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Columna
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El pobre objetivo del Banco Mundial

En el mundo del desarrollo económico, el 0,7% se ha convertido en algo así como un talismán. Es la proporción del PIB que los países ricos se supone que tienen que donar a los pobres. El objetivo, establecido por primera vez en 1970, aún está en marcha. En la reunión de primavera del Banco Mundial de la semana pasada, el presidente Jim Kim elogió a Reino Unido por convertirse en uno de los cinco países que lo han cumplido. Pero el número ha sobrevivido a su utilidad.

Ciertamente, el aumento del 6% del año pasado en los presupuestos de asistencia extranjera hasta un récord de 135.000 millones de dólares, según la OCDE, es loable. Holanda, Finlandia y Suiza están cerca de la línea del 0,7%. Pero poner el foco en una entrada financiera es un error.

Para empezar, la ayuda al desarrollo de los gobiernos está a menudo contaminada por consideraciones políticas. La mayor parte del dinero de Estados Unidos ayuda a los aliados en Irak, Jordania y Afganistán, por no hablar del rico Israel. Reino Unido se considera relativamente directo, pero su recuento incluye el entrenamiento militar para oficiales africanos y lecciones de ciudadanía global para escolares escoceses.

Además, el enfoque en una medida distrae la atención de formas más eficientes para impulsar el desarrollo. Suiza da una ayuda relativamente generosa del 0,5% del PIB, pero una agencia nacional que ofrece a sus inversores un seguro de riesgo político probablemente haría más por menos.

También hay dinero que fluye en la dirección equivocada, robado de los países pobres por parte de funcionarios corruptos y depositado en países desarrollados. Una represión de dichas cuentas e inversiones sería bienvenida.

Para un objetivo más amplio de ayuda al desarrollo, hay que tomar como referencia el índice multivariable del Centro para el Desarrollo Global, que da una buena medida del compromiso general. El mundo ha cambiado desde 1970. El Banco Mundial también debería hacerlo.

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