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Masterchef para ejecutivos

La cocina, la nueva aula para formar ejecutivos

El ‘business cooking’ se emplea para desarrollar competencias de liderazgo y de gestión Preparar una brocheta es un ejercicio que anima a trabajar en equipo

Thinkstock

La gastronomía lleva algunos años en la cresta de la ola mediática. Los restaurantes españoles gozan de fama internacional; algunos chefs son tan conocidos como los futbolistas. Incluso la televisión ha sabido sacar rédito de ello, con programas de gran audiencia como Masterchef o Pesadilla en la cocina.

La atracción por los fogones y sus propiedades didácticas tampoco ha pasado desapercibida en el campo de la formación para ejecutivos. La firma Luria Psicología puso en marcha hace un año y medio Business Cooking, un programa especializado en el desarrollo de competencias personales y profesionales a través de experiencias gastronómicas. Sus clientes son empresas (desde comités de dirección hasta mandos intermedios o equipos de un departamento concreto), pero también escuelas de negocios, como IEBusiness School o Deusto. Quienes lo prueban repiten. “Estamos muy sorprendidos con la buena acogida que ha tenido. Vamos a ir a más”, subraya Nieves Jerez, consejera delegada del grupo Luria.

La idea es sencilla: el profesor-coach propone dinámicas de trabajo, conducidas en colaboración con un chef y enfocadas a trabajar las competencias que se hayan acordado con el cliente. Liderazgo, gestión de equipos o de conflictos, negociación, autogestión, trabajo en grupo, persuasión e influencia... El menú es variado.

Las sesiones, que suelen durar una jornada completa, se realizan en espacios habilitados con cocina y se completan con debates-reflexiones en aulas corrientes. “Nada más llegar al taller, se divide al personal al azar en dos o tres equipos”, explica Pilar Sánchez, socia de Luria. “A partir de ese momento, la gente pasa por una serie de dinámicas de grupo dirigidas a trabajar distintos aspectos”. Pasarán todo el día compitiendo contra las otras formaciones.

En uno de los juegos, La brocheta misteriosa, cada conjunto trata de montar una brocheta que consta de nueve ingredientes que desconocen. A partir de una serie de pistas, deben descubrir cuál es la receta, montarla y presentarla. “El profesor toma nota de qué rol asume cada uno, de quiénes se inhiben, etcétera”, ilustra Sánchez.

Otra prueba: cada equipo debe montar una tarta salada. Se valora no solo el sabor, sino también su altura y estabilidad. “Tienen que elegir los ingredientes, pensar cómo hacer que se sujete... Todo el mundo querrá opinar y participar en las tareas de los demás. Los comportamientos son los mismos aquí que cuando estás hablando sobre la cuenta de resultados”, comenta Jerez.

Al finalizar cada actividad, el equipo discute los errores cometidos. “Casualmente suelen coincidir con los que ven todos los días en la oficina”, apunta Sánchez. Descoordinación, individualismo, falta de comunicación... Los profesores proponen herramientas para corregir la situación, que deben incorporar ya en el siguiente juego.

¿Qué aporta la gastronomía respecto a otras dinámicas? “Logra romper con el ambiente de trabajo, por lo que la gente se desinhibe más. Y, a diferencia de juegos relacionados con los deportes o la representación, todos pueden aportar algo en la cocina. Porque no medimos su pericia con los fogones, sino cómo interactúan los unos con los otros”, reflexiona Sánchez.

De la tirolina y el karaoke a las sesiones de pastelería

Decidir realizar dinámicas en torno a la gastronomía fue la consecuencia lógica de la experiencia de Nieves Jerez y Pilar Sánchez, del grupo Luria. Para estas especialistas en psicología clínica aplicada a la formación, hacía falta introducir elementos dinámicos en sus sesiones. “Hace varios años se vio que los formatos indoor [las formaciones en aula] se quedaban un poco cortas al ser demasiado teóricas”, dice Jerez.

En los años noventa, la tendencia fue apostar por las actividades outdoor. Esto es, trabajar conductas y dinámicas a partir de juegos al aire libre, deportes, tirolinas, karaokes, etcétera. “Estas sesiones nos resultaron demasiado prácticas y poco teóricas. Necesitábamos un término medio”, recuerda.

De ahí surge la idea de probar con la cocina, un entorno que iguala a los participantes, en el que es muy difícil destacar (“todo el mundo sabe cortar una cebolla”, apostilla Sánchez) y que engancha a todos los participantes.

Otro elemento a tener muy en cuenta es la novedad. “Los ejecutivos están hartos de acudir a cursos de formación en aulas o actividades deportivas. Esta experiencia les resulta interesante”.

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Sobre la firma

Manuel G. Pascual
Es redactor de la sección de Tecnología. Sigue la actualidad de las grandes tecnológicas y las repercusiones de la era digital en la privacidad de los ciudadanos. Antes de incorporarse a EL PAÍS trabajó en Cinco Días y Retina.

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