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Tribuna
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El riesgo sistémico, una realidad a considerar de cerca

La crisis ha traído a colación muchos conceptos financieros hasta ahora ignorados o, al menos, no tenidos en cuenta por parte del ciudadano, el inversor o incluso el regulador. Primas de riesgo, derivados, titulizaciones y burbujas financieras son conceptos que han estado en boca de todo el mundo, junto con otras realidades, difíciles de abarcar, como el riesgo sistémico, que como su nombre indica se trata del riesgo a un colapso generalizado del mercado. Aunque es una idea teóricamente simple de definir no lo es tanto delimitar qué abarca realmente, qué implicaciones tiene, qué factores contribuyen al mismo y sobre todo, cómo se puede medir y evitar.

La caída de Lehman Brothers en 2008 fue el detonante que alertó al mundo de la necesidad de controlar y regular este factor crucial. El porqué de que el gobierno estadounidense dejara caer al cuarto banco de inversión más grande del país es aún una incógnita sin resolver. Algunos piensan que fue un mensaje al mercado para que los empresarios no confiaran en el apoyo del gobierno y evitar así la proliferación de empresas no rentables, otros pensaron que Lehman no era demasiado grande como para generar un daño irreparable para la economía y hay quien considera que simplemente fue un error de la Fed. Fuera cual fuera el motivo, lo que está claro es que sus consecuencias fueron devastadoras y se siguen padeciendo a nivel global. A raíz de este hecho, se han acuñado conceptos variados como las Sifis (entidades demasiado grandes para caer) y muchos han sido los gobiernos que han rescatado a sus entidades más relevantes o a otras que no lo eran tanto, por miedo a que una crisis de confianza provocará un efecto contagio con repercusiones mucho mayores. El rescate de AIG en EE UU y el de Bankia en España son dos ejemplos al respecto. Ya todo el mundo es consciente de la presencia y relevancia del riesgo sistémico, por la fuerza de los acontecimientos, pero no tanto de los factores que han contribuido a incrementar su impacto. El abandono del patrón oro en 1973 permitió a los países mantener sus desequilibrios por cuenta corriente y, con ello, incrementar el riesgo sistémico a nivel global. Esta nueva realidad monetaria ha fomentado la subvención por parte de los gobiernos de ciertos sectores improductivos, el incremento del apalancamiento de una manera desorbitada de gobiernos y empresas y el desarrollo de estrechos vínculos entre las entidades financieras. Estos aspectos junto con la iliquidez de ciertos activos o la aparición de fuentes alternativas de financiación frente a otras tradicionales como los pagarés, entre otros, pesan negativamente en lo relativo al riesgo sistémico, que se ha incrementado en los últimos años. Tan solo factores como el incremento de productividad o el control de la inflación por parte de los bancos centrales, han influido positivamente sobre dicho riesgo pero sin ser capaces de variar la tendencia generalizada.

Ante esta realidad alarmante, el regulador se ha puesto manos a la obra. En Europa, Basilea III proporciona una nueva dimensión macroprudencial para hacer frente al riesgo de alteraciones del sistema financiero capaces de desestabilizar a la economía global. Junto con el refuerzo del capital de las entidades financieras, se trata de combatir el riesgo sistémico atacando dos grandes frentes: el primero, reducir la prociclicidad, es decir, la tendencia a amplificar los ciclos de la economía y, el segundo, tener en cuenta las interconexiones y exposiciones comunes entre instituciones financieras, especialmente las de importancia sistémica.

Sin embargo, es también tarea del inversor y, sobre todo, de los departamentos de riesgos de las diferentes entidades, medir y valorar el riesgo relativo al mercado. Hasta ahora, la mayoría de los modelos de gestión de riesgo se basaban en técnicas convencionales como las regresiones, que tratan de establecer comportamientos comunes entre dos variables. Sin embargo, el riesgo del sistema en su conjunto es absoluto, no relativo. No puede analizarse utilizando herramientas tradicionales. Algunos autores sugieren la posibilidad de establecer un sistema de scoring (puntuación) que sopese la magnitud y dirección de cada factor de riesgo sistémico y su impacto conjunto, otros sugieren la aplicación del modelo de Merton para cuantificar, en la medida de lo posible, el valor presente de la pérdida futura esperada o, lo que es lo mismo, la prima que deberíamos pagar para asegurar que no perderíamos nada. Sea cual sea el método elegido, la correlación entre entidades y activos se torna crucial y todos los agentes del sistema debemos tomar medidas al respecto para evitar, dentro de lo posible, que la próxima vez las consecuencias sean insalvables.

Ainhoa DÍez-Caballero es vicepresidenta de CFA Society Spain.

Ron Rimkus es director de contenidos, economía e inversiones alternativas de CFA Institute.

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