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Columna
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La difícil situación heredada

En nuestro país, cada uno de los Gobiernos de distinto signo político que se han sucedido, cada uno de los titulares que se han relevado en las carteras ministeriales, cada uno de los directores de los diarios de difusión nacional y así sucesivamente, lo primero que hacen, nada más aterrizar en el puesto, es una nueva evaluación a la baja a costa de su predecesor, para dibujar con las tintas más negras los perfiles de la difícil situación heredada. Porque cuanto más se rebaje ese umbral, cuanto más catastrófico sea, mayores serán las oportunidades de presentar en un plazo menor éxitos susceptibles de ser protagonizados por el entrante al cargo. La llegada del presidente del Gobierno Mariano Rajoy y de su equipo ministerial se ha modulado conteniendo las exageraciones que tanto gustan a los sectarios en atención a las circunstancias particulares del caso.

Primero, la asunción de responsabilidades ha tenido efectos de vértigo. El presidente y los ministros han advertido que ya no existen compartimentos estancos, que los ámbitos separados se han fundido en uno solo y que lo que se dice aquí a un público español para denigrar al competidor político o tomarse venganzas largo tiempo acariciadas, se escucha en perfecta sincronía fuera en Bruselas, Berlín, Fráncfort, Londres, Nueva York, Tokio, Pekín, Brasilia o Nueva Delhi.

Que no puede jugarse con las cosas de comer, que predicar la catástrofe española, como ha hecho de modo infatigable en la prensa y los foros internacionales que frecuenta el expresidente José María Aznar, alcalde consorte de la Villa de Madrid, es dispararse al pie, que mostrar debilidades exageradas pasa facturas gravísimas sobre el conjunto de la población.

Segundo, el cambio de perspectiva que supone la mudanza de la oposición al poder, ha permitido confirmar, como tenemos explicado a lo largo de los cursos precedentes, que todo lo que ayuda, daña. Recordemos cómo ayudó a los socialistas de Felipe González aquel lema acogido con entusiasmo de OTAN, de entrada NO y la dificultad que supuso desde el día siguiente al 28 de octubre de 1982. O cómo perjudicaron al Gobierno socialista las denuncias de los populares a propósito del entendimiento del PSOE con los nacionalistas catalanes y vascos, tan reiteradas por Aznar en la oposición, que hubieron de ser olvidadas a toda velocidad al amanecer de aquella vigilia de Génova del 3 de marzo de 1996. Porque del ¡Pujol, enano, habla castellano! fue preciso pasar a la situación inversa, dibujada en los pactos del Majestic y del Landa, de los que catalanes y vascos dijeron que en una semana habían logrado de los populares más que en catorce años de los socialistas. Así que ahora mismo, de los días del cuanto peor para el Gobierno del PSOE mejor para los marianistas, de cuantos más parados registrados más corto el camino a La Moncloa, hemos pasado a que grave sobre las espaldas del nuevo Gobierno popular cualquier dato negativo.

Tercero, la elección del guante blanco para el debate de investidura y para la transferencia de poderes ha cegado el camino de invalidar al Gobierno de Zapatero hasta el punto de que empieza a decirse que Mariano Rajoy, en medio de tantas deserciones de los compañeros del PSOE ha pasado a ser el último de los zapateristas, a tenor de los elogios que le prodigó en el debate de investidura. En cuanto a la transferencia de poderes con la insoportable imagen de las carteras que pasan de unas a otras manos, ha sido un espectáculo en línea con los juegos florales donde los elogios enrojecen a los recipiendarios.

Pero terminado el espectáculo empieza el duelo al sol o al hielo y ahora veremos si la mera sustitución de los titulares del poder resuelve todos los problemas o si la confianza que los populares iban a aportar se averigua insuficiente como algunos se temían. Mientras, el cardenal Rouco vuelve a las andadas en la plaza de Colón. Veremos.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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