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El Foco
Tribuna
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China: no puede dirigirse todo

La nueva normalidad china implica menores tasas de crecimiento y también una estructura económica con más peso del consumo y los servicios y menos de la industria y la inversión. En la práctica, esto implica un largo proceso de transición con costes a corto plazo y cuyo beneficio es la consecución de un crecimiento más consistente y menos expuesto a los riesgos. Las autoridades chinas estaban consiguiendo sus objetivos y los servicios desbancaban al sector secundario como el más importante a finales de 2012, consolidándose esta situación en los últimos años. En la actualidad, la actividad terciaria es cerca de un 13% superior a la suma de la industria y construcción, gracias a los avances logrados en favor de una mayor importancia del gasto de las familias. El problema ha surgido cuando se ha querido acelerar los cambios e incentivar el consumo mediante la propulsión del efecto riqueza. Los consumidores aumentan su gasto cuanto más ricos son o, al menos, cuando perciben que así es y este hecho puede estar detrás de la rápida revalorización de las bolsas auspiciada por las autoridades, pues en China suele primar la rapidez en la consecución de los objetivos sobre la calidad y consistencia de las metas alcanzadas.

El índice bursátil CSI300, desde julio de 2014 hasta los máximos de junio de 2015, se revalorizó casi un 150% en plena moderación del crecimiento de China y que obligó a la implementación de medidas fiscales y monetarias de estímulo para evitar cualquier brusquedad en este proceso. En otras palabras, la economía y las bolsas no evolucionaban a la par, siendo esto posible al estar ante un proceso dirigido e incentivado por las autoridades porque, de lo contrario, no se hubiera dado. Ahora, el desafío consiste en evitar el colapso de una estrategia sin sustento en los fundamentales de la economía. Las dudas hacia China son importantes y el crecimiento oficial del 7% no las ahoga. En primer lugar, desde la óptica industrial, los datos muestran incongruencias ya que los indicadores adelantados, como el PMI, difieren entre la estabilidad de la estadística oficial, en niveles de equilibrio y acordes con un escenario de moderación progresiva, y la contracción de las cifras de organismos independientes, más cercanas a la situación real.

En 2015, el incremento acumulado de la producción industrial asciende al 6,3%, frente al promedio del 12,6% desde 1998, y describe una senda de acusada desaceleración en la que es muy significativo el mal desempeño de la producción eléctrica. En el acumulado del año, ésta ha crecido un 0,4% y no es acorde con el avance del sector fabril y del conjunto de la economía. Esta situación resulta difícil de explicar en un país caracterizado por la baja eficiencia energética y donde la industria, un gran consumidor de electricidad, pesa cerca del 38% del PIB.

La consolidación de los retrocesos de la producción de cemento y acero crudo también alimentan las dudas, propagándolas a la inversión residencial y al avance del 4,6% de los desarrollos inmobiliarios, según las cifras oficiales. El ajuste del sector inmobiliario chino es necesario y los precios apuntan que está en marcha, pues solo aumentan entre las viviendas nuevas en dos ciudades y en cuatro en el caso de las usadas respecto a un total de 70 grandes urbes. No obstante, la burbuja creada ha generado un peligroso lastre en forma de deuda al representar la ligada al inmobiliario cerca de la mitad de las obligaciones chinas y más del 100% del PIB.

Los datos dan motivos para desconfiar de China y, por ende, de la revalorización bursátil vivida. Las autoridades han promovido una situación difícilmente sostenible en el tiempo al no corresponderse con los fundamentales, siendo muy significativa la continuidad de los problemas en las bolsas y lo endeble de sus conatos de recuperación, a pesar de sus múltiples y agresivas acciones. Las medidas articuladas han incluido a los brazos inversores estatales con compras directas que podrían superar, con creces, los 144.000 millones de dólares calculados por Goldman Sachs, pero también suspensiones masivas de cotización, la prohibición a grandes accionistas de realizar ventas, limitaciones a la operativa en corto o la cancelación de OPV, cuyas fuertes revalorizaciones habían sido utilizadas para atraer a los pequeños ahorradores a los mercados y reforzar a las compañías. Estas son algunas de las muchas medidas implementadas y entre las que sobresale la flexibilización de la financiación a los brókeres para promover las compras a crédito de los pequeños inversores, ante sus riesgos implícitos.

El fracaso de las autoridades se resume en el recurso a métodos del pasado, lanzando una cacería de los responsables de operaciones maliciosas de venta en corto y promovido una investigación policial que ha revelado la manipulación del mercado de futuros. La realidad es que sí existen incentivos para forzar la caída de los mercados hasta determinados umbrales, donde se activan las garantías de muchas operaciones a crédito y las ventas masivas de acciones son obligadas, tomando fuerza los descensos. Otra cuestión es negar la falta de correlación entre la economía y las subidas de las bolsas; el gran motivo de las correcciones bursátiles favorecidas por el desarrollo del mercado de futuros.

En definitiva, economía real y financiera deben evolucionar a la par y es un grave error promover artificialmente fuertes subidas de las bolsas sin cimientos que las sustenten, quedando en un mero parche la tormenta de medidas gubernamentales, incluido el nuevo plan de infraestructuras de 150.000 millones o el compromiso del Banco Central de China para “estabilizar las expectativas de los mercados financieros”. La economía china desacelera, los inversores lo ponen en valor y acciones como la rebaja del tipo de referencia del yuan lo reafirman, acentuando los temores.

Francisco Vidal es Jefe del Departamento de Análisis de Intermoney.

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