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Columna
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Adiós, Emilio

Emilio Botín transformó Banco Santander de un prestamista regional español a un gigante global. Fue un genio de las fusiones, que por lo general tuvo la sartén por el mango. Con el pelo peinado hacia atrás y una corbata roja, volaba en un jet privado y se reunía con presidentes y primeros ministros tan fácilmente como con banqueros y altos ejecutivos. Sin embargo, a diferencia de muchos de sus compañeros durante los años de auge de la banca europea, Botín también tuvo una faceta cauta. Eso fue, más que su estilo de capa y espada, lo que le permitió mantener el control sobre Santander hasta su muerte a los 79 años.

Cuando reemplazó en 1986 a su padre como presidente de la entidad, la banca española era todavía una industria somnolienta. Botín innovó y se consolidó; atrajo a los clientes con cuentas corrientes a un elevado interés, mientras se fusionaba con sus rivales domésticos. Sin embargo, hizo algo más que subirse a una ola de crecimiento. Detectó muy pronto la oportunidad en Latinoamérica y supo ver la importancia de las tecnologías de la información y de mantener los sistemas informáticos en la compañía, mientras sus rivales se echaban en brazos del outsourcing.

El mercado único europeo le dio otra oportunidad de expandirse. Santander absorbió el banco británico Abbey en 2004 y dedicó los años siguientes a dimensionar socios potenciales. En lugar de intentar una fusión, Botín lanzo una oferta de ruptura sobre ABN Amro, lo que le permitió elegir únicamente los mejores activos del banco holandés. Dos socios de Santander –Royal Bank of Scotland y Fortis de Bélgica– colapsaron y fueron nacionalizados. El banco español emergió más grande y más fuerte que antes.

La catástrofe del boom inmobiliario y la posterior crisis de la zona euro y de España presentó a Botín un desafío aún mayor. Así, Santander probablemente deba su supervivencia a la determinación del BCE de mantener a España en la moneda única, y a la buena fortuna del grupo que no creó un banco de inversión grande. Sin embargo, también merece crédito por no haber permitido nunca que su propio ego y su deseo de crecimiento sirviesen de excusa para préstamos imprudentes. Los accionistas le han dado ese crédito. Las acciones Santander han entregado un rendimiento total del 90% en la última década, frente a una negativa de retorno del 13% en el índice Stoxx 600 bancos. Con los bancos europeos replegándose, el estilo de Botín puede pertenecer al pasado.

Parece poco probable que otro financiero español vaya a estar a su altura. Pero, su capacidad de combinar la toma de riesgos con una profunda cautela seguirá siendo una importante lección para los banqueros de todo el mundo.

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