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EAFI Kessler & Casadevall

¿Dónde está el riesgo en el mercado?

Los bancos centrales están viviendo una época dorada como conductores de la política económica de las economías desarrolladas. Su papel predomina frente a cualquier otra política y su acción genera una adicción y dependencia entre todos los agentes económicos. Los inversores compran su medicina y consumen sin tener en cuenta los efectos secundarios.

El debate en economía sobre la efectividad de las políticas de demanda para impulsar el crecimiento económico y, en concreto, el intercambio de mensajes entre distintas escuelas sobre los efectos de la política monetaria en la economía real, forma parte del temario de cualquier escuela de economía tanto en las materias de economía aplicada como en aquellas más reservadas a la historia y a la filosofía de esta ciencia social.

Ninguna escuela tiene la varita mágica ni posee, por tanto, la verdad absoluta. Los efectos son dinámicos y de distinta intensidad en función de los plazos que tomemos. En el corto plazo cualquier medicina monetaria tiene efecto en las variables de demanda, pero en largo plazo los resultados son con toda probabilidad nulos. En este convencimiento predica siempre el presidente del Banco Central Europeo, MarioDraghi, quien subraya que toda medida monetaria a corto plazo deberá ir siempre acompañada de medidas de largo plazo que impliquen cambios estructurales.

En los años ochenta triunfó una corriente más ortodoxa de la economía al impulsar en Europa la independencia de los bancos centrales, la prohibición de la monetización de la deuda pública y el establecimiento de un objetivo único centrado en el control de la inflación.

La conclusión más inmediata era que los efectos de la política monetaria sobre la riqueza eran nulos pues todo el impulso acaba por generar inflación. La medicina aplicada generaba un efecto placebo, distorsionaba la realidad y finalmente, con el tiempo, impulsaba el crecimiento continuado de los precios. Cuanta más dosis, más se aceleraban los precios y cuanto más racionales los agentes más rápido era el efecto sobre la inflación y menos sobre el crecimiento.

Desde 2007 el abandono de estos planteamientos se ha producido por tres vías. En primer lugar, por necesidad, pues la intervención monetaria en los mercados era necesaria para rescatar un sistema fiduciario en riesgo y al borde del abismo. En segundo lugar, por acomodo, pues los cambios estructurales son difíciles de hacer y su efecto sobre la confianza de los inversores ha resultado un éxito. Y, por último, por pragmatismo, pues de momento no hay inflación y el objetivo del crecimiento económico se vuelve a considerar como parte de una tarea innata a cualquier institución monetaria.

En los mercados financieros la intervención monetaria se ha celebrado con el mensaje “no luches contra la política monetaria” y, así, los índices de los distintos mercados han volado en gran parte hasta máximos históricos y los rendimientos de la emisiones de deuda de las empresas y gobiernos han descendido hasta niveles nunca vistos, estrechándose los márgenes entre las distintas categorías de riesgo. La senda marcada es tan intensa que las medidas de riesgo marcan una conclusión: no existe riesgo aparente entre los distintos activos de renta fija o, al menos, este es mínimo y, en renta variable, el valor en riesgo de pérdida es extraordinariamente bajo.

Si tomamos la categoría Lipper de fondos de inversión en activos de alta rentabilidad europea, observamos cómo la volatilidad media durante los últimos diez años es de 10% mientras que el registro para este último año es de 2,28%. El efecto sobre los programas matemáticos de riesgo es significativo pues todos muestran esta inversión en fondos de alta rentabilidad como activo de bajo riesgo y por tanto con una máxima pérdida asumible pequeña. Si, en paralelo, observamos que los fondos de renta variable muestran volatilidades al menos en la mitad de los registros medios, podremos concluir, primero, que existe una distorsión preocupante y, segundo, que a largo plazo los inversores podrán observar en sus carteras una pérdida muy superior a la indicada por programas matemáticos de cálculo de riesgo.

Está claro que hay algo que no marcha bien. Si las medidas de riesgo no indican riesgo en activos generalmente asociados al riesgo, entonces, es probable, que la distorsión que la política monetaria global genera en la economía sea mayor de lo que se podría estimar y sus efectos a largo plazo sobre los ahorros de los inversores, de momento, impredecible.

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