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Cooperantes

Los ejecutivos se remangan

Los empleados de las grandes compañías participan con su trabajo en programas solidarios.

Alberto Juárez, de Ericsson, trabajando en Nepal.
Alberto Juárez, de Ericsson, trabajando en Nepal.

Guerras, terremotos, epidemias. Refugiados, excluidos, marginados. No hay situación que les intimide ni persona en riesgo a la que nieguen su tiempo y ayuda. Son los rostros de la cooperación. Los nombres y apellidos de los programas de responsabilidad social de las empresas. Comprometidos y con el gen de la solidaridad.

Sobre arenas movedizas

Los números y las leyes les separan profesionalmente, pero su espíritu solidario y el arroz les unió en “una experiencia inolvidable”. Son Blanca Alvargonzález (finanzas) e Ignacio Yusty (legal), de Kellogg’s, que se trasladaron del despacho a los arrozales del delta del Ebro.

“Nos calzamos las botas de agua y la ropa de faena y nos embarramos”, recuerda divertido. “Una sensación rarísima”, tercia Blanca, “parece que estás en medio de arenas movedizas”. Las que amenazaban con destruir el delta, y no por la calidad del fango, sino por la falta de herramientas para mejorar la sostenibilidad de las explotaciones.

El programa Origins nace “para ayudar a los agricultores”, explican los cooperantes. “Te das cuenta de que con las herramientas necesarias se mueven como pez en el agua en un trabajo muy, muy duro”, enfatiza Blanca, y “tú te sientes torpe, torpe”, matiza Ignacio. “Hemos ayudado a instalar cosas que ni siquiera sabíamos antes”.

Blanca Alvargonzález e Ignacio Yusty, en el delta del Ebro.
Blanca Alvargonzález e Ignacio Yusty, en el delta del Ebro.

Más de 200 cajas nido para murciélagos, importantes predadores que reducen el uso de pesticidas. También se han plantado 35.000 lirios amarillos, cuyas raíces impiden la invasión de cangrejos. ¿Lo mejor? “Aprender, haber participado y darte cuenta de qué y quién hay detrás de cada producto”, coinciden.

Teléfono rojo volamos a…

De las crisis del ébola en Ghana y Senegal al terremoto de Nepal. Alberto Juárez puede acudir a cualquier parte del planeta en situación de emergencia. Su primera vez fue en Afganistán.

Solo su barba podría ocultar la clara vocación de ayuda a los demás de este ingeniero de Ericsson que concibe su trabajo como una forma de tender puentes, los de las telecomunicaciones, en situaciones críticas.

“Te das cuenta de que algo que tú sabes hacer realmente ayuda”. A poner en contacto a familias angustiadas porque creían haber perdido a un ser querido en una catástrofe como la de Nepal o enviar por e-mail los datos de un paciente con ébola.

Alberto forma parte de Ericsson Response, una iniciativa para restablecer las comunicaciones en zonas devastadas de la mano de Naciones Unidas. Dice que todas las misiones son difíciles, pero “las condiciones de trabajo en Nepal eran especialmente duras con réplicas sísmicas cinco o seis veces diarias”.

A veces “te toca dormir a la intemperie, comer comida deshidratada o trabajar de sol a sol, pero lo que más te afecta es ver las condiciones en las que se encuentra la gente, prácticamente sin nada”. Lo más gratificante “es la solidaridad, lo mucho que la gente ayuda por poco que tenga”.

Una de las formas de llevarlo es “ver que con tu trabajo resuelves pequeñas grandes cosas”. Pasados los momentos críticos, “ayudas también a construir casas, montar tiendas de campaña, lo que haga falta”.

Cambiar el mundo

Un viaje como cooperante a Molo (Kenia) cambió la trayectoria de Luis Miguel Olivas: “La acción social es mi pasión”. Un entusiasmo que le acercó a las iniciativas de voluntariado de Telefónica, donde trabajaba como ingeniero y hoy es gerente del área de empleabilidad de Fundación Telefónica.

Sobre el terreno, asumen riesgos para llevar la comunicación a zonas devastadas o dedican su tiempo a ayudar a jóvenes desfavorecidos

Desde allí se considera uno más de los 1.000 empleados que participan en su tiempo libre en proyectos como Think Big. “Damos la oportunidad a jóvenes de 15 a 26 años de convertir su idea en un proyecto que beneficie a su entorno o comunidad a través de formación, la ayuda de un mentor y financiación” hasta 3.000 euros.

“Es emocionante cómo cada mentor pone al servicio de estos chicos su saber, sus contactos, para que los proyectos de emprendimiento sean un modelo de sostenibilidad y aprendizaje para ellos”. Ideas que muchas pertenecen “a chicos sin recursos, muy vulnerables.

Cada proyecto es como un hijo y para mí no es un trabajo, es un estilo de vida”. Olivas admite que “requiere mucha implicación personal. Es alucinante cómo se avanza en cada proyecto, cómo las ideas consiguen inversores, los chicos se autoemplean”.

En los zapatos del otro

“La idea de participar en una actividad de voluntariado siempre me había rondado la cabeza, pero, unas veces por falta de tiempo y otras por desconocimiento, no lograba ponerla en práctica”, confiesa Mauricio Domínguez-Adame.

Empleados de Heineken, entre ellos Mauricio Domínguez-Adame, en un taller culinario para personas en riesgo de exclusión.
Empleados de Heineken, entre ellos Mauricio Domínguez-Adame, en un taller culinario para personas en riesgo de exclusión.

El programa Conmuchogusto de Heineken España “me brindó esa oportunidad”. Un curso de cocina con personas en riesgo de exclusión. “Una experiencia conmovedora en la que empatizas mucho con los participantes” y que también aporta en el ámbito profesional, “porque sales de tu zona de confort”, explica el hoy director de RSC de la cervecera.

Sirve para “ponerte en contacto con una realidad con la que no vives día a día, pero está ahí, te obliga a ponerte en los zapatos del otro”.

El donativo no basta

El interés por los jóvenes, el coaching y su implicación en causas solidarias eran terreno abonado para que José Luis Ramos, director financiero de Coca-Cola Iberia, fuera miembro activo de los programas de voluntariado. Trabajar “con chicos en riesgo de exclusión social era una inquietud personal”.

El programa GIRA, centrado en la formación y capacitación de jóvenes en situaciones desfavorables, le dio la oportunidad de trabajar en su tiempo libre “con estos chicos que tienen una falta de confianza brutal, muchos provienen de familias desestructuradas y han sufrido violencia o maltrato. No tienen ningún estímulo”.

La labor del programa es “motivarles, ayudarles y darles las herramientas necesarias para sacar el talento que llevan dentro”. Una labor de tres meses. Claro que “hay fracaso o casos de abandono”, pero el 27% de los chicos del programa acaban con trabajo y el 73% aceptan formación.

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