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El foco
Tribuna
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Economía en tiempo de tribulación

El autor analiza las distintas etapas de la actual crisis económica, repasa las causas que han llevado a esta y reflexiona sobre posibles alternativas. También recuerda que los economistas no son futurólogos .

Vivimos tiempos ciertamente inciertos, valga el juego de palabras. Es el peor momento para una generación, la mía, acostumbrada a disfrutar de amplios derechos (no privilegios ni comodidades), por los cuales pelearon, trabajaron y entregaron su vida nuestros antepasados. Resulta muy oportuno reivindicar esa sangre, ese sudor y esas lágrimas, frente a quienes pretenden aprovechar esta coyuntura para recortar en cuestiones esenciales. No es ya que estemos "tocando el fondo", como escribió Gabriel Celaya y cantó Paco Ibáñez. Es que ni siquiera vemos ese fondo con claridad.

Desde que empezó la crisis, hemos pasado por tres etapas. Una primera, ya olvidada, con coordinación internacional, pero también con declaraciones grandilocuentes ("refundaremos el capitalismo", "meteremos en cintura a la banca" y otras lindezas).

Un segundo momento de cierto optimismo pragmático, cuando se sacó de la tumba académica a Keynes y los Gobiernos acometieron políticas de estímulo fiscal. Esto permitió mitigar el impacto de la crisis y, al tiempo, quebró el paradigma de la desregulación de los mercados financieros y el papel subsidiario del sector público.

La tercera fase, en la que estamos, propició un duro ajuste en el que Keynes volvió a su panteón y esta vez tiraron la llave de la cerradura.

¿Habrá una cuarta fase y un nuevo énfasis en el crecimiento de la economía y el empleo? Pues sospecho que depende mucho de lo que pueda pasar tras las elecciones francesas, las de EE UU y las alemanas. ¡Ay, la globalización!

Durante una recesión, lo peor que podemos aplicar es una austeridad excesiva porque solo provocaremos un agujero económico aún mayor. O cambiamos de rumbo o caminamos hacia el "suicidio económico" de Europa, por utilizar la afortunada expresión de Paul Krugman. No podemos ser esclavos de la numerología contable de inspiración alemana, proscribiendo siempre el déficit público y la inflación, algo que ya sostienen hasta los economistas del FMI en su último informe de situación. Con las cifras de paro que tiene España, el drama y el conflicto social pueden ser de órdago, si no hacemos algo diferente ya.

Existen alternativas y muchas de ellas pasan por hacer lo que no se quiso hacer durante décadas. Entonces se demonizaban los impuestos, escuchando a diario ofertas de rebajas fiscales a líderes políticos de todo signo y condición. Esa batalla algunos la dieron por perdida antes de tiempo y claudicaron ante lo que solo era una visión fragmentaria de las cosas. Como "España iba bien", los ingresos cíclicos permitían seguir gastando y por eso no se notaba la silenciosa sangría de ingresos estructurales. Hasta que llegó la crisis y "mandó a parar". Entonces vimos en toda su crudeza el deterioro al que habíamos sometido al sector público y comprobamos cómo el Estado se había quedado debilitado para hacer frente con eficacia a los mercados. Ahora constatamos que las siguientes piezas a cobrar van a ser los servicios públicos fundamentales.

No digo que haya que gastar sin control, pero sí que los ajustes se hagan de forma coordinada y en periodos más razonables de tiempo. Al lado de esto, el Banco Central Europeo se debería implicar más en facilitar el crecimiento y el empleo, aunque fuese a costa de elevar la inflación temporalmente.

La Economía, esa "ciencia lúgubre", como dijera Thomas Carlyle, puede ser también la "economía humanista" de José Luis Sampedro. Economistas los hay buenos, malos y pésimos; progresistas y conservadores; monetaristas y keynesianos; europeos, americanos y -cada vez más- asiáticos. También los hay críticos, si es que esa crítica significa contraponer ideas y argumentos a cierta ortodoxia dominante. Parafraseando a José Ángel Valente, huyamos de los economistas que "creen tener razón solo por haberla tenido".

Los economistas cotizamos a la baja en estos momentos, aunque no sé si tanto como los políticos (ahora mismo, me compadezco de quien sea ambas cosas a la vez). Muchas veces nos ridiculizan, metiéndonos a todos en el mismo saco, diciendo con sorna que somos los predictores del pasado o los que ofrecemos explicaciones de lo obvio. Mucha gente piensa, como Woody Allen, que la economía solo es "el estudio del dinero y de la razón por la cual este es bueno".

En defensa de la profesión hay que decir que los economistas no somos futurólogos, si bien tampoco deberíamos jugar a serlo. Cada vez que leo un nuevo informe de las agencias de calificación o de algún instituto de predicción me pregunto por qué van a tener ahora más credibilidad que los que elaboraron antes de la crisis y que tanto contribuyeron al desastre.

No hay una economía. Hay muchas formas de enfocar los problemas de asignación, redistribución y estabilización. Quien ose imponer las suyas, basándose en una supuesta superioridad, debe presentar evidencia sólida y no un simple apriorismo ideológico. Muchas veces se parte de falsos axiomas y de supuestos irreales, lo cual nos conduce a conclusiones precocinadas y sesgadas. Si hacemos caso a la tautología de Jacob Viner, "la economía es lo que hacen los economistas". Nadie tiene la verdad absoluta.

La economía tampoco es grande porque debe interrelacionarse a diario con la sociología, la psicología, la filosofía, el derecho, la ciencia política, las ciencias de la naturaleza o la Ingeniería. Yo recomendaría a algunos colegas economistas un poco de humildad, por mucho aparato matemático que utilicen o por mucho que en ciertos momentos su pensamiento esté de moda.

La economía no es, en fin, nada libre, dada su dependencia de la cambiante y compleja sociedad en la que se enmarca, así como de los sistemas democráticos en los que opera. Allá donde la economía parece funcionar bien, pero no existen democracia ni derechos, algo elemental está faltando (China es un excelente ejemplo).

Thomas Paine, uno de los padres intelectuales de la independencia de EE UU, afirmaba que "hay momentos en que el sentido común se convierte en revolucionario". Si somos capaces de aplicar un poco de esa receta, podemos volver a subir pronto al tren del progreso económico y del desarrollo humano.

Roberto Fernández Llera Economista y doctor por la Universidad de Oviedo

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