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El Foco
Tribuna
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Tomarse la estabilidad financiera en serio

Los organismos reguladores y supervisores del sistema financiero (bancos centrales, supervisores como SEC o CNMV, etc.) tienen como uno de sus principales objetivos garantizar la estabilidad del mismo. La búsqueda de estabilidad se explica por el papel esencial que el sistema financiero juega en la canalización del ahorro en nuestras sociedades y por su importancia como herramienta auxiliar de la economía real, sin la cual esta ve seriamente limitada su actividad.

Pese a la importancia aparente que se da a este objetivo, la realidad de las últimas décadas nos muestra que las prioridades han sido otras, o que, como mínimo, los supervisores han fracasado con excesiva frecuencia en la búsqueda de la estabilidad financiera. La crisis que se alarga desde 2007 nos ha dado numerosas muestras de ello, tanto en España como en la comunidad internacional.

Afortunadamente, los cambios normativos internacionales, dirigidos hacia el mayor control de las entidades sistémicas, apuntan a una mejora en una de las debilidades tradicionales del sistema financiero. Sin embargo, hay un aspecto extremadamente relevante para la estabilidad financiera a largo plazo que ha permanecido en el olvido hasta hace relativamente poco: el impacto del cambio climático. Las evidencias científicas nos muestran desde hace décadas los efectos tremendamente negativos para el planeta (y consecuentemente, para nosotros como especie y como individuos) del modelo de crecimiento que hemos decidido seguir. De hecho, existe un marco global de colaboración en la lucha contra el cambio climático desde la cumbre de Río de 1992, aunque los pasos dados hayan sido excesivamente tímidos hasta hace poco. Sin embargo, pese a la gravedad del problema desde hace décadas, los reguladores financieros han sido hasta muy recientemente ajenos a esta cuestión.

De un modo similar a su inacción mientras numerosas cajas de ahorros eran dirigidas por animadores socioculturales, mientras los esquemas de incentivos en la alta dirección eran aberrantes o mientras se generaba una gigantesca burbuja inmobiliaria con un crédito excesivamente fácil, los reguladores financieros no han prestado atención al impacto que tiene el sistema financiero que deben controlar.

La razón de esta negligencia la explicó perfectamente el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, el año pasado: los directivos de las empresas financieras tienen un horizonte en el muy corto plazo (los beneficios del próximo trimestre o del próximo año), los políticos piensan en el corto plazo (ciclo electoral) y el banco central (u otros supervisores), como máximo, piensa en el medio plazo para la estabilidad financiera (el ciclo de vida de los créditos). Por ello, no se consideran adecuadamente los descomunales costes para las generaciones futuras, o incluso para nosotros mismos dentro de 20 años, asociados a nuestro comportamiento (Carney). Esta es la tragedia en el horizonte: cómo el sector financiero ignora la presión y la urgencia por un desarrollo sostenible (Jeucken). Dado que las consecuencias de las decisiones actuales se verán en el largo plazo, los supervisores financieros no consideran dentro de su cometido colaborar en el combate contra el cambio climático.

Sin embargo, uno de los mayores peligros para la estabilidad del sistema financiero en el largo plazo es indudablemente que se materialicen los efectos del cambio climático: por ejemplo, un incremento de los eventos climáticos extremos tendrá un coste elevado para las compañías de seguros, y hará más difícil la devolución de préstamos. Además, la emigración climática, la redistribución de especies (incluyendo las de uso alimentario), la subida del nivel del mar, etc., tendrán impactos enormes en nuestra economía y sociedad. El sistema financiero se verá, de una manera o de otra, seriamente afectado por ello.

Podríamos pensar que poco puede hacer el regulador financiero en este ámbito. Nada más lejos de la realidad: las finanzas son una herramienta indispensable para los demás sectores económicos. Así, si no obtuvieran financiación, las industrias extractivas más contaminantes contaminarían mucho menos. El regulador puede, entre otras medidas, imponer mayores costes de capital a las entidades financieras que financien actividades contaminantes, y reducirlos para las que financien actividades limpias o con bajo consumo energético.

En un vibrante discurso en Londres el pasado otoño, el Mark Carney ya abogó por controlar los riesgos para la estabilidad financiera ligados al calentamiento global y el cambio climático. En su posición de responsable del Consejo de Estabilidad Financiera, se ha propuesto mejorar la información que las entidades financieras proporcionan sobre su percepción de riesgos ligados al cambio climático. En enero, los miembros del comité de acción encargado de esta cuestión han sido nombrados, y se prevé que presentarán un plan de acción a finales de 2016.

En el medio plazo, los bancos centrales y otros supervisores financieros deberán reconfigurar cómo afrontan su misión de garantizar la estabilidad financiera. Para ello, deberán desarrollar esquemas de incentivos que premien las actividades financieras que respeten el medio ambiente, reduzcan la huella ecológica y combatan el calentamiento global, penalizando hasta lograr su desaparición las actividades que nos están empujando hacia la tragedia. Este cambio, para tener éxito, deberá ir ligado a la regeneración ética del sector.

En 2015, con pocos meses de diferencia, el Papa y el gobernador del Banco de Inglaterra dieron profundos discursos sobre el cambio climático y sobre el papel central de las finanzas en el escaso avance en la lucha contra este cambio. Como quedó de manifiesto en la cumbre de París de finales de 2015, este ámbito será determinante para nuestro futuro como individuos y como especie. Si queremos aspirar a un cierto éxito (aunque sea moderado) ante este reto, necesitaremos importantes cambios en el sector financiero. Los bancos centrales y los supervisores financieros tendrán un papel determinante en situar al sector financiero como una herramienta para que la economía real se ajuste a nuestro planeta (de recursos limitados y al límite de su capacidad), y logremos así una transición rápida, y lo menos traumática posible, a una economía de bajo consumo de carbono. El liderazgo de Mark Carney en el Consejo de Estabilidad Financiera puede servir para acelerar la asunción de esta responsabilidad por parte de los supervisores.

Mikel Larreina es profesor de finanzas de Deusto Business School

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