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Extra Compromiso empresarial

Un mundo con buenas compañías

Inequidad, envejecimiento, precariedad, riesgos geopolíticos... El compromiso de las empresas ayuda a resolver los grandes conflictos.

Algunos retos a los que se enfrentan las organizaciones empresariales internacionales: el reparto desigual de la renta, la pobreza o el maltusiano crecimiento previsto para la humanidad o los desequilibrios de género.
Algunos retos a los que se enfrentan las organizaciones empresariales internacionales: el reparto desigual de la renta, la pobreza o el maltusiano crecimiento previsto para la humanidad o los desequilibrios de género.iStock
Miguel Ángel García Vega

Las medidas a medias simplemente retrasan el desastre inevitable”. En su encíclica Laudato si (Alabado seas), el papa Francisco toma la voz y las palabras para exigir una revolución cultural dentro de un sistema económico “estructuralmente perverso” en el que los ricos explotan a los pobres. Una suerte de gris destino que convierte a la Tierra en un “inmenso montón de porquería”.

La confrontación con un tiempo en el que las grandes compañías –asume el texto– podrían hacer más para resolver los principales problemas del planeta. Pero ¿es así? Cualquier organización siempre puede ir más allá en el compromiso con su época y su realidad.

Sin embargo, las empresas están siendo vitales para responder a la inequidad, el aumento de la población, el envejecimiento, la precariedad o las tensiones geopolíticas. Algunas de las mayores incertidumbres que propone hoy vivir.

“Tenemos una distribución muy desigual del capital humano por el excesivo fracaso escolar. Además, la alta tasa de paro explica el 80% de la desigualdad”, analiza Rafael Doménech, de BBVA

Uno de esos desasosiegos es la desigualdad. Ya sea por renta, riqueza o patrimonio, la fractura entre los más ricos y los más pobres crece sin cesar. Un trabajo de Oxfam Intermón de enero pasado detalla que el 1% más rico de la población mundial posee más riqueza que el 99% restante de los seres humanos del planeta.

Pese a todo, sobre esta grieta se han vivido mejoras. La pobreza extrema en el mundo desarrollado ha caído del 51% que se contabilizaba en 1981 al 17% de 2011. Se alivia la tensión sobre los más desfavorecidos.

Y se reivindica el papel de las empresas, y de su tamaño. Porque si se quiere mejorar ese espacio que los economistas denominan la base de la pirámide –compuesta por 4.000 millones de personas con bajos ingresos, o sea, dos tercios de la humanidad– hace falta escala.

“Necesitamos compañías que influyan en cientos de miles o millones de personas para lograr esparcir la prosperidad y la igualdad a través del mundo”, observa Ted London, vicepresidente del William Davidson Institute (WDI), perteneciente a la Universidad de Michigan (Estados Unidos). Hay mercado, hay estrategia, pero el objetivo resulta resbaladizo.

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“El papel de las empresas no es preocuparse de la desigualdad, sino hacer dinero y tener contentos a sus accionistas”. Desde luego, la frase de Branko Milanovic no hace rehenes.

El intelectual más influyente del mundo en la denuncia del injusto reparto de la riqueza reclama otra mirada. “Si de verdad queremos enfrentar seriamente la inequidad, necesitamos recurrir al Gobierno”, ahonda Milanovic. “Esto no solo significa fiscalidad. Supone igualdad de oportunidades para optar a una buena educación y normas nuevas dirigidas a desconcentrar la propiedad de los activos; o sea, más, por decirlo así, capitalismo popular en manos de los trabajadores”.

Por elevación, todo esto debería derivar en empresas que conecten el progreso social y el económico. “Organizaciones que no tratan de ser buenas, sino que simplemente desarrollan habilidades para ser parte de la solución en vez del problema”, indica José Luis Blasco, socio responsable de gobierno, riesgo y cumplimiento de KPMG.

Contra la exclusión

A la espera de la llegada de ese tiempo, tal vez haya que regresar a lo próximo, aunque sea pequeño, y plantear ahí la pelea de la empresa frente a la desigualdad y la injusticia. Unilever, por ejemplo, quiere crear 400 puestos de trabajo para jóvenes españoles en riesgo de exclusión social. El proyecto forma a los chicos en la venta de helados a través de dispositivos móviles.

“La idea tiene ambición mundial y el objetivo es crear 100.000 empleos hasta 2020”, avanza Ana Palencia, directora de responsabilidad social corporativa de la multinacional. Una lectura del mundo que comparte con Mutua Madrileña.

La aseguradora respalda varios programas de acción social dirigidos a reducir desequilibrios y ayudar a colectivos desfavorecidos. La contestación a un mundo que quiere imponer el trágala de que la nueva normalidad es crecimiento económico a cambio de menos puestos de trabajo.

Envejecimiento de la población.
Envejecimiento de la población.iStock

Sin embargo, en el caso español, lo urgente para evitar un destino oscuro es resolver los problemas subyacentes que llevan al estancamiento y la inequidad. “Tenemos una distribución muy desigual del capital humano, sobre todo por el excesivo fracaso escolar. Además, la elevada tasa de desempleo explica casi un 80% de las variaciones en la desigualdad”, analiza Rafael Doménech, economista jefe de economías desarrolladas de BBVA Research.

“En definitiva, los factores que están detrás de una distribución de la renta más desfavorable en España son los mismos que explican nuestro atraso relativo frente a sociedades más avanzadas”. Situados en este espacio precario, es lógico que “las empresas que actúan de forma responsable ayuden a mitigar la inequidad”, resume Antonio Argandoña, profesor del IESE.

Hará falta mucha de esa árnica porque tendencias planetarias inexorables como el aumento de la población, el envejecimiento o la urbanización exigirán respuestas de las compañías. Unos 10.000 millones de almas habitarán la tierra en 2050, el número de personas mayores de 60 años en los países desarrollados superará a los menores de 25 años y 41 megaciudades albergarán en 2030 el 9% de la población. Más gente y más envejecida supone también que la producción de alimentos debería aumentar un 70% hasta 2050.

En este horizonte en duermevela, las empresas tienen mucho que decir. En Alemania, el café Culinary Misfits prepara comidas usando verduras deformes, y los supermercados franceses Intermarché han lanzado una campaña para promocionar productos “feos” con descuentos del 30%.

La inevitable respuesta a que 1.300 millones de toneladas de alimentos se desperdician al año en el planeta. En Estados Unidos –narra Gertjan van der Geer, gestor del fondo Pictet Agriculture–, la firma The Daily Table utiliza alimentos con la fecha de consumo preferente vencida para elaborar comidas sanas a precios bajos. Son, sin duda, casos pequeños pero que anticipan empeños mayores. Pues ya “hay compañías que encuentran soluciones inteligentes para cosechar, mejorar el rendimiento agrícola o reutilizar los residuos alimentarios”, enumera Gertjan van der Geer.

Tensiones poblacionales

Getty Image

Propuestas que surgen tras el maltusiano crecimiento de la población de la Tierra. Porque la cohabitación de esos 10.000 millones de vidas tensionará casi todo. En ese desafío, las empresas pueden aportar mucho cuidando de los más frágiles.

El acceso de las mujeres en los países más fértiles a sistemas de contracepción y planificación familiar puede ser decisivo. El think tank Copenhagen Consensus Center estima que un plan de este tipo a escala mundial costaría 3.300 millones de dólares (2.920 millones de euros) al año y sería un hito.

“Empoderar así a la mujer supondría 150.000 muertes maternales menos y que 600.000 niños dejaran de llegar por esta vía a los orfanatos”, reflexiona Bjørn Lomborg, ambientalista danés que dirige ese laboratorio de ideas.

Pero en un mundo contradictorio también sucede lo contario. Occidente y China (consecuencia de la política del hijo único) pierden habitantes cada año, y esto impactará en el espacio económico y social.

Longevidad y servicios

A la búsqueda de un equilibrio imposible, nos hacemos más viejos. En 2050 habrá más de 2.000 millones de personas por encima de los 60 años. Y la longevidad es un territorio franco para las soluciones de empresas farmacéuticas, compañías de seguros y de consumo. “Si pensamos en las corporaciones y los Gobiernos, es una oportunidad única para encontrar nuevas formas de vivir y trabajar”, sostiene la Coalición Global sobre Envejecimiento. Sin embargo, aún falta entender la profundidad del fenómeno.

“Las grandes empresas que más en serio se toman el desafío de envejecer son las anglosajonas, donde el baby-boom se produjo años antes que en España”, describe Francisco Abad, director de la consultora aBest Innovación Social. Y en una sociedad más longeva y sin niños, los nuevos empresarios (emprendedores) serán la llave en la cerradura del tiempo.

“Ellos son los que harán progresar el bienestar de todos”, apunta Abad, “pues sus propuestas innovadoras consiguen bajar los costes de productos básicos y servicios. Así lograremos mejorar nuestra vida en una sociedad en la que predominarán quienes vivan con una pensión pública decreciente”.

Getty Image

Y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir estará también definida por una generación de jóvenes que piensan, compran y viven de una forma única en la historia. Los millennials (nacidos entre 1980 y 2004) son un acertijo que las empresas están obligadas a descifrar. Les va en ello la cuenta de resultados. Porque tienen un poder de compra que solo en Estados Unidos suma 200.000 millones de dólares (175.000 millones de euros) al año y, en una carambola con el pasado, heredarán de sus padres y abuelos 300.000 millones en las próximas tres décadas.

¿Cómo conectar con ellos? A fin de cuentas es la generación que más tarde entra en la edad adulta o más retrasa decisiones vitales como la compra de casa y el matrimonio. Unos chicos que duermen con el móvil y sienten un profundo desinterés por la política y la religión. La mejor forma de hablar con ellos es a través de la tecnología.

“Usan los dispositivos móviles para encontrar sitios cercanos o navegar para tener acceso instantáneo a intercambios, clasificaciones y valoraciones”, desgrana Jason Dorsey, investigador en The Center for Generational Kinetics, consultora de EE UU especializada en esta generación.

Los millennials son un reflejo de su tiempo, una época que tiene también como seña de identidad la inestabilidad geopolítica. Y en un mundo con una geometría quebradiza, las empresas pueden contribuir a limar aristas entre naciones. “Pero para eso tienen que estar al tanto de cuáles son los riesgos y analizar aquellos que más les afecten”, aconseja Cristina Manzano, directora de esglobal, una web especializada en política exterior. Es la única manera de encontrar el equilibrio, porque todo está ligado con todo.

“La combinación de enormes diferencias en las tasas de crecimiento de la población, esperanza de vida y bienestar –junto con los conflictos geopolíticos– genera presiones migratorias que no deben ni se pueden detener, pero que hay que gestionar bien para asegurar la integración económica y social”, describe Doménech. Y remata: “La crisis de los refugiados en Europa es solo un ejemplo de lo que puede estar por llegar”. Esperemos que, gracias a las empresas, sea un mundo mejor.

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ONG involucradas con la fragilidad

En la película El tercer hombre, Holly Martins (interpretado por Joseph Cotten) y Harry Lime (Orson Welles) se citan en lo alto de una noria. La atracción gira sobre la Viena de 1947, que desde hace dos años se reparten los vencedores de la II Guerra Mundial.

—Mira ahí abajo —reta Lime a Martins—, ¿sentirías compasión por algunos de esos puntitos negros si dejaran de moverse?

Esa es la insensible perspectiva del mundo que las ONG quieren eliminar. Por eso su aportación resulta esencial a la hora de resolver los grandes desafíos de nuestro tiempo. “Asociarse a estas organizaciones significa delimitar la influencia del Estado y los mercados, aumentar la implicación de la sociedad civil y potenciar la democracia”, resume la politóloga Kattya Cascante.

Esos tres verbos en infinitivo esconden un compromiso. Estas instituciones son un guardián frente a los abusos de la élite política y económica. Un antídoto contra la inequidad. Aunque nadie se lo ponga fácil.

España ha eludido de manera sistemática sus compromisos internacionales (destinar el 0,7% de su renta nacional bruta) en materia de ayuda oficial al desarrollo. Además, los fondos públicos dirigidos a las ONG han caído desde los 400 millones de euros de 2008 a unos 250 millones actuales.

Pese a tantos palos en las ruedas, estos organismos cumplen con su labor. “Vigilan a los Gobiernos, denuncian sus incumplimientos y advierten de las violaciones de los derechos humanos”, desgrana Cascante. Es una contribución profunda. De hecho, “su papel en el alivio del sufrimiento es imprescindible”, observa Gonzalo Fanjul, director de análisis del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal).

En este frente, el trabajo con los más desfavorecidos del planeta, por ejemplo en África, de Oxfam Intermón oMédicos sin Fronteras es un esperanzador recordatorio de las mejores virtudes del ser humano. Porque lo importante es dar batalla, ya sea social o financiera. Por eso la organización Attac plantea desde hace años fijar una tasa a los grandes movimientos de capitales. Desafíos profundos al borde de un planeta nuevo.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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