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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

De la percepción financiera a la economía real

En enero, y por quinto mes consecutivo, España registró entrada neta de capitales extranjeros, recomponiendo en parte el desequilibrio generado durante todo el año anterior: desde julio de 2011 a septiembre de 2012, desde que Berlusconi se cerró en banda y descartó hacer las reformas que la Unión Europea le pedía y Zapatero convocó elecciones en España, hasta que Mario Draghi aseguró que haría lo que fuese necesario para garantizar la continuidad del euro. En ese trecho de tiempo habían salido de España nada menos que 350.000 millones de euros, con la sospecha nada infundada de que la moneda única tuviese los meses contados o que España tuviese su presencia en el euro también limitada. España, como el resto de países sureños, había perdido credibilidad financiera, visibilidad estratégica y atractivo para los inversores, y el abandono de capitales se intensificó cuando la crisis financiera se llevó por delante Bankia y España estuvo al punto mismo del rescate total.

A medida que los inversores retiraban su confianza en España, los precios de las compañías en la Bolsa cedían hasta los mínimos cíclicos y la prima de riesgo medida como rentabilidad del bono a diez años se disparaba hasta umbrales infinanciables para el Tesoro español. Tras la decidida iniciativa de Draghi, cierto que a continuación de la mayor subida de impuestos ejecutada por España como fue la que el presidente Rajoy anunció el 11 de julio, el dinero respiró y comenzó un retorno paulatino hacia las posiciones anteriores a la crisis. Los 350.000 millones que habían salido del país, nada menos que un 34% del PIB, comenzaron un retorno lento que no ha concluido, pero que ha permitido constatar que la percepción financiera hacia España ha cambiado y lo ha hecho para bien. Tal percepción ha estado acompañada por una creciente y extendida opinión de que España había hecho un notable esfuerzo en la reducción de su desequilibrio fiscal (ahora corregido por Bruselas en dos décimas y con criterios poco ortodoxos) y de que se había convertido en un objetivo de relocalización de inversión tanto financiera como productiva.

Pero de ello no se puede vivir. Mientras la fachada financiera mejoraba, se deterioraba la economía real, con datos espeluznantes en pérdida de empleo, en caídas de la renta disponible y en contracción de la demanda. La economía real se alejaba por momentos de la euforia financiera desatada y a la que había practicado adhesión el propio Gobierno. Los datos de consumo de los hogares medidos como ventas del comercio minorista revelan la parálisis de la demanda y lo profundamente inoculado que está el miedo al futuro en las familias. Por 32 meses consecutivos el consumo de los hogares desciende, justo desde que el Gobierno, de Zapatero entonces, decidió subir por vez primera el IVA, en julio de 2010, además de congelar pensiones y rebajar el sueldo a los funcionarios. El trecho existente entre la percepción financiera y la economía real debe atajarse para evitar generar falsas expectativas en los agentes económicos y para tener una idea más cabal de la situación de la economía y la sociedad.

El último informe del Banco de España pone los pies en la tierra a los optimistas, corrige sus excesos; retrasa el punto de inflexión de la economía y limita su avance cuando se produzca, y recuerda lo que tantas veces hemos advertido: queda mucho por hacer y no queda mucho tiempo. El discurso dominante de la nueva política económica, el de la devaluación de costes y precios para ganar la competitividad perdida, se queda en los púlpitos laicos de la economía, mientras los precios siguen su camino alcista reflejado en el IPC. Y el Gobierno parece haberse aletargado en su recetario reformista, como dando un pequeño respiro al personal tras un año de látigo fiscal, tanto en los ingresos públicos como en los gastos.

Los esfuerzos desacompasados dan menos resultados que la aplicación conjunta de todos ellos. Por eso debe acelerar cuantas reformas tenga a bien hacer, para elevar el crecimiento potencial de la economía y acortar el periodo crítico, acortar la distancia entre esta especie de amanecer financiero y el constatado crepúsculo de la economía real. Las pensiones, las Administraciones públicas, la energía no pueden esperar más. Son vitales para recomponer la credibilidad y, con ella, la financiación.

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