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La compañía irrita a los acreedores con sus retrasos

Abengoa ‘marea’ a la banca con un plan que llega tarde

Sede de Abengoa en Sevilla.
Sede de Abengoa en Sevilla. Reuters

Los alrededor de 50.000 pequeños accionistas de Abengoa tienen el corazón en un puño desde el verano del año pasado. La empresa valía entonces cerca de 3.000 millones, era uno de los busques insignias del Ibex y la mayor parte de los analistas recomendaba comprar sus títulos. Era el mundo ideal de una empresa ideal. Pero la crisis se gestaba desde hace años con culpables en todos los frentes: la propia dirección, los bancos, una pléyade de asesores y también el BOE.

“Era el mejor cliente posible para un banco de inversión. Siempre estaban abiertos a todo tipo de instrumentos, los más pioneros y los más exóticos", explican fuentes conocedoras de las tripas de Abengoa. Y es que el balance es más similar al de un banco que a una empresa de ingeniería. Justo al contrario que Técnicas Reunidas, que siempre ha tenido caja, la multinacional pilotada desde 1991 por Felipe Benjumea fue huyendo hacia adelante en una carrera endiablada de endeudamiento.

Los dardos gubernamentales a su negocio se produjeron con la reforma eléctrica que arrancó en el verano de 2013. La empresa asegura que redujo el valor de sus plantas termosolares en unos 1.500 millones. Pero esto, aun siendo cierto, no es una excusa que explique por qué saltó todo por los aires, y más teniendo en cuenta que poco más del 10% de la facturación del grupo procede de España. Por el trance de la reducción de las primas a las renovables pasaron además otras muchas empresas, como Acciona, Iberdrola, Endesa, Red Eléctrica e incluso ACS. Todas han superado el bache sin solicitar preconcurso de acreedores.

La división de bionergía ha sido otro gran cáncer del balance de la compañía, con una rentabilidad ínfima, provocada por una caída en picado del precio del bioetanol y del petróleo. El pasivo asociado a esta área, tasada en el balance en 2.500 millones de euros y por la que Abengoa espera lograr al menos un 40% de esa valoración en una futura, supera los 3.000 millones, un tercio de la deuda corporativa. Solo conseguía transformar en beneficio bruto de explotación (ebitda) 2 de cada 100 euros facturados en este segmento. Un desastre.

A esta maraña de negocios dudosamente rentables se sumó la obtención de liquidez de la mano del debut en el Nasdaq de Abengoa Yield en junio de 2014. La matriz vendió entonces el 36% a 29 dólares por acción y se embolsó unos 800 millones de euros. La filial se convirtió en una fórmula para vender rápidamente activos y un fondo de emergencia del que Abengoa podía sacar efectivo de forma rápida, con el que garantizar emisiones de bonos y poner de garantía de préstamos ante las entidades financieras.

Pero solo unos meses después del exitoso estreno de Yield (rebautizada hace unas semanas como Atlántica para no sufrir el oprobio de su matriz), estalló la crisis de la deuda de Abengoa. En noviembre de 2014, saltaron todas las alarmas. Los inversores cayeron en la cuenta de que la fórmula con la que computaba los créditos no era transparente. Había más de 2.000 millones que estaban asignados como deuda de proyectos, pero que en realidad dependían de la matriz. El golpe fue devastador y la confianza de los inversores quedó aniquilada; los prestamistas no podían confiar en las cuentas de la compañía.

Al timón estaba Manuel Sánchez Ortega como consejero delegado, que fue capaz de minimizar los daños en Bolsa. Pero mientras daba explicaciones y trataba de aplacar las dudas y reparos del mercado, la cúpula de la ingeniería comenzó a tomar conciencia de la realidad y llegó a solicitar la colaboración de asesores externos para dar luz a algunas de las sombras que se erigían entonces sobre la compañía por si acaso alguna de las piezas del cada vez más oxidado engranaje de financiación se rompía en algún momento. El grupo ya por entonces era incapaz de generar flujo de caja positivo, debido a unos ingentes gastos financieros que se comían todo el beneficio de explotación (ebit). Y así sigue, por supuesto. Entre enero y septiembre del año pasado sumaron 540 millones, frente a un ebit de 529.

Pero nunca se llegó a alaborar un plan serio de reestructuración financiera cuando se debía haber realizado, hace ya más de un año, y que ahora no acabar de materializar. Lazard y Álvarez & Marsal han escrito un plan industrial y existe un boceto de la estructura financiera de la nueva compañía. Pero los acreedores que negocian con José Domínguez Abascal, que preside la empresa desde su solicitud de preconcurso, quieren datos concretos. El tiempo se agota y los retrasos ya han sido reiterados.

Lo cierto es que Abengoa, como ella misma confirmó a la CNMV, a 25 de enero no disponía de ningún plan financiero. A los bancos del G7 –Santander, CaixaBank, Bankia, Popular, Sabadell, HSBC y Crédit Agricole– se les agota la paciencia, y también a los bonistas liderados por Houlihan Lokey. Y de un acuerdo entre la banca y los fondos oportunistas depende que la empresa logre la liquidez de emergencia para sobrevivir hasta finales de marzo. El pasado martes, Domínguez Abascal se comprometió a tener lista una hoja de ruta sobre la estructura de la nueva empresa. Pero todos los implicados tendrán que esprintar para llegar a tiempo con un acuerdo que debe ser ratificado por al menos dueños de tres quintas partes del pasivo. El tiempo se antoja corto y las noches muy largas.

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