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El foco
Tribuna
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Réquiem por la universidad

Tras realizar una reflexión crítica sobre el sistema universitario, el autor afirma que la clave de su reforma está en abordar en profundidad una mejora en la calidad de la docencia y la investigación

Cuál es la situación real de la universidad española?, ¿por qué se ha llegado hasta un punto de no retorno, de marasmo, de endogamia congénita y no meritocrática, de paralización en algunos casos? El Gobierno aborda una de las aristas del problema, la financiación, las tasas universitarias. Se nos dice que nuestros universitarios están subvencionados y que el sistema no aguanta. No hay para pagar servicios públicos. Dramático, ¿realidad o exageración? Pero, ¿por qué se ha llegado a esta situación? ¿Realmente queremos una reforma integral que nos sitúe en el nivel educativo, de prestigio, investigación, formación y profesionalidad homologable a las mejores universidades de otros países? Los Gobiernos no apuestan por la investigación. Esta requiere tiempo, fondos, dedicación, constancia y resultados. Incluso la inyección de fondos de empresas privadas, fundaciones, etcétera.

La universidad es una puerta y espejo de la sociedad. Un informe desvela que la mitad de los profesores que investigan no lo hacen, pero cobran. Casi 80 universidades en España. Una cincuentena de públicas. Más de 330 campus. Hiperinflación de títulos y espacios, no de conocimiento. No hay dinero para las públicas. Las privadas o las de la Iglesia se mantienen esencialmente de las matrículas de sus alumnos y en un tanto por ciento ínfimo de convenios con empresas.

Réquiem por la universidad, por la investigación. Un músculo artificial y artificioso que no ha hecho sino multiplicarse. Una universidad casi en cada provincia. Varias en cada comunidad autónoma. Y siempre de espaldas las unas de las otras. Un 30% de abandono universitario. Tasas de desempleo alarmante en nuestros licenciados. Lucha cainita por los fondos. Recortes, reducciones. Pero algo no funciona. Se sigue improvisando y la bola de nieve crece. Algo que no se soluciona con la creación de una eufemística comisión de sabios. ¿Sabios?, ¿todos?, ¿cómo sienten la universidad si ya han coronado muchos de ellos la cima de su carrera?

Más allá de la retórica de los discursos, más allá de la demagogia de las promesas está la realidad, la que se cimbrea sobre los hechos concluyentes, la que busca resultados. Pero más allá está la evidencia de que en este solariego y a veces desmadejado país la investigación no es una prioridad. Tampoco la educación, la excelencia, la exigencia para todos. Una y otra vez arrastran los mismos problemas, sobre todo financieros, de respeto, prestigio, consolidación de prometedoras y exitosas carreras científicas de nuestros docentes, investigadores que están condenados a marcharse. En un país donde la ciencia, como motor y paladín de su sociedad, es relegada una y otra vez, el conocimiento se empobrece, se fragiliza. En un país donde no se respeta a los científicos, donde no se les provee de medios y recursos suficientes, no hacemos más que empedrar el camino hacia la insignificancia. El futuro es sombrío, como lo es el desarrollo, el progreso de su sociedad en suma.

Habilidades, competencias, destrezas, cualificaciones y financiación. Recortes de cientos de millones. El aldabonazo cainita de una logomaquia política que ignora lo que en verdad es y puede llegar a ser. Mucho eslogan de I+D+I pero estéril y vacuo si no se tiene el respaldo económico y financiero que se necesita. Es cierto que en tiempos de crisis, la tijera poda, corta y arrasa, también el tejido. Hay que priorizar, racionalizar, pero hay que ir algo más allá, a la médula misma del problema, y apostar por la formación de calidad. El rigor, la exigencia. Porque también hay muchas clases de universitarios.

La vida académica está hoy en buena medida denostada por muchos aun siendo cuna de excelencia, de pluralidad. No permitamos que la endogamia, cáncer punzante y axial, así como la atonía intelectual embarguen por más tiempo el horizonte. Medianías y simplismos siempre los ha habido y los habrá, bien enjaezados de vanidad y egoísmo maniqueo. Pero estos no pertenecen solo al ámbito universitario, son constantes en una sociedad donde todo se relativiza, desde el pensamiento a los valores, los principios y los comportamientos. Una sociedad raquítica de ideas, indolente y pasiva. Es el sino amargo de nuestros tiempos, el que nos rodea y abraza al salir de nuestras aulas, el que envuelve la atmósfera de nuestra propia cotidianidad. Coraje y valor son remedios frente a la cobardía moral. Seamos capaces de ofrecer algo más a nuestros alumnos.

Revitalicemos la universidad. Cuna permanente de libertad y conocimiento. De competencia, formación, investigación y vanguardia. No se puede recortar por recortar, amputar por amputar, cerrar por cerrar. Hay que analizar, estudiar, reflexionar y apostar hacia el futuro, en titulaciones sin salida, en programas sin alumnos o deficitarios. Apostar por formación continúa pero de extraordinaria calidad. Quién no ha oído decir: "Estudiar fuera un máster de verdad". Pero ¿es que aquí no los hay de peso y calidad? Miles de másteres, miles de programas de doctorado, ¿para qué?, ¿negocio?

Nos habla el ministro del ramo de esa racionalización de los gastos, de las estructuras de gobierno, de la responsabilidad. Todo eso está bien, pero no es lo principal. Hay que ir más allá. Profundización y rigor, formación y exigencia continua a los cuerpos docentes e investigadores. Docentes que, en algunos casos, tras alcanzar la plaza, dormitan en publicaciones añejas y se vuelven ágrafos, o buscan otras actividades profesionales llenándose los departamentos de asociados por horas pero que no harán carrera universitaria y sí llevar el peso de clases, prácticas y correcciones. Pero la universidad se convierte en un trampolín deseado por muchos.

Réquiem a la ciencia. Réquiem a una universidad esclerotizada y elefantiásica que se ha extendido por capas y por mimetismo. La universidad es el espejo de una sociedad, la senda que traza el camino de progreso y porvenir de un pueblo, de sus científicos, de su desarrollo humano y profesional. Deberían esos sabios tomar el bisturí y preocuparse por la cirugía de la calidad docente, la cirugía de la selección de profesorado y funcionariado, la cirugía de la formación y continuidad investigadora de esos profesores con criterios de objetividad y rigor, calidad y avance de la ciencia en sus respectivos campos. Eso sí serían sexenios, pero de claridad y calidad. Exigencia, rigor, esfuerzo, reto intelectual. Constantemente al servicio del conocimiento, no de otros.

Algunos creían que el nuevo Gobierno ya tenía en mentes esta reforma. Hoy vemos que no, propone una comisión. La vieja máxima napoleónica aseveraba: si quieres que un problema se solucione nombra a una persona, si quieres que se retrase, nombra dos, y si quieres que nunca se resuelva, una comisión.

Abel Veiga Copo. Profesor de derecho mercantil de Icade

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