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El foco
Tribuna
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Una economía sin crédito

El autor analiza la difícil situación económica española, lastrada por una sequía de financiación que estrangula el crédito y se ve agravada por los efectos de las estrictas políticas de ajuste

Mientras la tasa de paro se acerca a un escalofriante 25%, la economía continúa deslizándose por la senda de los ajustes presupuestarios y de la recesión económica -se ha perdido el crédito de la confianza en los mercados internacionales y tampoco hay financiación interna para las actividades económicas-, la respuesta adoptada es deficiente y demasiado sesgada, hasta el punto de que en los últimos 10 trimestres, la economía española se ha comportado peor que la eurozona. En plena espiral reformista, la situación financiera de la mayoría de la población ha empeorado sensiblemente.

Pese a que el sector público modera su demanda de recursos financieros, a medida que recorta su déficit, el crédito no llega a muchos agentes económicos. La sequía afecta a todas las actividades económicas y todo tipo de préstamos personales. ¿Servirá la reforma del sistema financiero para desatascar el crédito? Parece poco probable. Es loable la decisión de reducir remuneraciones a los directivos de las entidades que percibieron fondos públicos y acertada la política de ajustar finalmente los activos tóxicos a su valor real de mercado, pero el crédito está estrangulado por problemas de financiación que la recesión económica y las políticas de ajuste agravan.

La rentabilidad bancaria disminuye a medida que se conceden menos créditos, se provisionan activos dudosos y se ralentiza la captación de recursos. La dependencia exterior es extrema, hasta el punto de que las entidades financieras españolas son clientes principales (que no predilectos) del Banco Central Europeo. En el contexto actual, las inyecciones de liquidez se canalizan hacia la adquisición de deuda pública y facilitan tiempo para el saneamiento de balances, pero el objetivo principal de un sistema financiero en lenta recomposición no parece ser dinamizar la actividad crediticia sino afrontar en la mejor condición el proceso vigente de fusiones y adquisiciones.

Mientras, la economía se resiente. Si la causa principal de la crisis financiera fueron los excesos de crédito derivados de la burbuja inmobiliaria, la estrategia de respuesta es poco consistente. Entre 2004 y 2008 el endeudamiento de las familias creció en 370.000 millones de euros. Se afirmaba que el ajuste posterior era beneficioso porque las familias mejoraban su nivel de ahorro, paso previo a la resolución de su endeudamiento. Efectivamente, en 2009 el ahorro familiar aumentó casi un 40%. Sin embargo, la persistencia de la crisis y la aplicación de políticas restrictivas llevan el ahorro familiar a transitar por un camino descendente y de pendiente pronunciada. En los dos últimos años, el ahorro de las familias se ha reducido en casi 50.000 millones de euros. El aumento de tasas e impuestos, las disminuciones salariales, la caída de dividendos y el recorte de prestaciones sociales han socavado la evolución de la renta disponible. Y la expansión y persistencia del desempleo conducen a más del 20% de los hogares españoles hacia el umbral de pobreza y sin opciones reales de ahorro.

En la actualidad, el ahorro familiar ya se destina esencialmente a amortizaciones de créditos sin que, en contrapartida, disminuya sensiblemente la deuda, que se mantiene cercana a los 900.000 millones de euros. El retorno del capital es lento porque la capacidad económica para amortizar es cada vez más limitada, los vencimientos son largos y el mercado no facilita la venta de inmuebles. Si además anualmente otro 10% de la renta familiar disponible se dedica al pago de intereses, ahorrar es un objetivo utópico para muchos y la política de ajustes empeora su precaria situación financiera.

No está en vías de solución la crisis de la deuda privada cuando los ingresos netos de las familias, tanto procedentes del trabajo como del capital o de prestaciones sociales han pasado de cubrir casi el 70% de su deuda a situarse cerca del 50%. De hecho, la crisis ha volatilizado hasta el momento una cuarta parte de la riqueza financiera de las familias, casi 250.000 millones de euros. En media, cada persona lleva perdidos 5.300 euros de su patrimonio. Si añadimos la desvalorización de los inmuebles, el patrimonio familiar está en clara regresión.

Empobrecidas y con menor capacidad para afrontar deudas, difícilmente las familias serán fuente de estímulo económico. Mientras, las empresas tampoco generan recursos suficientes para reducir su elevado endeudamiento (más de 1,2 billones). Las principales resisten emitiendo nuevas acciones o deuda corporativa y buscando ingresos en el exterior, estrategias que no están fácilmente al alcance de la mayoría. ¿Sorprende que en apenas cuatro años las familias hayan pasado de invertir el 13% de sus ingresos a menos del 2%? ¿O que la demanda interna explicará por sí sola un descenso del 4% del PIB en 2012?

La austeridad interminable va más allá de purgar errores del pasado. Caídas de actividad y rentas dificultan el aumento de ingresos públicos, ensombrecen las previsiones de déficit y añaden presión para recortar indiscriminadamente gasto público. Sin financiación ni oportunidades de empleo, las políticas aplicadas condenan a muchas personas a subsistir de su red familiar, consumir sus ahorros, malvender propiedades y buscar refugio en actividades sumergidas. La incapacidad para ofrecer a la población expectativas de empleo digno y un modelo económico atractivo es el contrapunto trágico a la opera bufa de la política europea. La restricción del crédito bancario, la rendición de la inversión pública, los recortes en políticas que estimulan la productividad, la descapitalización por un desempleo masivo y persistente y la ausencia de estrategias de crecimiento económico no mejoran las condiciones para invertir. Si además nuestros principales socios comerciales también participan de la kermés del ajuste presupuestario compulsivo, la cartera de pedidos de muchas empresas se retrae y no invita a asumir grandes riesgos. Muchas familias y empresas pierden su solvencia al sucumbir a ese círculo pernicioso.

Y mientras esto ocurre, se amenaza a diario con más penalidades. Si las expectativas son esenciales para el buen funcionamiento de la economía, los anuncios constantes de nuevos recortes y ajustes más duros no mejoran la percepción de la situación económica ni estimulan inversiones. No habrá salida de la crisis sin una reactivación sostenible del empleo. Y sin financiación ni confianza es mucho más difícil asumir riesgos, invertir capital y recuperar crédito internacional.

Josep Lladós. Profesor de Economía de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)

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