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Columna
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Cómo rehabilitar el capitalismo

Visto desde Marte, el capitalismo ha sido un gran éxito. La empresa libre ha generado riqueza y sacado a cientos de millones de personas de la pobreza. Pero visto desde la Tierra, lo que se suele destacar es cuántos se han quedado atrás por el avance de la globalización y la tecnología, mientras otros han ido por delante con métodos más sucios que justos.

La clásica respuesta de izquierdas a la injusticia que se percibe en el capitalismo ha consistido en gravar y gastar. Eso no funciona. El hecho de que la respuesta clásica se haya intentado y haya fracasado no significa que no se intente de nuevo. El éxito de los populistas de izquierdas como el partido griego Syriza y la elección de Jeremy Corbyn como líder del Partido Laborista de Reino Unido muestran que tales ideas todavía resultan atractivas.

Esto hace que sea importante para los centristas articular un camino intermedio creíble que debería basarse menos en la visión de que justicia es lo mismo que igualdad y más en la idea de que la gente debería tener la oportunidad de optar a un buen nivel de vida.

Es importante hacer frente a los métodos sucios por los que algunas personas y empresas salen adelante. Un ejemplo de esto es la evasión de impuestos, extendida en algunos países como Grecia. Pero es un problema global que enfurece a la población en todas partes. Un ejemplo es la ira en enero en Reino Unido sobre cómo Google, el gigante de Internet, fue aparentemente capaz de burlar a las autoridades y pagar lo que parece una pequeña cantidad de impuestos.

Es importante hacer frente a los métodos sucios por los que avanzan algunas personas y empresas

También está la corrupción, extendida por todo el mundo. La buena relación entre políticos y negocios llena los bolsillos de unos pocos en detrimento de la mayoría.

La existencia de mercados que favorecen a los insiders a expensas del público general despierta igualmente la ira l. Las finanzas están en lo alto de la lista. La crisis financiera mundial puso de manifiesto cuántos banqueros tenían una apuesta de un solo sentido: en los buenos tiempos, amasaron grandes cantidades de dinero; en los malos, el Estado recogió los pedazos.

Los monopolios y los intereses creados son otra fuente de resentimiento. A veces, los culpables son los grandes oligarcas que mueven los hilos en el gobierno para conseguir que las reglas se escriban a su favor, con sobornos a políticos o a altos funcionarios. Pero muchas veces los beneficiarios de los intereses creados no son particularmente ricos o poderosos como individuos. Grecia es un ejemplo de este fenómeno. Durante décadas, se ha perfeccionado el arte de repartir privilegios especiales a una serie de grupos –agricultores, notarios, farmacéuticos, funcionarios o profesores– cuya economía estaba atascada.

Tales prácticas debilitaron en muchos casos el espíritu emprendedor pero mediante el bloqueo de la oportunidad en lugar de mediante el uso de los métodos del socialismo a la antigua. También infligieron mayores impuestos a los ciudadanos honestos y precios más altos a los consumidores.

Aunque las sociedades de éxito necesitan estados del bienestar, la mayoría de las necesidades de Europa precisan un reenfoque. Parte del problema es que el exceso de gasto del gobierno se dirige a lo que los europeos llaman clase media en lugar de a los más necesitados. La situación varía de un país a otro, pero los principales beneficios son unas generosas pensiones estatales para los asalariados con sueldos medios a grandes y exenciones fiscales que benefician a personas relativamente acomodadas. Para ser justos, algunos países las están frenando, pero en otros se puede hacer mucho.

El dinero ahorrado en la financiación de este estado de bienestar de la clase media podría entonces reubicarse donde fuera necesario. La prioridad a menudo será invertir en escuelas para que los niños reciban un comienzo justo –y en la educación de adultos para que las personas cuyas habilidades quedado obsoletas debido a la tecnología puedan reciclarse–.

Tal concepción de la justicia no es realmente nueva. Tiene mucho en común con el liberalismo clásico. Tampoco está muerto. Políticos de todo el mundo –como Narendra Modi, de la India y su lucha contra la corrupción o Matteo Renzi con su disposición a enfrentarse a los intereses creados– están implementando algunas estrategias de ese libro de jugadas.

Es una rica fuente de ideas con las que abordar la injusticia del capitalismo sin caer en la ineficiencia del socialismo.

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