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Columna
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Ejercicio de prestidigitación de Rato

Rodrigo Rato llegó a la Comisión de Economía del Congreso de los Diputados con 25 minutos de inexplicado retraso, generó una orgía de cámaras de televisión y fotógrafos en forma de disparos y de flashes. Se sentó a la derecha de la presidenta, Elvira Rodríguez, que le dio la palabra sin limitación de tiempo. Rato inició entonces la lectura de un texto que traía escrito de casa durante más de 50 minutos. Era un compendio de detalles de sobra conocidos y de naturaleza irrelevante, que le servían para escamotear las cuestiones capitales por las cuales comparecía. Recorrían un itinerario en el que aparecía exento de toda responsabilidad, mitad gestor impecable, mitad dócil instrumento de las decisiones del Banco de España. Todo para concluir disipando la creciente perplejidad de los diputados al decir que se había marchado al observar diferencias de criterio con el ministro de Economía y Competitividad, Luis de Guindos, sin llegar a mencionar su nombre.

El de ayer fue un extraordinario ejercicio de prestidigitación que podría incluirse entre los números circenses de Pompoff y Tedy o Gaby, Fofó, Fofito y Milikito. Conforme Rodrigo Rato iba leyendo sus folios, todo eran auditores de nombres tan prestigiosos como irresponsables trayectorias (¿cuántas fortunas no se habrán hecho con estas ruinas?), series numéricas lanzadas al aire como los platillos del malabarista sin que ninguno cayera al suelo con estrépito, planes estratégicos pagados e inútiles desde su recepción, vía crucis de los test de resistencia, regulaciones legales añadidas, llamamientos atendidos del Banco de España, deterioro del contexto, mucho deterioro del contexto, devaluación de los activos, exigencia de mayores provisiones y otros padecimientos innumerables, sufridos todos a cuerpo limpio al frente de unos consejos merecedores de toda veneración y de un nuevo consejero delegado de trayectoria ejemplar e inatacable por los ácidos.

Tampoco había en Rato una sola línea de objeción a la herencia recibida de su antecesor en Caja Madrid, Miguel Blesa, ni nada que maliciarse de Bancaja, ni de sus administradores. Nada por aquí, nada por allá y allez hop, salió el conejo de las pérdidas millonarias que han sido el fulminante del rescate europeo a la banca española con los condicionantes que vamos conociendo. De manera que las responsabilidades, al maestro armero.

Por eso, al final cundía la frustración entre los congregados. Habían asistido al festival del escaqueo. La expectación suscitada desde que se había anunciado hace días la vuelta de Rodrigo Rato a los ruedos del Congreso de los Diputados, que hizo colgar el cartel de no hay billetes, quedaba desmentida. La comparecencia ante la Comisión de Economía, que había estado bloqueando con su mayoría insolente el Grupo Popular hasta que invadido por la vergüenza prefirió autorizarla, se había metido en un cesto con las del exgobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, el expresidente de Novacaixagalicia, Julio Fernández Gayoso, el exsecretario de Estado de Economía, José Manuel Campa, o la vicepresidenta de Economía y Hacienda, Elena Salgado.

Pero como en tantas tardes de la Feria de San Isidro, cuando no salen toros es imposible sostener el interés por la fiesta. Aceptemos que el reglamento de la Cámara necesita actualizarse, pero mientras tanto podrían cambiarse los usos. Por ejemplo, a Rato se le debería haber impedido la lectura de sus folios que, fotocopiados por los servicios de la Cámara, correspondería haber entregado con anticipación a todos los diputados. Con esa lectura previa cada uno de ellos habría tenido combustible para formular sus preguntas al compareciente desde el primer minuto de su presencia en el estrado.

Además, con ayuda de una pizarra o de un power point, las cifras de Bankia deberían haberse podido proyectar sobre una pantalla, de forma que pudieran situarse en su adecuado contexto y dejar establecida su conveniente relación comparativa. Pero un desfile leído de cifras se convierte en una serie numérica incapaz de ser tomada al oído para su análisis crítico. Tampoco puede aceptarse que el compareciente exhiba cartas de las que solo lee los párrafos escogidos que le resultan favorables. Conclusión: fuese y no hubo nada.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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