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Entrevista

Diana París: “El inconsciente aloja traumas de nuestros mayores”

La psicóloga, autora de 'Secretos familiares', analiza el peso de los antepasados en la formación de la identidad

Juan Lázaro

Diana París nació en Buenos Aires hace 58 años. Docente y psicoanalista, en los últimos años se ha especializado en psicología transgeneracional, cuyo funcionamiento y virtudes desarrolla en su libro Secretos familiares (Del Nuevo Extremo).

¿Hasta qué punto afectan los actos de nuestros antepasados a nuestra personalidad?

La psicogenealogía entiende que, aunque creemos tener las riendas de nuestra vida, en realidad en el inconsciente se aloja mucho de lo vivido, deseado, padecido e inacabado por nuestros mayores. Y aunque eso no fue puesto en palabras, se hereda, igual que el color de ojos o del cabello. Freud decía que los sujetos son como un iceberg: la parte consciente es solo la visible, mientras que el 90% restante es el inconsciente. Nosotros añadimos que parte de esa masa desconocida tiene que ver con el inconsciente del clan.

¿Las repercusiones psicológicas de determinados sucesos se transmiten entonces como el ADN?

El ADN no termina de explicar cantidad de cosas. La epigenética nos dice que mucho de lo que somos viene del ADN, pero otro tanto tiene que ver con el contexto, que acaba de construir el sujeto que somos. Dos hermanos que se críen, eduquen y vivan en contextos diferentes serán dos sujetos que no tendrán nada que ver, pese a sus lazos sanguíneos. La epigenética sostiene que, aunque tengas abuelo y padre alcohólicos, tú puedes decidir ser abstemio.

Lo callado, lo no dicho en una generación, se hace innombrable en la siguiente y estalla en la tercera"

¿Pero no dice que los antecedentes familiares de esos dos hermanos les harían parecerse entre ellos?

No es lo mismo pertenecer a la misma familia que tener la misma psicogenealogía. Esta última busca entender qué expectativas se pusieron en uno en el momento de su nacimiento, lo que nos dieron y pidieron al nacer, a quién se trata de honrar con el nombre que se recibió. Si uno nació luego de que la madre perdiera un bebé, en ese caso cargará con ese hermano muerto, silenciado.

Qué pesa más en nuestra forma de ser, ¿las acciones de nuestros padres o las de los abuelos?

Depende. Si mis abuelos pusieron en mis padres expectativas que no pudieron cumplir, esa patata caliente la van a arrojar a la generación que sigue. Lo callado, lo no dicho en una generación, se hace innombrable en la siguiente y estalla en la tercera.

¿Cómo se lleva a cabo un análisis psicogenealógico?

Lo primero es que el paciente explique el conflicto que quiere trabajar. Entonces le pido una cantidad de datos que tienen que ver con fechas de nacimiento y de muerte de varios familiares. Le digo también que me hable de sus hermanos, de si su familia ha vivido en el exilio o han tenido que soportar hambrunas o persecuciones, situaciones comunes en países que, como el suyo y el mío, han sufrido dictaduras. Así se va armando un genosociograma, es decir, un árbol genealógico comentado.

Juan Lázaro

Cuesta creer que con esa información se pueda llegar a alguna conclusión...

Le sorprendería ver cómo, solo remontándonos a los abuelos, saltan elementos que nos permitirían explicar, por ejemplo, por qué el paciente no puede terminar una carrera universitaria. Quizá sucedió que una de sus abuelas estaba a punto de concluir un deseo muy anhelado, como obtener una casa con huerta, pero al momento de conseguirlo murió un hijo. Eso queda inscrito en el padre, que se lo pasará al paciente. Su inconsciente puede decirle que, si acaba lo que está haciendo, sufrirá una pérdida dolorosa. Siente el peso de ese duelo inacabado.

Pero los pacientes no siempre sabrán de los traumas o problemas que tuvieron sus antepasados, ¿verdad?

No, pero con la información que me dan logramos sacarlo. ¡Qué curioso, tu abuela que logró una casa con huerta tuvo dos hijos, pasaron diez años y luego dos hijos más. ¿Qué pasó entremedias? ¿Queda algún primo que pueda saberlo? Así averiguamos.

¿Estamos condenados a que nuestros hijos paguen por nuestros traumas?

Para que la herencia sea lo menos tóxica posible hay que tratar de evitar guardar los secretos que narran algún episodio doloroso. Entre maquillar la verdad y airearla, por dolorosa que sea, es mejor lo segundo.

Menciona en el libro que un paciente que odiaba el olor a gas descubrió que sus bisabuelos estuvieron en un campo de exterminio. ¿Cómo es eso posible sin haber siquiera conocido a esos familiares?

En ese caso, esa información se silenció para pasar página. La bisabuela de este paciente vio y olió las chimeneas. El olfato es el sentido más primitivo que tenemos. Esta mujer se casa, sigue su vida. Pero ese dolor ha sido registrado a fuego. Y sus hijos y nietos heredan la huella que dejó ese olor. Es puro instinto.

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Sobre la firma

Manuel G. Pascual
Es redactor de la sección de Tecnología. Sigue la actualidad de las grandes tecnológicas y las repercusiones de la era digital en la privacidad de los ciudadanos. Antes de incorporarse a EL PAÍS trabajó en Cinco Días y Retina.

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