_
_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Iowa: examen a Clinton, Trump, Sanders y Cruz

Es un tópico afirmar que los caucus de Iowa –en el contexto de las elecciones presidenciales norteamericanas– tienen un valor simbólico. Hasta 2016, los motivos para otorgar importancia a Iowa eran los mismos: allí se celebran las primeras elecciones de ambos partidos para elegir candidato; es, por tanto, la primera prueba del algodón para saber qué candidatos tienen posibilidades de continuar la carrera electoral (ganar en Iowa no significa ganar la presidencia, como sí le sucedió a Jimmy Carter en 1976); los candidatos de ambos partidos que consigan los mejores puestos recibirán más financiación de quienes les apoyan y es posible que los resultados pudieran influir en el sentido del voto de otros estados. Sin embargo, Iowa es un estado de solo tres millones de habitantes, rural, casi uniformemente blanco, de clase media y media-baja, que no representa sociodemográficamente la diversidad de Estados Unidos.

A esto hay que añadir un factor esencial (y novedoso) en las elecciones de 2016, que se pondrá a prueba por vez primera en Iowa: la aparición de candidatos que no son políticos profesionales y que, para sorpresa de muchos, tanto encabezan las encuestas como atraen las mayores multitudes en sus mítines electorales. Hace escasamente un año, cuando los candidatos empezaron a darse a conocer, el consenso en la opinión pública y en la publicada era que dos políticos de rancio abolengo y apellidos universalmente conocidos protagonizarían la batalla final por la presidencia. De nuevo se hablaba de la “inevitabilidad de la victoria” de Hillary Clinton (como se dijo en 2008) y, también, de Jeff Bush, hijo y hermano de presidente. El 1 de febrero de 2016 ese esquema se ha venido abajo.

En el bando demócrata, Hillary no está sola. Se enfrenta a Bernie Sanders, senador por Vermont, quien, a pesar de ser un hombre mayor, atrae a miles de jóvenes a sus discursos. Se autodefine como un socialista demócrata –para que no le confundan con los socialistas chinos o coreanos– y toda su campaña se basa en acabar con las desigualdades sociales de las que tanto hablan los premios nobel de economía Stiglitz y Krugman, entre otros, además de Piketty. La estimación de voto que le otorgan las encuestas en Iowa (muy poco fiables debido al sistema de votación mediante caucus) es del 44%, frente al 47,3% de Hillary: en agosto de 2015, Hillary adelantaba a Sanders por 20 puntos.

Clinton es conocida por el 100% de los americanos, ha sido esposa de gobernador, primera dama, senadora y secretaria de Estado con Obama. Tiene experiencia probada y, también, problemas que resolver: dudas sobre su papel en los atentados de Bengazhi, el escándalo de los e-mails y la polarización que aún genera el que haya continuado junto a Bill Clinton a pesar de los pesares. Sin embargo, en el 51% del electorado (mujeres) podría tener mucho peso conseguir que Hillary sea la primera mujer presidenta de la historia, como Obama fue el primer presidente de color. Su experiencia, su dinero, el apoyo de su marido y del partido y el romper moldes están a su favor. A pesar de esto, Sanders le pisa los tacones en las encuestas.

En el bando republicano, todo empezó de manera inaudita en la primavera de 2015 cuando se presentaron como presidenciables hasta 19 candidatos. Ahora quedan menos (los financiadores del partido tienen que elegir a quién otorgar los fondos) y, de entre los que subsisten, quien encabeza las encuestas es Donald Trump, empresario del mercado inmobiliario, autor de libros, dueño de casinos y hoteles, tres veces casado y habiendo cambiado de partido en cinco ocasiones. Es un candidato políticamente incorrecto (insulta a las mujeres, quiere deportar a 11 millones de hispanos, prohibir la entrada a los musulmanes en el país, construir un muro que separe México de Estados Unidos, echarle un pulso a Rusia y a China en lo económico y, como dice su lema, “hacer que América vuelva a ser grande de nuevo”), cada vez que dice algo inconveniente o fuera de lugar, su notoriedad, su popularidad y su estimación de voto aumentan. Encabeza las encuestas nacionales republicanas (35,8%), seguido por Cruz (19,6%), Rubio (10,2%), Carson (7,6%) y Bush (4,8%). Lo mismo dicen las encuestas de Iowa, que supuestamente encabezando la lista ganaría Trump (30,4%), Cruz (24,2%), Rubio (15,2%), Carson (8,8%) y Bush (4%).

No es objeto de este artículo explicar por variables sociodemográficas (edad, sexo, renta, tamaño de hábitat, lugar de residencia, religión, etc.) quién va a votar a quién. Pero sí anticipar que, en el caso de Sanders, los jóvenes que no ven claro su futuro profesional, y en el de Trump, la clase trabajadora que teme por su puesto de trabajo y el no haber recuperado su nivel de renta previo a la Gran Recesión (2007-2009), siendo estos los motivos de un cambio radical de la política americana. Hoy, hasta el presidente Obama es considerado parte del establishment.

Jorge Díaz-Cardiel es Socio director de Advice Strategic Consultants

Archivado En

_
_