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Tribuna
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¡Que emprendan ellos!

España se caracteriza por una modesta iniciativa emprendedora. Su tasa de natalidad empresarial se sitúa en el segmento bajo de la Unión Europea, y durante los años de esta crisis la tasa de mortalidad de las empresas españolas ha superado a la de natalidad en más de dos puntos. En Francia, por ejemplo, nacen proporcionalmente el doble de empresas que en España, y en esta misma etapa su mortalidad ha sido casi una tercera parte inferior a la española. El acomplejado tópico mal tomado de Unamuno: “¡Que inventen ellos!”, latente en las exiguas cifras de patentes españolas registradas en los últimos 30 años (1,86% de las de la Unión Europea, representando la población española el 9,2%), resulta extrapolable a un figurado: “¡Que emprendan ellos!”, lo cual no es casualidad, dado que ambos tópicos están interrelacionados.

Las sociedades menos dadas a la innovación son igualmente las menos emprendedoras, y de ello también las que más problemas de desempleo acusan y menor dinamismo económico y renta por habitante registran. Innovar y emprender no consiste en hacer de la necesidad virtud en tiempos de zozobra, sino que se trata de actitudes psicosociales profundamente arraigadas y que, puesto que no vienen determinadas en el código genético de la población, han de tener un origen completamente cultural.

Llama la atención que siendo la tasa de desempleo española más del doble que la de la UE, y contando con ratios de estudiantes y jóvenes titulados universitarios que superan con creces las medias comunitarias, la tasa de desempleo juvenil española (¡el 55,2%!) supere la europea en 32 puntos porcentuales y buena parte de los jóvenes españoles, de los que solo se hallan emancipados el 24% (frente al 34% europeo), aún sigan soñando con un cada día más inverosímil empleo público, y otros patrones sociológicos de preferencia arraigados en el ideario cultural, como la inversión en vivienda o en automóviles, y no en activos empresariales.

La historia muestra que el escepticismo antiinnovación y antiempresarial son injustificados, y que los empleos y el bienestar de hoy son el resultado de los cambios, tecnológicos o de cualquier otra índole, que alguna vez fue capaz de introducir un emprendedor aun con toda la opinión en su contra. Lamentablemente, en España hemos visto durante mucho tiempo cómo el proyecto ideal del universitario era aprobar una oposición, y el del autónomo, tener un estanco. Todo perfectamente regulado y asegurado. Sin embargo, una sociedad que no es capaz de asumir responsablemente el riesgo y la competencia se convierte en una economía estacionaria, en la que la energía transformadora de las personas deviene en la mediocridad y en la cultura del pelotazo.

La juventud posee el acicate innovador que, con el talento y los medios apropiados, motiva a emprender por encima de las dificultades e incertidumbres que muchas veces espantan a los mayores. Según datos de Eurostat, en España hay casi 190.000 jóvenes emprendedores, un modesto 6,7% del total de jóvenes empresarios europeos. Nuevamente la cifra de emprendimiento español, en este caso juvenil, arrastra la mentalidad del “que emprendan ellos”. Esta cantidad solo alcanza el 2,3% de la juventud española y el 6,5% de la población juvenil ocupada. Mientras que 23 de cada 100 jóvenes españoles están estudiando en la universidad, solo 2,7 de cada 100 estudiantes universitarios españoles están ocupados y además son emprendedores. Hay pues 10 veces más universitarios que emprendedores jóvenes en nuestro país, lo cual debería hacernos reflexionar sobre el modelo de inversión en capital humano que auspicia la sociedad española.

Algo debe estar fallando estrepitosamente para que el natural espíritu inquieto y transformador de la juventud no se refleje en España en una vocación emprendedora más acorde con los estándares de un país moderno y desarrollado. Y el asunto no está en la mentalidad ociosa o conformista de los jóvenes, que no es el caso, sino en la falta de estímulos educativos y culturales, así como de modelos sociales con los que se identifiquen, como hacen, por ejemplo, con los líderes sociales, deportivos o musicales. Si los valores de la juventud no estimulan para ser emprendedor, España tiene un problema muy serio de sostenibilidad social y económica. Tal vez hace falta un esfuerzo educativo superior en los valores y no solo en la instrucción académica formal, y eso incumbe a toda la sociedad española. Es por ello que hay que seguir motivando en el esfuerzo, reconociendo el mérito y la capacidad, y premiando la excelencia. Aptitudes y valores que constituyen la receta para el futuro que debe tener nuestra nación.

Adicionalmente, desde el Gobierno de España se están tomando medidas que van en la dirección del apoyo al emprendimiento y a la pyme, tales como la Ley de Emprendedores, el plan de pago a proveedores, bonificaciones fiscales para el fomento de la reinversión en la actividad económica de los beneficios, la aplicación de IVA de caja para pymes, tributación reducida de sociedades de nueva creación y autónomos durante los dos primeros años, canalización de recursos a la actividad emprendedora en ejercicios de actividad, fomento del autoempleo en régimen de autónomos, etc.

Estas son algunas de las muchas medidas que pronto verán la luz y que incentivan a decidirse por innovar y emprender. En definitiva: ¡que emprendan ellos! Sí, los jóvenes españoles. Y también en la política, que es otra forma de emprender para transformar la realidad a través de los principios y valores individuales. ¿Quién si no?

Antonio José Mesa Garrido es presidente NN GG-PP Villaverde (Madrid).

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