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Pequeños despachos

La mejor defensa es no conformarse

Juan Pedro Peinado transmite la tranquilidad de un abogado de vocación. Fundó su despacho familiar en 1991

Es Juan Pedro Peinado un abogado sin duda singular. Hace gala de valores cristianos, pero a punto estuvo de la excomunión por enfrentarse a un obispo con ambiciones inmobiliarias defendiendo a los parroquianos. Exhibe formas que se alejan tanto de la soberbia como el diablo del agua bendita, pero nunca ha cedido ante las presiones de los jueces que le piden abreviar –“yo, con todo respeto, le digo a su señoría que estoy en mi derecho de seguir informando”–. Le repugna tanto el delito como le privan los casos que otros darían por perdidos por evidentes indicios de culpabilidad.

Establecido en Úbeda (Jaén), mantiene un despacho familiar desde que abandonó el paterno de sus primeros pasos legales, hechos junto a su mujer, Luisa. Lugar tan ordenado que el medio centenar de máquinas de escribir que lo adornan parecen estar todas en su sitio y desde donde atiende casos de diferente procedencia geográfica. Penalista de vocación, se deja el alma en “dar una defensa digna a los clientes”, y cree que se intenta agilizar la justicia “con la excusa de los medios” y se está atacando el derecho de defensa de “las libertades fundamentales”.

Opina Peinado, tan apasionado como cordial, que la justicia sufre “una enfermedad sistémica” en la que hasta hay “jueces que creen que los abogados somos un virus” a combatir. Dice ir “con machete” –dialéctico, por supuesto– a los juicios en los que debe defender a su clientes y “la propia dignidad del abogado”. Poco gregario, no secunda el debate actual sobre los cambios de denominación de las figuras procesales que parecen impulsarse para suavizar los oídos de muchos otrora respetados por apellido o función. No tiene reparo en aconsejar a sus clientes que, si es necesario, acudan como imputados a los juicios en los que esta figura les provea de mejor defensa. “No es un problema de denominación” por feas que resulten las palabras, sino de “salvaguardar derechos en un juicio”. Reconoce, sin embargo, que “otra cosa son los mediáticos”, sobre los que afirma: “No sé cómo combatirlos”. Se imagina uno con facilidad al letrado pulcro en las formas y firme en los planteamientos en la surrealista –si no fuera tan real como los cientos de juicios que se celebran al día– conversación con el juez de: “¿Se conforma con una pena menor, Peinado?”. “No señoría, no me conformo”. Y no lo hace por extravagancia o soberbia, sino por “ser abogado, que es darlo todo para defender a un cliente”.

Transmite Juan Pedro Peinado la tranquilidad de un abogado de vocación –“nunca quise ser otra cosa”–, que sabe que su función no es juzgar al cliente, sino defenderle. Claro que no solo en penal, “somos abogados”. Extiende su actividad al Derecho administrativo, civil o mercantil.

Riguroso y perfeccionista, cree el letrado firmemente en la fragilidad humana y está en constante formación: devora libros, se multiplica en cursos y congresos y le da tiempo hasta de hacer amigos y estudiar complejos tratados de medicina para que los suyos estén en las mejores manos. No dirán que no es un mérito en estos tiempos en los que no acomodarse, no conformarse o no mimetizarse en el criterio mayoritario conlleva pena de alejamiento social.

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