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Tribuna
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¿Dónde está la pyme?

Todos la usan, pocos le agradecen con honestidad sus servicios y hasta el acrónimo la pyme parece un alias con recao. Ella se sabe deseada y al mismo tiempo esclava de su propia timidez. Conoce las artes necesarias para satisfacer a sus clientes. Lo hace a medida, al detall, pero le cuesta presumir, acaso porque piensa que ese registro le pertenece por derecho de nacimiento a las grandes empresas, que a la hora de la verdad son las primeras en volcar sobre los hombros de las pymes la responsabilidad de soportar en gran medida el peso de la economía real, como Sísifo, castigado por los dioses a cargar una gran piedra que al posarla en la cumbre de la montaña rodaba siempre ladera abajo y vuelta a empezar.

En multitud de foros de debate, conferencias e incluso sede parlamentaria, numerosos prescriptores cincelan bondadosamente la identidad de la pequeña y mediana empresa española. Definen y redefinen su imagen, y hasta comunican en su nombre, mientras que la pobre pyme lampa por conseguir financiación para sobrevivir a la actual debacle, con la carga adicional de saberse observada y señalada como la responsable, quizás como la única fórmula posible para crear empleo y lograr que la economía brame de nuevo en un plazo razonable. Claro que no parece ayudar mucho el hecho de que las instituciones comprometidas en su tutela colisionen entre sí. Por un lado, y con una historia de 125 años dedicada al impulso empresarial, están las Cámaras de Comercio, y por otro las asociaciones empresariales, cuyos máximos representantes son al mismo tiempo los que rigen los destinos de las Cámaras.

Este cruce de destinos institucionales es contrastable y solo sirve para echar gasolina a una hoguera que a diario incinera numerosas pymes, en larga agonía burocrática similar a la de su creación. Facilidades para emprender, como se dice ahora a doble carrillo, mientras que la pyme española sigue necesitada de ayudas con valor añadido, entre las que también destaca la herramienta estratégica de la comunicación que permita hacer visibles sus logros en productos y servicios. Tras lograr al cabo de los años que la comunicación estratégica forme parte del núcleo directivo de la gran empresa española, en línea con las multinacionales de mayor proyección, la pyme sigue necesitada de la pedagogía que le ayude a entender que esta herramienta también está a su alcance. La clave está en asumir conceptualmente que se trata de una inversión y no de un gasto más.

De otro modo, y siempre en el plano de la imagen, será difícil trascender con nombres propios y marcas comerciales tanto el acrónimo pyme como el de sus patronales, e incluso el arcano de moda: emprendedores, con el que los líderes de opinión a la avant garde tejen un cesto donde colocar esta distorsión identitaria. Emprendedor parece hoy la palabra fetiche y será objeto incluso de una ley. Hay que ver. Con la de hallazgos directos que ofrece el castellano, como pequeñas y medianas empresas, acerca de cuyas posibilidades como motor económico queda un mundo legislativo por impulsar y comunicar adecuadamente.

La retahíla del emprendimiento puede sugerir una cortina de humo ajena al desarrollo empresarial. Suena a la pretensión de implantar por decreto el efecto garaje que alumbró algunos de los proyectos empresariales que han cambiado el mundo en las últimas décadas. E implantarlo aquí. En un país desindustrializado, falto en el dominio de idiomas y plagado de técnicos sin vocación viajera, es decir, sin la vocación de pioneros del mundo USA que inventó el teléfono, el motor de explosión y Silicon Valley. Esta cultura de perseguir sueños y cuantificarlos económicamente responde a un modelo social de ir siempre un poco más allá, apoyado por la complicidad de un sistema financiero que se atreve a arriesgar en la puesta en marcha de proyectos innovadores, con agilidad y rigor, sin someter a un tercer grado de solvencia al árbol genealógico del solicitante.

En una economía de mercado altamente competitiva nadie regala nada; mucho menos su sistema financiero, por muy proinnovador que sea. Se trata de crear riqueza, de que ganen todos los peones de la partida, tras aprender a leer las oportunidades que les brinda cada proyecto, lo cual se logra con una actitud proactiva hacia el desarrollo económico. No es fácil, sin embargo, coser tan diversos intereses, pero la comunicación estratégica ofrece la posibilidad de hacerlo con éxito. El problema reside en no comunicar con tino las aportaciones de cada proyecto empresarial a su entorno natural. Que solo será posible cuando la pequeña y la mediana empresa confíe en sus propias posibilidades de crecimiento, con la convicción de que pueden acceder -si bien, a su escala- a las técnicas de gestión más favorables para sus balances. De otro modo, otros usurparán su identidad y la recesión perdurará mientras que solo un potencial cliente se pregunte: ¿dónde está la pyme? Cuestión de expectación creada.

Jesús Parralejo Agudo. CONSULTING 360. Comunicación Estratégica

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