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Columna
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China alimenta a los optimistas

El esperado plan reformista de China es épico, ambicioso, detallado y vago. Un documento de sesenta puntos emitido por el Partido Comunista el 15 de noviembre abarca todo, desde la relajación de la odiada política del hijo único a la apertura del sector financiero y a exprimir más dividendos a las empresas estatales.

El debut ideológico del líder del partido, Xi Jinping, un año después de que asumiera el cargo, ofrece algo para casi todo el mundo. Los inversores obtienen el compromiso de acelerar la liberalización de la cuenta capital. Para los observadores de los derechos humanos, hay votos para introducir políticas más deliberativas, abolir los campos de trabajo y más moderación con la pena de muerte.

Financieramente, las ideas previamente marcadas deben convertirse en realidad. Las instituciones financieras privadas estarán permitidas y finalmente podría introducirse el seguro de depósitos. Algunas empresas de servicios, se abrirán a la inversión extranjera, mientras que la nueva zona de libre comercio de Shanghai puede ser copiada en otros lugares.

Sin embargo, los inversores tienen poco a lo que agarrarse. En lugar de objetivos firmes o calendarios, hay innumerables promesas de “profundizar”, “fortalecer” y “acelerar”. Los políticos de China se han agarrado a su costumbre de no desgranar los detalles. Y los críticos pueden señalar que muchos intereses prevalecen.

El plan ofrece lo necesario para alimentar a los optimistas. Xi Jinping ha logrado aparentemente salir de su primer año con el capital político suficiente como para proponer reformas a sus predecesores no pudieron hacerlo. Pero hay espacio para los pesimistas también, ya que todo el plan todavía huele a gradualismo, precaución y control centralizado. Marx, el leninismo y Mao siguen firmemente arraigados en el léxico del partido, lo que sugiere que se acerca una reforma, pero con características chinas. La gran pregunta es si las contradicciones que implica podrán aguantar una década.

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