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Tribuna
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Reivindicar la política

Dignificar la política, el espacio de lo público, donde estamos todos, gobernantes y gobernados, Estado y sociedad. ¿Qué mas debe o tiene que pasar para que reaccionemos de una vez? Bochorno, vergüenza, sonrojo y descaro. Es hora de asumir una responsabilidad ética, un nítido realismo de unas situación erosionada y en descomposición, es hora de realizar una reivindicación de lo público y lo político, pero ¿puede regenerarse política y éticamente la política con unos partidos erosionados, sin credibilidad, sin democracia ni transparencia interna y externamente?

¿A dónde hemos de llegar?, ¿qué está pasando en la sociedad, en la democracia, en nuestros Valores con mayúscula? Todo se está degradando paulatinamente. Espectáculo bochornoso y hasta esperpéntico el que ofrece una viciada clase política, que nada entre aguas de demagogia e indiferencia. No toda, pero sí una buena parte que ha profesionalizado el quehacer público, el interés de todos en provecho sectario y propio. Corrupción, contundencia, sinvergonzonería a mansalva y despropósito definen actitudes, comportamientos, incluso principios.

Hoy en la medianía de la mediocridad política imperante hemos politizado las instituciones, una tras otra y al tiempo narcotizado y anestesiado en una indolencia permanente a toda la sociedad. Y en medio el ciudadano, el protagonista ausente, el mero convidado de piedra que ni siquiera discrepa, reflexiona y critica. El espectador silente y manipulado que pierde incluso el valor de la tolerancia, del respeto, de la dignidad del otro, de la libertad y el criterio propio.

No hay guión, no hay partitura ni plan. Nadie sabe qué hacer pero todos queremos cambiar una situación insostenible, en la ciénaga de una descomposición controlada del sistema que salió de la transición, o por mejor decir, es fruto de esa misma transición tantas veces sacralizada y elevada in extremis a un pedestal exagerado. Algunos vicios arrancan de ahí. Los partidos lo saben. Ausente la política lo político ha erosionado el sistema con la aquiescencia de una sociedad dada a la cultura de la subvención, del regalo y de la media verdad. La misma que tapa la crítica, la objetividad, el esfuerzo, el sacrificio, el rigor y la valentía. ¿Qué fue de la política? Nadie lo sabe, porque tal vez, nunca la hubo en este solar patrio desvencijado por la pasividad y la soberbia, el hedonismo y el materialismo prestado y que ahora hay que pagar. Sin cultura de la responsabilidad, gobiernos, ministerios, presidentes autonómicos, diputaciones y alcaldes, se creyeron que el mañana no llegaría, o atraparía a otros pero no a ellos.

"Hoy los partidos no son capaces de cortar sus propias raíces hundidas y hendidas en un sistema empodrecido. La pregunta es: ¿quién lo hará?"

Estamos atravesando una de las mayores crisis económicas que se recuerdan, una crisis que ha mostrado su lado más indómito, también irresponsable. Aquella crisis de tóxicos financieros de activos de altísimo riesgo, arrastró consigo toda la economía ante la pasividad y cierta indolencia de reguladores, supervisores y políticos de todo calaje ideológico. Y los gobiernos y los políticos eran rehenes de aquellos, gobernaron sobre todo para ellos, permitiendo, consintiendo, regulando como aquellos inquirían y necesitaban. Era la voracidad por la voracidad, con la complacencia y el silencio cómplice de muchos, el terreno abonado para quienes no fueron adversos al riesgo, y sí, a la especulación deshumanizada y contumaz. Pero tras esa crisis, cual tapada con un halo de ceguera voluntaria, estaba la crisis social, axiológica, la crisis de los valores que estábamos viviendo pero también ignorando conscientemente. Quisimos ser indiferentes, del primero al último, fijarnos en la circunstancia no en la esencia. El modelo productivo estaba asfixiado y aún así se quiso exprimir al máximo. Las voces críticas eran silenciadas. Se presumía de gestión económica, algunos incluso no desdeñaban en ponerse esas medallas, las mismas de las que ahora reniegan y echan balones fuera entre demagogias y retóricas huecas. Una crisis que no ha repercutido por igual a todos los países, sus embates han sido diferentes, las causas y las consecuencias también. En un país como el nuestro, adormecido en un modelo productivo anclado en el pasado, en la riqueza fácil y rápida, ante una precariedad laboral alarmante y enfangada en rémoras que nos lastraron y lastran. El déficit y el gasto público son desbocados, incontrolables, se trata de aparentar una imagen de actuación y eficiencia a través del gasto. Miopía calculada, error de fondo, medidas puntuales pero reducidas, limitadas y en no pocas ocasiones inconcretas, incoherentes e irrelevantes. Y con ello, como una bola de nieve cada vez más rápida y con mayor energía quedamos atrapados.

Amnésicos recordando, ciegos viendo, sordos escuchando. La política sucumbió a lo económico, a lo empresarial, hincó sus rodillas ante el gigante de los molinos de la nada y la voracidad de unos pocos. Con ella los vientos de una corrupción y una podredumbre moral y ética que tenía atrapada a sus propios valedores, no todos, pero sí muchos que cayeron en la tentación de servirse desde lo público para lo privado. Bolsillos de cristal, conciencias de papel. Es hora de reivindicar la política, es hora de actuar, es hora de hacer desde la reflexión y la energía decidida. Pero hoy no tienen credibilidad los partidos. No son capaces de cortar sus propias raíces hundidas y hendidas en un sistema empodrecido. La pregunta es ¿quién lo hará?, ¿Cuándo y cómo lo haremos? La brújula está desorientada. El pensamiento mudo y el coraje ausente.

Abel Veiga Copo es profesor de Derecho Mercantil de ICADE

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