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Columna
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La manía de la no deuda germana

La retórica de Angela Merkel sobre una mayor inversión pública está cambiando para mejor. Pero la canciller alemana permanece imperturbable ante las crecientes llamadas de sus socios del euro y del Banco Central Europeo para cambiar de rumbo en la política fiscal. El celo excesivo de Alemania en unos presupuestos equilibrados se mantiene sin cambios.

Esta fijación en política fiscal es equivocada y perjudicial. Las tasas reales de interés están en mínimos históricos. Una década de ahorro público ha dejado un gran trabajo pendiente en infraestructura. La inversión del sector privado también ha sido mediocre durante años. Un mayor gasto público en carreteras, escuelas y universidades no solo beneficiaría a Alemania. Además, ayudaría a traer alivio económico a una eurozona que coquetea con el estancamiento.

Bajo la presión de su socio de la coalición de centroizquierda, los países del G7 y sus pares europeos, Merkel, al menos, ha empezado a reconocer el problema. El vicecanciller Sigmar Gabriel, jefe del SPD, encargó recientemente una comisión consultiva de alto perfil para buscar maneras de poner fin a la sequía de inversiones. Pero la comisión está encajonada por los objetivos de política fiscal de mente estrecha del Gobierno. El presupuesto de 2015 es el primero desde 1969 que no añade ninguna nueva deuda a las cuentas públicas.

Merkel no tiene incentivos para cambiar las prioridades. Los votantes mayoritariamente respaldan su cautelosa política. Dadas estas restricciones, la comisión de inversiones se centrará en la inversión privada.

En el mejor de los casos, tales políticas tardarán un año en llevarse a cabo y aún más su probable efecto marginal. El aumento gradual del gasto público sería más sencillo. Pero, por ahora, Alemania confía en la palabrería barata en lugar de en un fuerte gasto.

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