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Tribuna
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Hacia una economía con valores

La actual crisis no es una crisis económica más. Cuando el país más poderoso del mundo ha visto este verano reducirse el rating de sus bonos del Tesoro de la triple A a la doble A. Cuando la crisis de las deudas soberanas no solo atenaza a economías periféricas del capitalismo desarrollado sino que amenaza a economías europeas centrales, pero débiles, con alto riesgo de efectos dominó. Cuando variaciones en precios de ciertos productos agrarios en los mercados internacionales y una sucesión de malas cosechas vuelven, como en tiempos pretéritos, a generar duras hambrunas en los países más pobres del planeta. Cuando por el estancamiento prolongado de las economías del mundo no se logra reactivar el consumo y, con él, el comercio internacional. Cuando los Gobiernos de los países desarrollados aplican políticas económicas para atajar la crisis que no solo no han demostrado ser eficaces, sino que han agravado los desequilibrios y han reducido los niveles de bienestar alcanzados en las pasadas décadas. Cuando los Gobiernos son incapaces de atajar los estructurales problemas de coevolución entre el sistema económico y el medio natural y de erradicar la pobreza y el hambre. Todo ello nos permite afirmar que estamos ante una crisis estructural de profundo calado, solo comparable a la Gran Depresión de los años treinta, con la que guarda temibles semejanzas.

Y como aquella crisis, es necesaria no solo una revisión en profundidad del modelo económico de crecimiento, sino también un cambio en el paradigma dominante del pensamiento económico. La actual crisis requiere un profundo giro, teórico y práctico. Como postulaba el profesor Stiglitz, unos días después de la quiebra de Lehman Brothers, el fundamentalismo de mercado, la mainstream del pensamiento económico actual, basado en la superioridad de los mercados autorregulables, ha demostrado una doble incapacidad en la práctica, por un lado, para resolver los problemas económicos y sociales más importantes de nuestro tiempo y, por otro, para salir de la crisis que el propio modelo ha generado.

En el origen de esta crisis se halla sobre todo una profunda crisis de valores cívicos y económicos que han guiado el modelo de crecimiento. En efecto, un exceso de codicia, un escaso respeto a las prácticas de buen gobierno corporativo y una marcada insensibilidad hacia el medio ambiente y social que nos rodea, así como a las condiciones de vida y de trabajo de la mayor parte de la humanidad, han sido los valores aceptados por las instituciones y los órganos centrales de decisión en las pasadas décadas. Resulta por ello obligada la reivindicación de una economía más equilibrada y con valores sociales y económicos potenciadores del desarrollo humano y de la sostenibilidad. Debe emerger un nuevo paradigma basado en economías más plurales, donde el sector público y los otros modelos de empresas y organizaciones, en especial las cooperativas, las entidades no lucrativas y otras entidades de economía social adquieran roles significativamente más relevantes.

En este contexto, la economía social, un tercer sector de la economía situado entre la economía pública y las empresas privadas tradicionales capitalistas, adquiere un renovado valor teórico y práctico. Se trata de un sector económico que pone énfasis en las personas más que en el capital, en la satisfacción de las necesidades sociales, el interés social y el interés general más que en el lucro, y en el anclaje a los territorios y sus poblaciones más que en la volatilidad geográfica. Un sector que demuestra en la práctica cómo el interés común y los bienes colectivos pueden ser eficazmente gestionados desde el ámbito privado, como revela Elinor Ostrom, la primera mujer premio Nobel de Economía. Todo ello sin caer en tentaciones intervencionistas, no olvidando las fuerzas del libre mercado, ya que no puede ignorarse que en el marco de la actual economía de mercado también se produjo en las últimas décadas, antes del estallido de la actual crisis, la etapa de mayor crecimiento económico, como bien nos recordaban en un artículo en el Financial Times Becker y Murphy al indicar cómo, desde 1998 a 2007, el PIB mundial se incrementó en un 145%.

Es claro que necesitamos de un cambio de valores, como bien señalaba en relación con la crisis en España en el acto de la entrega de los Premios Jaume I Juan Roig, el líder de Mercadona, primera cadena de distribución alimentaria en nuestro país, insistiendo tanto en valores sociales como económicos, al hablar de abandonar la cultura del maná y pasar a la del esfuerzo y trabajo, cuidando de mejorar nuestra productividad, desde la incorporación de conocimiento por la transferencia e innovación, que en nuestra opinión deben ser más valorizadas por universidades y empresas.

Es hora de alianzas y consensos, y sobre todo de aprovechar el talento y las iniciativas innovadoras, sin olvidarnos de las personas y del medio.

Juan Francisco Julià y Rafael Chaves. Rector de la Universidad Politécnica de Valencia y profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia

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