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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El BCE se toma su tiempo

Pese a las expectativas generadas en los mercados financieros, el Banco Central Europeo (BCE) anunció ayer que no moverá ficha –al menos, de momento– para acelerar la ardua tarea de reactivar y capilarizar el flujo del crédito en la eurozona. La intervención de Mario Draghi confirmó que Fráncfort continúa barajando opciones para alcanzar ese objetivo, pero que no se ha decidido a poner en práctica ninguna de ellas. El discurso del italiano insistió en el que se ha convertido probablemente en el principal quebradero de cabeza de la entidad, una vez superados los peores momentos de la crisis de deuda soberana: el diferente coste de financiación que soportan las economías europeas de la zona euro y, por ende, sus empresas y ciudadanos. Lejos de anunciar la puesta en marcha de alguna medida –dentro de la limitada batería de que dispone– para tratar de rebajar esa grave asimetría, la entidad ha optado por seguir postergando su decisión. Como era de esperar, ello tuvo ayer pronta respuesta en el termómetro de la prima de riesgo española, que se situó en 315 puntos, así como de otras economías periféricas, como la italiana. La batería de soluciones a disposición del BCE incluye desde una ampliación del vencimiento de las subastas de liquidez hasta la posibilidad de penalizar la facilidad de depósito –anclada todavía en el 0%– para incentivar la concesión de crédito o de relajar las exigencias de colaterales que mantiene la entidad. “Hemos analizado todas las medidas disponibles que están ya sobre la mesa, pero de momento hemos decidido no implementarlas todavía”, sentenciaba Draghi en su intervención.

 Una explicación que resulta llamativamente incompleta, a la vista de la polarización crediticia que se ha instalado en las economías europeas. A estas alturas, el fantasma de una eurozona con dos velocidades se ha hecho realidad en los rigores que padecen los empresarios de las economías periféricas, obligados a asumir unos costes de financiación muy por encima de los de sus vecinos en economías más saneadas. A modo de ejemplo, el presidente de Banco Popular, Ángel Ron, recordaba hace unos días que las compañías españolas pagan un 5,62% por acceder a unos recursos financieros que las empresas alemanas consiguen al 4,4%. Una brecha que si resulta poco competitiva en una economía en crecimiento, se torna absolutamente insostenible cuando la actividad económica se halla estancada. Todo ello hace concluir que si el BCE tiene sobre la mesa –tal y como asegura– un paquete de recetas para aliviar de alguna forma la crisis de crédito que vive Europa, es hora de que haga uso de ellas. No en vano, la eficacia de las soluciones depende, a menudo, de la rapidez de su implementación.

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