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Columna
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Los calambres de Nike

Nike está mostrando cierta conducta antideportiva en el juego del gobierno corporativo. La transferencia de acciones especiales con derecho a voto del fundador Phil Knight –que le permiten elegir a una mayoría del consejo de administración– a una fundación en la que él tiene una influencia significativa constituye algo turbio. Aunque los inversores darán al gigante de las zapatillas un pase por su extraordinario comportamiento financiero, sus sucesores podrían algún día arrepentirse de esa llamada perdida.

Es fácil ver por qué los accionistas de Nike darían a Knight tal pase. El empresario convirtió un negocio de venta de zapatillas con suela de goma de la parte trasera de un autobús Volkswagen en un gigante de 94.000 millones de dólares (unos 85.000 millones de euros).

Por otra parte, los beneficios se han disparado ya que Nike ha reducido constantemente los costes por trasladar la producción a lugares más baratos y el uso de técnicas avanzadas de fabricación para reducir el gasto en mano de obra. La impecable publicidad de Nike, sus acuerdos de patrocinio y la capacidad de captar las tendencias, deportivas y de otros tipos, le han permitido aumentar de manera constante los precios de algunos de sus productos de alta gama.

La creación de Swoosh por parte de Knight, una fundación privada, constituye un fallo de dirección. Él está transfiriendo 128,5 millones de acciones de clase A a Swoosh, lo que le permite nombrar a tres cuartas partes de los directores de Nike. Puede que eso no importe hoy, mientras el consejo incluya a gente de reputación estelar como el jefe de Apple, Tim Cook, y los ejecutivos de FedEx y Microsoft.

Pero la historia sugiere que los inversores se lamentarán si los sucesores de Knight se afianzan –posiblemente incluyendo a su hijo, que acaba de ser nombrado para el consejo de administración de Nike–.

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