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Tribuna
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Tsipras, el estratega político

Jugada estratégica. Pero estas no siempre son satisfactorias. Ni suponen un juego de sumo cero. Apenas siete meses después de formar gobierno, Tsipras da, unilateralmente, por concluido el mandato de las urnas. Interpretación interesada cuando su partido está roto tras la negociación del último rescate. El tercero, el más duro, el más exigente, el más político de todos y que ha confrontado a Grecia con Europa. El pulso que no hizo sino arrodillar aún más a Grecia. Los acreedores aunque finalmente realizarán una quita, no claudicaron. Tampoco el eje más duro bruselense, recte, Berlín. Más allá de la coreografía, más allá de la interpretación sobrerrepresentada Atenas aprendió una dura lección.

El cisma abierto en el partido, en Syriza, aboca a una utilización partidista de la convocatoria electoral. Tsipras aspira a dos cosas, consciente que aún encarna la esperanza de cambiar las viejas formas de la política, los discursos y las maneras, por muy sutiles y fútiles que las mismas sean como se ha visto, seguir contando con el respaldo de la mayoría ciudadana y, segundo, desembarazarse de aquellos cuadros del partido que contestan abiertamente la autoridad y el gobierno griego. En las dos últimas semanas todos daban por descontado que habría adelanto inminente. Táctico y oportunista. Máxime ante una oposición aún no reorganizada, con socialistas en la marginalidad política helena y con los conservadores de Samaras carentes de discurso y vistos los dos como responsables principales de la situación griega. Corre el tiempo a favor del joven primer ministro sobre todo si los jacobinos de su partido no son capaces de articular una plataforma alternativa y creíble, aunque ya han anunciado que concurrirán con una nueva formación. Y corre igualmente a favor, porque aún no se han proyectado sobre los ciudadanos las medidas drásticas a implementar en la economía y sociedad griega como consecuencia de las condiciones del tercer rescate.

Falta en estos momentos un liderazgo alternativo y cohesionador en la política helena y eso juega a favor de Tsipras. El recorrido ha sido corto, pequeño, o al menos por el momento. Un jugador que ha probado en sus carnes la diferencia del verso y la prosa, del arte de la demagogia y el aventurerismo y oportunismo de ideas a la realidad y responsabilidad de gobernar y estar limitado por las reglas de juego. La diferencia entre que los demás te tomen en serio o lo ninguneen fruto de arrogancias, mezquindades, veleidades, tonterías, órdagos y bravuconadas como la del referendo del pasado 5 de julio. Algo que algunos todavía deambulan en la arcadia feliz del romanticismo rupturista y espartaquista. Algo que algunos están dispuestos, inescuchado el oráculo de Delfos, a quemar en la pira de las vanidades.

Grecia necesita entrar en una dimensión de normalidad y estabilidad económica y presupuestaria, pero sobre todo política e institucional. Unas instituciones sólidas y fuertes pueden imponer y corregir el rumbo de una situación caótica y al borde del colapso. El tímido crecimiento del último trimestre es una válvula de oxígeno como lo ha sido también alejarse del fantasma de salir del euro, algo no previsto en los tratados por lo demás. Y necesita madurar en su responsabilidad y su forma de hacer y ser frente a sus socios europeos y sus acreedores.

Ya no caben más piruetas en el aire, pues no existe red. El calendario de pagos a acreedores acecha y está marcado a fuego en el horizonte próximo. Seguir gobernando en minoría parlamentaria era un riesgo condenado al fracaso y al bloqueo máxime ante unas reformas que supondrán unos ajustes draconianos y que equivaldrán a un 5% del PIB. Unos recortes que suponen la ruptura medular de Syriza y sus postulados cada vez más cambiantes etéreos, subida de impuestos, privatizaciones y sobre todo, una pérdida de valor de las pensiones. La hora de la verdad, de la madurez política extrema. Hasta el presente, Syriza no había sido responsable del caos y la heterodoxia helena, pero sí lo es a partir de este tercer rescate –más duro de lo inicialmente bosquejado ante la intransigencia y tozudez del Gobierno de Syriza– y sus consecuencias y condiciones, ámbitos que serán el eje de la campaña electoral.

No habrá mayorías de gobierno y sí pactos y coaliciones que no se antojan sencillas ni cómodas. La factura de julio y su posicionamiento frente a Europa han moldeado la actitud y el rechazo de muchos griegos.

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