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El Foco
Tribuna
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La potencia emergente del siglo XXI

América Latina está registrando un proceso de modernización similar al vivido por las regiones desarrolladas. El autor analiza los factores que explican el crecimiento de la región, así como su futuro

América Latina se encuentra recorriendo el siglo XXI como un continente que registra un proceso de modernización similar al de las regiones desarrolladas o avanzadas. Lejos de una excepción, el curso de su historia revela pautas evolutivas similares desde la perspectiva modernizadora: industrialización, urbanización, cambio demográfico, desarrollo social, nuevas infraestructuras, educación y sanidad para una mayor parte de la población, así como una disminución de la pobreza. Por consiguiente, podemos preguntarnos si América Latina es realmente una potencia emergente en el siglo XXI.

Una potencia o país emergente es aquel que, aun siendo una economía en vías de desarrollo, comienza a crecer impulsado por su propio sistema productivo que se hace más eficiente y competitivo, apoyado por la demanda interna, sus crecientes ventas al exterior y su nivel de renta que aumenta. En otras palabras, una región emergente es aquella que obtiene para el conjunto de sus países un crecimiento económico moderno, esto es: el aumento sostenido del producto per cápita o por trabajador, como consecuencia de reformas estructurales que permiten incrementar la eficiencia del mercado.

El crecimiento económico moderno de América Latina ha repercutido en el nivel y reducción de la pobreza, aspecto que se debe destacar por su impacto positivo. Esto supone que las personas disponen de un mayor poder adquisitivo, lo cual representa una ventaja que permite dinamizar y potenciar las economías de los países. Este impacto se trasmite rápidamente tanto por la vía de los salarios, que mejoran, permitiendo un mayor acceso a los bienes y servicios, como por los beneficios empresariales, que se ven incrementados y con mejores expectativas, situación que ha provocado que en pocos años Latinoamérica haya conseguido crecimientos altos y sostenidos que han facilitado una amplia creación de empleos que han rebajado la cifra de paro a niveles no conocidos.

Si el consabido éxito económico de la región se somete a prueba como potencia emergente en el siglo XXI, se hace necesario el establecimiento de políticas macrofinancieras inteligentes, para demostrar que lo acontecido no haya sido solo un crecimiento cíclico, sino todo lo contrario, se ha convertido en un crecimiento sostenible de largo plazo. Crecimiento que está en gran parte protagonizado por la incorporación intensa y extensa del avance organizativo, científico y tecnológico que han hecho posible no solo la modernización del sistema productivo sino también del sistema educativo que facilita la utilización de las nuevas herramientas y programas tecnológicos que acercan lo que ocurre en San Pablo, México DF o Santiago de Chile de lo que acontece en Palo Alto, Mountain View, Sunnyvale o cualquiera de los suburbios del sur de la bahía de San Francisco que forman parte de Silicon Valley.

América Latina se encuentra en una aceleración y expansión sin precedentes de sus plataformas y sistemas tecnológicos, después de mucho tiempo ser considerada una región atrasada, aunque muy rica en minerales y recursos naturales. Afortunadamente también se encuentra en la nueva dinámica que la lleva e impulsa a cultivar una cultura de emprendimiento tecnológico sin precedentes históricos. Desde Uruguay hasta México, emprendedores tecnológicos merecen la atención de cada vez más inversionistas norteamericanos, europeos y asiáticos, siendo estos emprendimientos diversos, de distinta intensidad y nivel.

América Latina, respondiendo a este "sentimiento positivo", ofrece un mercado cada vez más amplio y atractivo por ingresar cada vez más consumidores con potencial de mejorar, lo que sugiere que será una región cada vez más fértil para las inversiones y por su creciente desarrollo, un destacado consumidor de tecnologías de la información y comunicación, pues sus habitantes son increíblemente sociales.

La mitad de los 10 principales mercados del mundo, según el tiempo que dedican a las redes sociales como Facebook y Twitter, están en Latinoamérica. Se estima que las ventas de comercio electrónico en 2013 superen los 69.000 millones de dólares, más de 50 veces el total de hace una década. Mientras que la penetración de los teléfonos móviles en México exceda del 100% para 2013, más de 20 millones de mexicanos -cerca de uno de cada cinco- ya poseen teléfonos inteligentes. Y además, se prevé que el gasto publicitario en la red se duplique frente a los niveles de 2010, alcanzando en el año 2014 los 4.000 millones de ¬dólares.

Pero mucho cuidado, prudencia y memoria, que no sea este periodo el reflejo dulce de lo sucedido durante la primera mitad de los años noventa del siglo XX, entonces, cuando los acontecimientos políticos y económicos de los países en vías de desarrollo desafiaron todas las expectativas. Países que parecían incapaces de ¬recuperar el acceso a los mercados ¬financieros mundiales antes de una generación, de repente se convirtieron en los favoritos de los inversores privados que los inundaron con ¬entradas de capital a una escala que no se había visto desde antes de la Primera Guerra Mundial. Gobiernos que habían pasado medio siglo ¬practicando políticas estatistas y ¬proteccionistas, súbitamente ¬adoptaron la religión del libre ¬mercado.

Tengamos muy presente que en la economía de libre mercado, la capacidad para generar riqueza y empleo depende de la capacidad de emprender de sus empresarios y directivos. Esta característica representa el compromiso de los agentes sociales para reconocer nuevas oportunidades de negocio y crear nuevas empresas. Y se manifiesta también en la voluntad de explotar las oportunidades existentes mediante el crecimiento de las compañías que se encuentran en el mercado, pero también de la fuerza y voluntad de emprendimiento existente en la sociedad, por cierto, no exenta de dificultades y obs¬táculos, sean estos legales, financieros, educacionales o formativos, que también frenan el desarrollo emprendedor en las empresas que, como se ha indicado, representan la fuente principal del crecimiento de una economía y, por tanto, del bienestar de la sociedad.

Ramón Casilda es Profesor del IEB. autor de 'América Latina Emergente' (editorial universitaria Ramón Areces, 2002)

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