cifras macro y micro, sus gentes. Los ciudadanos, que es lo verdaderamente importante y único en un país. Lo de verdad. Lo otro son las circunstancias y las variables de un momento. Mejor o peor, como su gestión, la pública y la privada, ambas notoriamente mejorables. Siempre hay margen y recorrido.

Las cifras son las que son. Como las estadísticas. Pero sin duda interesan más las que reflejan crecimiento y PIB, como tampoco interesan la deuda y déficit. ¿Qué decir del desempleo? ¿De la precariedad? ¿De la calidad del empleo real? La realidad no se disfraza por mucho maquillaje y demagogia estéril que los políticos y los partidos, según sople el viento, gusten en prodigar. Algo menos de la tercera parte de la población española vive en riesgo de exclusión social. No hace falta añadir nada más. Silencio. Pensémoslo siquiera un momento. Un 28,6%. Dramático. Polvorín social mitigado por la red de la familia. De lo contrario el drama sería trágico, incluso tragedia. Pero nos gusta ver los indicadores económicos. No los humanos. Los de las personas. Los índices de crecimiento, los industriales, las cifras que se utilizan y se manejan entre lo político y lo mediático. El resto no vende. A nadie interesa. La encuesta de condiciones de vida elaborada por el INE así lo atestigua, con casi un 22%, cifra que aumenta hasta el 28,6% si tenemos en cuenta el indicador Arope, que además de los ingresos mide la carencia material y la intensidad del empleo. Ahora que cada cual utilice, interprete y explique sus impresiones según el sol y el viento que le convenga.

El riesgo de pobreza y de exclusión social es la herida, profunda y desgarradora que existe, que permanece y que hay que mitigar. La edad, la formación, la brecha norte y sur, las carencias materiales en el día a día, la estructura de la familia, son variables que arrojan un veredicto conciso y claro, amén de contundente. ¿Cuánta pobreza hay en nuestro país y en cuánto se ha visto incrementada como consecuencia de esta lacerante crisis? No nos cansamos de leer y escuchar cifras y datos. Umbrales de pobreza, incluso pobreza infantil. Los Gobiernos dicen que la combaten. Pero, ¿se ataca de raíz los verdaderos problemas, causas y presupuestos de la pobreza? Somos conscientes de que la brecha y la exclusión social, las desigualdades en suma, son cada vez más manifiestas, aviesas y que están causando un daño tremendo en los hogares, las familias y la sociedad misma con riesgo de una desestructuración mayor. Secuelas que asumen y asumirán las generaciones venideras. Hogares con toda su unidad familiar en desempleo. Alarmante la secuela que supondrá en niños.

El camino recorrido en las últimas tres décadas se ha visto superado por el embate de esta crisis. El crecimiento y desarrollo humano han sido golpeados por el desempleo, la caída del consumo, la capacidad de ahorro, la mengua del Estado de bienestar, el estancamiento, cuando no pérdida, de salarios, las pensiones más bajas y un largo etcétera. Rentas caídas, consumo retraído, ahorro diluido, desempleo crónico, han sembrado las bases de una mayor brecha que debemos combatir y erradicar. Las desigualdades y los desequilibrios afloran. Cada vez hay más pobres. Los medios apenas se han hecho eco; pero, ¿y la clase política?

Los informes que Cáritas emite son desoladores. Los datos estadísticos que los institutos públicos elaboran y publican son igual de desalentadores. La realidad es angosta. Poblaciones envejecidas, situaciones de dependencia que no son atendidas por los servicios públicos, pensiones precarias, sueldos cada vez más bajos, desempleo azotador a familias enteras, natalidad en clara fase regresiva, ¿cómo sino iba a golpear la pobreza cuando el escenario es óptimo?

Inhumanas pero de rostro humano, cifras de umbrales de la pobreza. La antesala misma de la necesidad y la indigencia. Esta es la radiografía de un país que se tuvo por rico y miró –y a veces se empeña en querer seguir mirando– hacia otro lado. Es el lado dramático que no queremos ver y nos aflige. Nuestro fracaso.

Es hora de tomar conciencia, pero también una contundente y clara línea de acción. Sociedad y Gobiernos, responsables públicos y privados, gestores y organizaciones benéficas. Es el fracaso de una sociedad entera de lo contrario. No cabe mirar hacia otro lado, el insoportable lado de la indiferencia. Siempre se ha hecho así, porque combatir la pobreza no da réditos electorales.

Abel Veiga es profesor de Derecho Mercantil en Icade.

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