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Escapadas

Marruecos imperial

Han sido capitales del reino marroquí en algún periodo de los últimos 1.200 años. El triángulo formado por Fez, Meknes, Marraquech y Rabat, las cuatro ciudades imperiales, conforma una de las rutas más atrayentes de Marruecos. En ellas se encuentran algunos de los monumentos y entornos más emblemáticos del país: en Marraquech bulle una de las plazas más concurridas y pintorescas del norte de África; Meknes conserva una de las entradas a la ciudad amurallada más bellas del reino; en Rabat está el mausoleo de Mohammed V, fundador del Estado moderno, y Fez acoge la medina más fascinante del Magreb. Es preciso recorrer unos 1.200 kilómetros para realizar el circuito.

Centro cultural y religioso

La primera de las capitales imperiales, metrópoli religiosa e intelectual, es un importante centro artístico y de producción artesanal. En Fez se encuentra una de las universidades más antiguas del mundo, Qarawiyyin, fundada en el 859. Construida sobre colinas, Fez está formada por dos ciudades, Fes el Bali (la antigua), fundada en el siglo VIII por Moulay Idriss, y Fes el Jedida (la nueva), que lo fue en el siglo XIII por los Meriníes, la dinastía que dominaba el país en aquel momento. La medina de Fez (Fes el Bali), la más populosa de Marruecos, es uno de los mayores barrios medievales habitados del mundo, acoge a más de 600.000 personas. Adentrarse en sus callejuelas es un verdadero espectáculo para los sentidos.

No es un tópico asegurar que es retroceder en el tiempo. Nada o muy poco parece haber cambiado en sus calles o en la forma de vida de sus habitantes, salvo la presencia de turistas curiosos que, con frecuencia, no consiguen salir por sí solos de este laberinto. Hasta tal punto se ramifican los dos ejes principales, Talaa Kebira (la gran cuesta) y Talaa Seguira (la pequeña cuesta) que se cuentan hasta cerca de un millar de callejones sin salida; es muy frecuente perderse.

 Vibrante y seductora

La favorita de los españoles es un oasis con una ubicación privilegiada entre el Atlas, el Sáhara y el Atlántico. Las múltiples tonalidades rojizas que impregnan la ciudad, la fuerza embriagadora de los olores de las especias, las intrincadas calles de la medina… hacen de Marraquech casi un lugar de leyenda. Es caótica y vibrante, pero hay que recorrerla sin prisas para saborear mejor el viaje a través del tiempo al que invita esta ciudad.

Los monumentos no son su punto fuerte, pero hay algunas excepciones, como la madraza Alí Ben Youssef o la majestosa Kutubia, torre gemela de la Giralda de Sevilla, que domina la ciudad y es un buen punto de partida para adentrarse en la medina. Estancia obligada son sus riads, casas tradicionales reconvertidas en hoteles, algunos de lujo, que albergan la esencia marroquí. El epicentro es la plaza Djemaa el Fna, esplendorosa, medieval. El atardecer es el momento de visitarla, sentarse en alguna de sus terrazas y observar su transformación: aparecen los puestos de comida, los encantadores de serpientes, los echadores de cartas, los cuentacuentos, los músicos, los acróbatas… Un espectáculo.

La gran muralla

Al pie de las montañas del medio Atlas, Meknes, quizás la peor conservada de las ciudades imperiales, alberga, sin embargo, joyas como la madraza Bouinaniyya, el mausoleo de Ismail I o la puerta de Bab al-Manzur. Decidido a convertir Meknes en capital de su reino, Mulay Ismail se dedicó, durante los 45 años que ostentó el poder (1672-1727), a construir 40 kilómetros de bastiones y murallas, puertas monumentales, graneros, caballerizas, jardines y grandes estanques. Es Patrimonio de la Humanidad desde 1996.

Además de recorrer las murallas, callejear por la medina y regatear en los zocos, el viajero debe dirigir sus pasos a la plaza El Hedim, particularmente animada por la noche, bordeada por construcciones modernas, entre ellas un mercado cubierto de frutas y verduras, donde se pueden comprar sus famosas aceitunas.

La capital alauí

La cuarta ciudad imperial, Rabat, es desde 1912 la capital del reino alauí. Fundada en el siglo X como ribat (monasterio fortificado), es hoy una urbe elegante con espacios abiertos al océano, menos bulliciosa que sus antecesoras y con joyas arquitectónicas como la puerta de la kasba de los Oudaïa, construida en 1195, rodeada por una muralla de cinco kilómetros con cinco puertas de acceso. Rabat tiene lugares de interés para visitar como el mausoleo de Mohamed V o las ruinas romanas de la Chellah.

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