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Secretos de despacho

El rincón más confidencial de McKinsey

Alejandro Beltrán siente pasión por el cliente y huye de su despacho.

McKinsey.
McKinsey.Pablo Moreno

Tal vez muchos de los secretos sobre la estrategia de futuro de la empresa en la que usted trabaja los tenga Alejandro Beltrán (Madrid, 1972), socio director de McKinsey & Company. Ante él, muchos de los presidentes y consejeros delegados de las grandes compañías confiesan sus planes y le piden apoyo para desarrollar un nuevo producto, hacer un ajuste, una fusión o salir a un nuevo mercado. Pero ninguno de ellos pisa su despacho, el lugar más confidencial de la consultora.

"Es una norma de la casa. El cliente no viene por aquí. No me gusta que entren al despacho. Siempre puede haber un papel o encontrarse a alguien. Es por un tema de confidencialidad, tal vez exagerado, pero lo preferimos así", reconoce Beltrán. Eso le permite lo que más le gusta de su profesión, visitar al cliente y pensar con él posibles soluciones. De hecho, a pesar de ser el máximo ejecutivo de McKinsey desde 2011, ha mantenido la relación directa con algunos de sus asesorados.

Beltrán, licenciado en Administración de Empresas y MBA por IESE, no pensó en dedicarse a esta profesión. "Quería probar. Entré en McKinsey por dos años, cuando terminé el máster. Y llevo 15. Me encanta el reto intelectual que supone cada proyecto".

Cree que un buen consultor debe ser sincero, ante todo, con el cliente y estar muy cerca del máximo ejecutivo de la empresa. "No siempre les gusta la sinceridad. Recuerdo que un consejero delegado nos echó porque le decíamos cosas que no quería oír. Pasado el tiempo, me lo encontré y me reconoció que yo llevaba razón, pero que no lo podía admitir ante el resto de la empresa".

No serán pocos los que critiquen su trabajo, el del consultor, a veces asociado con ideas vacías o erróneas ideadas por personas ajenas al día a día de la empresa asesorada. "No creo en el consultor paracaidista que llega y soluciona los problemas", se defiende. "Los clientes cada vez están mejor preparados. Nuestro trabajo pasa por tener la capacidad de hacer que las cosas sucedan", explica. Cree que ellos aportan "la experiencia del mercado, la visión objetiva e independiente" y sirven de "catalizador en las organizaciones para acelerar los procesos".

Como en cualquier auditora y consultora, la masa de empleados es muy joven y con mucha rotación. Además de ser muy exigente. "Cada proyecto solo dura dos o tres meses, por lo que hay que dedicarle muchas horas. Parece inhumano, pero yo puedo decir que la mayoría de mis amigos son de aquí". La media de edad en la firma es de tres a cuatro años de experiencia. Reciben 5.000 currículos al año, pero solo seleccionan a 50 jóvenes, la mayoría recién graduados. Cuando terminan sus primeros dos años de trabajo casi todos son invitados a marcharse. Solo quedará una minoría a los que se les financia un máster fuera de España y que luego volverán a la filial de esta firma estadounidense para ascender en el escalafón de asociados, mánagers, séniors y socios. "Nuestro único activo son las personas. Mi papel como director es desatar la energía de estas mentes brillantes". Entre muchos de los viajes que debe hacer se encuentra, precisamente, el del comité mundial de la compañía que decide la promoción de los empleados.

"Viajo bastante y por eso mí día a día es muy diferente. Aquí me reúno con mi equipo para resolver problemas o para alguna videoconferencia. Y confiesa: "Reconozco que piso muy poco este despacho. Mi secretaria tiene mucha paciencia conmigo para localizarme".

Sencillez y arte

Es primera hora de la tarde. Una hora en la que en cualquier compañía se verían empleados. No es el caso en McKinsey. Los consultores están en casa de los clientes y por los pasillos reina la tranquilidad. Los despachos de la planta noble prácticamente están desocupados. Si llega algún cliente se le recibe en salas privadas de reuniones en el piso bajo. La orden es que nadie pasee por las partes sensibles, siempre por una cuestión de confidencialidad.La decoración del interior del edificio con solera, junto a la glorieta de Alonso Martínez en Madrid, es bastante googleliana: minimalista, con lugares de esparcimiento para los empleados. El despacho de Beltrán también es sencillo. Suelo gris, mobiliario oscuro y paredes blancas. Solo dos puntos de color (de tonos rojos en este caso) le dan personalidad a la estancia. Son obras de arte. Una pintura de Carmen Pombo y una litografía de Luis Feito, ambas elegidas personalmente por este ejecutivo entre una selección facilitada por la firma. Tampoco cuenta con demasiados objetos personales en el despacho. Alguna foto de familia, una copa de fútbol ganada en un campeonato de empleados, una viñeta enmarcada y elaborada por un grupo de consultores en el que se le ve a él junto a varios compañeros o una brida de acero regalada por un cliente. En otra pared, una pizarra donde escribe ideas y el toque moderno de una pantalla de videoconferencias.

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