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Tribuna
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Salarios y bonus

En estas últimas semanas se ha estado hablando de la conveniencia de poner un tope a los salarios y los bonus de los directivos. Los suizos, haciendo ejercicio de democracia participativa, ya han aprobado un referéndum en el que proponen dar a los accionistas el poder de fijar los salarios de los directivos. La UE también se halla en proceso de estudiar cómo limitar de alguna forma las retribuciones de los altos directivos de las grandes corporaciones.

Hablar de salarios y de bonus puede tener poco sentido si no lo situamos en el contexto del mundo capitalista e intentamos tratarlo desde dicha perspectiva. En primer lugar, empieza a ser evidente que el cortoplacismo se ha convertido en un significativo problema económico y social. Las decisiones basadas en los intereses a corto plazo, ya sea con el punto de mira puesto en los beneficios, en los grandes salarios o en los bonus, afectan de forma importantísima al funcionamiento de nuestras instituciones. Por otra parte, nos topamos con la paradoja de que la sociedad no deja de encumbrar a las personas que se posicionan en las listas de los que más tienen o los que más cobran. Podemos mencionar la lista Forbes de las personas más ricas como un ejemplo de cómo estos rankings tienen un gran efecto social. En cualquier caso, al referirnos a los altos directivos son normalmente las revistas especializadas las que tienden a encumbrarlos, en ocasiones por razones simplemente interesadas.

Uno de los grandes problemas con los que nos encontramos es que se suele medir el éxito únicamente por los resultados financieros. Se puede encumbrar a un directivo, declarándolo unilateralmente como el directivo del año, por haber obtenido grandes beneficios. Pero al mismo tiempo puede haber despedido a 5.000 personas, creado un problema medioambiental en otro país o estar provocando dolores de cabeza interminables a sus clientes con un servicio de atención específicamente creado para ello. Así pues, en realidad uno de los grandes fallos de este sistema cortoplacista es que para crear valor financiero a corto plazo se pueden estar destruyendo otros valores a medio y largo plazo. Y el bonus acaba siendo la razón por la cual el pez acaba mordiéndose la cola de forma constante.

"El gran problema tiene nombres y apellidos: los directivos que ya no representan al capital, sino solo a sí mismos”

Además, es una lástima que el lenguaje financiero, que rige de hecho el mundo de los negocios, no contenga los mínimos matices de la ética y de la más básica humanidad. Los criterios con los que la sociedad, en general, y los medios de comunicación, en particular, encumbran o defenestran a los altos directivos tienen que evolucionar. Es necesario poner límites pero también es necesario que los medios de comunicación empiecen a valorar la actuación de los altos directivos de forma más equilibrada, tanto en referencia a los diferentes impactos de su gestión como en relación a sus efectos a medio y largo plazo.

Haciendo un ejercicio de psicología narcisista, el quid de la cuestión, posiblemente, se encuentre en el tipo de foto que podamos realizar a los directivos desde fuera. Solo con una foto transversal de nuestros altos directivos que muestre todos los impactos de su gestión organizacional acabaríamos también desenmascarando la falacia del éxito cortoplacista. Hoy en día, las redes ya se hallan en disposición de realizar dicho tipo de fotografía transversal tan necesaria. Ahora bien, con el fin de solucionar este problema de gestión, salarios e incentivos, que no se le ocurra a nadie imaginar complicadas reglas o normas; ni aplicar controles con poco sentido práctico; ni siquiera inventar bonitos códigos éticos. ¡No nos compliquemos la vida, ni tampoco alteremos las dinámicas básicas de los mercados! El problema no son ni los mercados ni el capitalismo en sus formas originales. El gran problema tiene nombre y apellidos: los directivos que ya no representan al capital sino solamente a sí mismos. De ahí los salarios y bonus desorbitados. Y, de ahí, la buena idea consistente en devolver el poder a los accionistas aprobada por los suizos. Una salida sencilla que, junto con algún límite legal complementario, sería más que suficiente.

El más grande de los padres del capitalismo, Adam Smith, especificó muy sabiamente: “Ninguna sociedad puede ser feliz y próspera si la mayoría de sus ciudadanos son pobres y desgraciados”. Las diferencias que generan los salarios desorbitados son demasiado grandes y estéticamente desafortunadas. El capitalismo bien entendido, el original, no implica necesariamente soportar estas grandes diferencias salariales que se justifican con absurdas ideas, como que los directivos podrían instalarse en otros países. ¡Ojalá fuera así! ¿Para qué queremos a gente con pocos escrúpulos y menos valores dirigiendo instituciones? Después de todo, el poder en las grandes organizaciones no está siempre correlacionado con las mejores competencias.

Juan Ramis-Pujol es profesor del departamento de Dirección de Operaciones e Innovación de ESADE-URL.

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