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Tribuna
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¿Emprendedores o empresarios?

Las últimas medidas económicas anunciadas se han fijado como objetivo favorecer las iniciativas de los emprendedores, tal vez porque se parte de la hipótesis de que será la savia joven la que conseguirá, con su fuerza y entusiasmo, ganar el pulso a una pertinaz crisis que camina por la senda de dejar a seis millones de personas sin empleo.

Hasta la fecha, se ha anunciado la puesta en marcha de una batería de iniciativas que suponen, para estos jóvenes emprendedores, interesantes descuentos fiscales en sus rendimientos personales y empresariales en la primera fase de sus proyectos, al tiempo que incentivos claros en materia de seguros sociales y financiación.

En consecuencia, nada habría que objetar a este impulso reformista con el que se quiere revertir el terrible drama de una juventud sin alicientes y cuya ausencia de oportunidades perfila de una manera amenazante el futuro que puede aguardar a nuestro país. En todo caso, sugerir un plazo más dilatado en la vigencia de esos incentivos, dado el lento ciclo de maduración de los negocios y el sinfín de obstáculos que deben superar en una primera fase. De hecho, todo lo que se necesita en los primeros compases empresariales es inversión. Inversión de grandes dosis de esfuerzo, pero sobre todo de recursos económicos suficientes.

Ahora bien, la decidida apuesta del Gobierno por el autoempleo y la iniciativa económica de los jóvenes ha llevado a un segundo plano un fenómeno también sobrevenido con la crisis: el de la necesaria movilización hacia el emprendimiento de los sénior; esto es, empleados que acumulan larga experiencia, mantienen acceso a redes de contactos y, a pesar de encontrarse en su mejor momento profesional, han pasado a engrosar las listas del desempleo.

Hubiera sido justo que este colectivo de personas en el entorno de los 50 años hubiera sido objeto de medidas de estímulo como las aprobadas para los menores de 30 con vista al emprendimiento. Máxime cuando la realidad nos dice que las empresas que logran desenvolverse con éxito en los mercados son aquellas en las que coexiste el entusiasmo y la vitalidad de los jóvenes con la experiencia y la serenidad que solo pueden aportar quienes ya vienen curtidos de mil batallas y atesoran un profundo conocimiento del mercado y valiosas agendas que facilitan las labores comerciales.

Adicionalmente, el fomento del emprendimiento, con las debilidades comentadas, pone de relieve, por contraste, la ausencia de estímulos hacia las empresas. Estas últimas, al parecer, se han convertido, para el legislador, en entes separados del concepto de emprendimiento y eso que, hasta la fecha, y durante los últimos cuatro años, han sido las que se han llevado la peor parte de la crisis, junto con los trabajadores y los autónomos.

De hecho, no se explicaría la altísima tasa de paro que registra nuestra economía sin el proceso de destrucción de empresas y pequeños negocios que se ha producido en este tiempo. Si al número de empresas desaparecidas sumáramos el de autónomos, estaríamos hablando de cerca de 600.000 negocios cerrados desde el inicio de la crisis.

Hace falta recordar que las empresas con mayúsculas, al margen de una mayor flexibilidad en el marco laboral y en la organización de sus plantillas, no se han beneficiado hasta el momento de ninguna medida que apunte hacia un alivio de la carga fiscal que soportan. Más bien, todo lo contrario. Se han visto en la tesitura de afrontar una mayor presión en forma de supresión de deducciones y adelantos en la liquidación del Impuesto de Sociedades, todo ello para hacer frente a las ingentes necesidades de financiación del gasto público y con la rémora añadida de unos canales financiación prácticamente desecados. Sin duda, una estrategia que no deja resultar chocante cuando lo que se necesita es generar crecimiento y con él, empleo.

Pensamos, por tanto, que valdría la pena que el Gobierno reflexionase sobre el hecho de que en el camino hacia el crecimiento no caben dicotomías entre emprendedores y empresarios, sino solo una decidida apuesta por la inversión productiva, venga de donde venga.

Qué duda cabe que se deben generar nuevas vocaciones empresariales, si es posible impulsando esta elección desde las aulas. Pero, sobre todo, resulta prioritario preservar el tejido productivo ya constituido y que intenta sobrevivir al presente y ganar el futuro a base de innovar y explorar mercados exteriores.

Probablemente, este desafío conlleva abordar la cuestión empresarial desde una visión global, sin dicotomías ni falsas cábalas, y apostando por una hoja de ruta que debe contener, como elementos fundamentales, los incentivos a la innovación, el apoyo a la internacionalización, una menor fiscalidad y el máximo respeto a la seguridad jurídica.

Clemente González Soler es presidente de la Asociación para el Desarrollo de la Empresa Familiar de Madrid (ADEFAM)

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