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Por primera vez un socio se plantea salir del club, posibilidad regulada desde 2010

Primer asalto electoral sobre la salida del Reino Unido de la UE

Las elecciones generales del próximo 7 de mayo se anuncian como las más reñidas de la historia reciente del Reino Unido, con los conservadores de David Cameron y los laboristas de Ed Miliban incapaces de obtener la mayoría absoluta, según los sondeos.

Pero esta vez las urnas británicas no solo resolverán la incógnita sobre quién ocupará Downing Street durante la próxima legislatura. El 7-M también marcará de forma indeleble la relación entre Londres y Bruselas, porque los comicios se han convertido en una especie de primarias para un referéndum sobre la permanencia o no del Reino Unido en la Unión Europea.

“Pocas veces unas elecciones nacionales han adquirido tanta importancia para el futuro de toda la Unión”, señala Alain Dauvergne, consejero del instituto Notre Europe-Jacques Delors, en su reciente estudio sobre el órdago de Cameron a sus socios europeos.

Por primera vez en la historia de la UE, un socio se plantea abiertamente abandonar el club, una posibilidad que el Tratado de Lisboa regula desde 2010 (en su artículo 50). Y los comicios del próximo mes indicarán si la salida de Gran Bretaña de la UE (un proceso conocido en inglés con el acrónimo Brexit) puede hacerse realidad durante el próximo lustro o si Londres se contentará con obtener un estatuto especial que le dé acceso al mercado común europeo sin necesidad de involucrarse en el futuro de la UE.

Lo que parece insostenible es la situación actual, con el Reino Unido como miembro teórico de pleno derecho, pero sin voluntad de seguir el proceso de integración (euro, unión bancaria, justicia, etc.) ni capacidad para frenarlo. Cameron ha decidido resolver ese dilema de manera tajante y tal vez definitiva. El actual primer ministro británico ha prometido someter a consulta la pertenencia del Reino Unido a la UE en 2016 o 2017 si gana las elecciones de dentro de un mes.

Cameron asumió ese compromiso electoral en enero de 2013, forzado por el ala más euroescéptica de su partido y por el avance de los eurófobos de Ukip, un partido que defiende la salida del país de la UE y que el 7 de mayo aspira a ser ya la tercera fuerza política.

Solo una victoria clara de los laboristas impediría la celebración de la consulta, porque Miliband ha descartado convocarla. En cambio, la victoria de Cameron, que ahora parece la hipótesis más probable, abriría un período de incertiumbre sobre la composición de la UE. Y el debate sobre la salida o permanencia de Gran Bretaña coincidiría con períodos electorales en Alemania y Francia (en 2017), donde los partidos Alternative fur Deutschland y Frente Nacional defienden, respectivamente, la desintegración de la zona euro.

Aun así, en Bruselas ha disminuido el temor a la ruptura con Londres y, al menos de cara a la galería, se pregona que tal vez sea mejor que Reno Unido elija de una vez por todas entre una integración sin condiciones o un estatuto especial.

En las capitales europeas cunde la idea de que la escisión dañaría mucho más a Gran Bretaña que al resto de la Unión. Y el propio Cameron ha indicado su intención de defender el Sí a la UE cuando convoque la consulta, siempre y cuando se revisen ciertas normas (para imponer límites a la libre circulación de trabajadores, por ejemplo).

Cameron no cuenta con ningún aliado claro dentro de la UE para defender esas reformas, ni siquiera con la canciller alemana, Angela Merkel, cuyo instinto euroescéptico congenió en un principio con el tory británico. Cameron ha asustado a casi todos con sus arriesgadas maniobras (como formar un grupo euroescéptico en el Parlamento Europeo o convocar un referéndum sobre la independencia de Escocia, que ganó gracias, en parte, a la ayuda de la Comisión Europea, que advirtió que la victoria de los independentistas implicaría la salida de la UE).

Sin el apoyo de Berlín, Cameron navega a la deriva en Bruselas y su estrategia europea se limita a responder a Nigel Farage, su temido rival de Ukip.

En las elecciones de 2010, el Ukip solo obtuvo el 3% de los votos. Pero en las europeas del año pasado se impuso con un 27,5%. Los sondeos le conceden en las generales de este año un 16%, con un número muy bajo de escaños. El discurso de Farage contra la UE y contra la inmigración ha calado en una parte del electorado y Cameron, en lugar de combatirlo, ha preferido asumirlo para intentar rentabilizarlo.

Pero esa estrategia tal vez sea solo el enésimo error de cálculo del primer ministro británico, porque ni la UE parece ser la principal preocupación de los electores británicos, ni la eurofobia es un sentimiento dominante.

“A pesar del éxito electoral de Ukip, el apoyo a la salida de la UE no ha aumentado en los últimos tres años y no ha alcanzado un nivel tan alto como en los años 80, cuando los laboristas se oponían a que Gran Bretaña estuviera integrada”, señala el último informe del NatCen Social Research, un centro de investigación sociológica que cada año, desde 1983, lleva a cabo un exhaustivo estudio (Brittish Social Attitudes) sobre el talante de la opinión pública británica. El mismo informe advierte que “no es prudente dar por supuesto que la opinión pública sobre un determinado asunto puede deducirse del resultado o la popularidad de los partidos políticos”.

Los sondeos indican que el voto de Ukip no aglutina solo a partidarios de abandonar la UE, sino también a quienes desean protestar por la gestión actual de las instituciones europeas o del Gobierno nacional, un fenómeno que, no es exclusivo de Gran Bretaña, sino que se repite en casi todos los países de la UE. Al entrar al trapo euroescéptico de Ukip, Cameron descuida reivindicar la labor de su Gobierno de coalición con los liberales, que deja al país con cifras récord de empleo (73%) y con una tasa de paro del 5,7%, la mitad que la zona euro.

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