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Tribuna
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Sonrían, por favor

Visito a mi CEO preferido, y esta vez me sorprende con una imagen, conceptual, en la entrada de su despacho. La imagen es la de la sonrisa. Me cuenta que desde hace un tiempo ha decidido que solo atiende a personas sonrientes. Cuando esto no ocurre, les pide que salgan y vuelvan a entrar con esa sonrisa. Luego les cuenta su teoría acerca de la energía, el sonreír y cómo afrontar la cruda realidad que nos acecha -algo a lo que algunos llaman crisis, y que otros percibimos como incertidumbre-.

La mayoría de empresas familiares no llegan a la tercera generación, y ellos están en la segunda. Todos los CEO, directores si lo prefieren, son sustituidos, tarde o temprano. Ante esta premisa, hay que afrontar con energía todos y cada uno de los días que tenemos por delante. Lo peor que nos puede pasar, ya lo sabemos; lo mejor, que en el entretiempo afrontemos con mayor éxito nuestros cometidos.

Dirigir exige mucha energía. Pensar, hablar, decidir, ordenar, todo es consumo de energía. Hay personas activas y personas que lo son menos. Incluso algunas viven de la energía de otros. Los que somos activos sufrimos el síndrome de la absorción, que es aquel que se produce cuando nos rodean personas que pasan a subsistir a costa de nuestra energía, la que desprendemos en el quehacer y que se extrapola al ambiente. Cuando el entorno es favorable, es como rodar a la cabeza de un pelotón ciclista por un llano. En cambio, en situaciones difíciles como las que nos acechan, de incertidumbre y con falta de referentes, consumir energía en tirar de los demás se convierte en una tarea inhumana. Imagínense rodar a la cabeza del pelotón, con viento en contra y subiendo a los lagos de Covadonga. ¿No les duelen las piernas de pensarlo?

A menudo, ese desgaste derivado del roce diario con entornos negativos nos pasa desapercibido. Y, sin embargo, nos pasa factura poniendo peso a nuestros lomos, haciéndonos pesado el cuerpo, generando buena parte del cansancio que luego acumulamos a medida que sumamos días a la semana.

Los expertos atribuyen gran cantidad de beneficios al sonreír. En Smile to see the Forest (2010), Johnson y su equipo explican cómo la sonrisa, como expresión facial, genera emociones positivas que mejoran la atención y el procesamiento de la información, mejorando nuestra capacidad de pensar. ¡Vaya!, poco menos que nuestra sonrisa puede darnos mejoras en el conocimiento del entorno, así como en el uso de la información, por tanto, mejores resultados. Nada descartables son los beneficios sociales. La sonrisa de clemencia a nuestro compañero al que le hemos empapado de café, la sonrisa seductora para conseguir el perdón del vigilante de zona azul. La sonrisa, incluso, tiene, según algunos, efectos monetarios, como demostraron Tidd y Lockard (1978), con la camarera que, sonriente en su trabajo, mejoraba el nivel de pedidos de los clientes, y lo más importante, el monto de propinas. Scharlemann (The Value of a Smile, 2001), concluye que las personas que sonríen generan un mayor efecto de confianza en entornos de negociación. Un sinfín de estudios pues, atribuyen a las personas que sonríen confianza, atractivo, mayor sociabilidad, elementos que nos ayudan a convivir mejor entre nosotros. Y ya que estamos, hagámoslo caluroso, que el frío ya lo traen las cifras, resultados, deuda, desempleo, etcétera.

Afrontar la adversidad con mentalidad positiva es un buen instrumento para estos tiempos. Y cuidado, hablamos del sonreír, expresión facial, no del reírse a carcajadas, que si bien tiene también efectos positivos - les recomiendo una sesión de risoterapia con sus equipos-, sería poco menos que una banalización de la realidad. Les hablo más de un acto simbólico, de una actitud ante la adversidad, una actitud positiva ante los retos de nuestros deberes cotidianos.

En un mundo en el que todo parece negativo, donde cada día es siempre diferente y más duro que ayer, y menos que mañana, si lo afrontamos con una sonrisa, que ya les digo que "infecta" al 50 por ciento de la población (sobre ese efecto recíproco Hinsz y Tomhave 1991), pues resulta más llevadero. Si usted es una persona a la que le cuesta sonreír, déjese llevar por ese espíritu de responsabilidad y altruismo que tiene en su interior, para probarlo durante una semana, aunque sea solo para ser condescendiente por una vez con sus superiores, a los que quizás les cuesta llegar a los viernes y que deben dosificar sus fuerzas para los cometidos importantes. Hágalo por el bien de ellos o por el de la humanidad si son más trascendentales.

Y si usted tiene la suerte de seguir siendo un director, utilice unos días el pragmatismo del protagonista. Intente exigir de sus colaboradores la corresponsabilidad en positivizar, en utilizar la energía para aquello que aporta, y para dejar de alimentar a las esponjas de energía que les acechan. Al final, desarrollar a nuestros equipos, incluso en cuestiones que pueden parecer etéreas como estas, es una de nuestras obligaciones y, en este caso, les aseguro que con réditos a corto plazo.

No lo había pensado, pero probablemente mi CEO favorito lo es porque sonríe a menudo a pesar de tener una realidad diaria que ni les cuento para que no se echen a llorar.

Josep Ginesta.

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