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Tribuna
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Huxley, Laffer y el déficit cero

La mal llamada ciencia económica anda relamiéndose sus heridas tras el enésimo, aunque este ha sido sonado, fracaso en el diagnóstico, previsión, y ahora intento de salida, de esta crisis sistémica. Sus más ilustres miembros siguen empeñados en hacernos creer que los postulados de partida, propios del Mundo Feliz de Huxley, siguen vigentes, es decir, los agentes somos racionales, los mercados son perfectos y la información completa, por lo que todas nuestras decisiones como agentes económicos son modelizables y predecibles, y por ello el sistema es perfectamente manejable con las herramientas de política económica que se arengan como ciencia en las universidades de todo el planeta.

Cualquier desviación del equilibrio estable a largo plazo es producto de factores exógenos, fácilmente corregibles con menor regulación, menores cargas impositivas y drástica reducción del peso de la acción pública. Es decir, solo existe una rama económica y esta es la de la economía de oferta. El máximo gurú ha sido, y sigue siendo, Laffer, aquel que en una servilleta diseñó la máxima de cualquier economista que se precie hoy día, es decir, cuanto menor sea la presión fiscal, y por ende la recaudación potencial, mayor nivel de actividad se generará, superando la recaudación fiscal final los recortes normativos iniciales.

Esta mezcla de ilusionismo pseudocientífico y carga ideológica disfrazada se ha topado con una realidad que ha desmontado punto por punto todo el entramado neoclásico. La ausencia de normativas financieras sólidas, la connivencia entre el regulador y el supervisor financiero en muchos casos, la manipulación descarada del consumidor menos informado por parte del sistema financiero y la falta absoluta de transparencia e información en el sistema han llevado a un modelo de acumulación de deuda privada y pública que está a punto de quebrar el propio sistema. Junto a esto, la polarización del mundo en bloques o países productores/financiadores, frente a consumidores y generadores de deuda, sobre las premisas de costes y precios relativos y ventajas comparativas y competitivas, nos ha llevado a un punto sin retorno en el que la clase dominante sigue tratando de explicar lo ocurrido, y por ende proponiendo medidas ad hoc, como una mera crisis cíclica. A esto hay que añadir que en los últimos años la expansión del balance financiero mundial ha supuesto la reducción del balance real, o lo que es lo mismo, la reducción del intercambio de bienes y servicios, frente a la transacción esencialmente de activos financieros.

Donde este análisis cobra especial realismo es en la propia UE-27. Este club está formado por países cuya varianza en dotaciones iniciales en capital físico y humano es enorme, y en el que la política monetaria llevada a cabo por un supuesto banco central independiente ha dañado de forma explícita a algunas economías, beneficiando descaradamente al sistema financiero alemán, el más expuesto a la orgía inmobiliaria americana y en parte europea.

La respuesta unánime a esta crisis sistémica se llama austeridad expansiva, es decir, recortar o hacer desaparecer el conjunto de instrumentos públicos que permiten crecer y equilibrar socialmente lo que los mercados eficientes y completos no pueden lograr. La herejía del endeudamiento y el déficit público como armas cuasi demoníacas han alcanzado ya a todos los dirigentes políticos y económicos del continente, justo cuando al otro lado del Atlántico los iniciáticos en esta doctrina han visto la luz y comienzan a renegar de Laffer y de Huxley. Este virus ha llegado a España y en menos de 48 horas se ha determinado que la estructura económica española, próxima al crecimiento potencial como todo el mundo sabe, puede permitirse prácticamente un déficit cero por ejercicio, incluyendo las inversiones plurianuales, siendo todo esto sufragado por la recaudación corriente en dicho ejercicio. Este diagnóstico lo sancionan pomposamente en una reforma constitucional que obliga, además, como prioridad a pagar la deuda pública, en una economía donde es la deuda privada la que está lastrando al conjunto de agentes privados y que está retroalimentando el incremento del flujo de deuda pública.

En resumen, lo que se está asumiendo es que en una economía con una tasa de actividad y empleo de país emergente, con una pirámide de población invertida que lastrará a medio plazo el sistema público de Seguridad Social, con un sistema de I+D eminentemente público y con unas necesidades de infraestructuras educativas, de agua o de transporte de mercancías ingentes, se pueda alcanzar el equilibrio presupuestario año a año. Todo esto con una capacidad de recaudación fiscal raquítica, a todas luces insuficiente y que debe financiar contemporáneamente todas las necesidades de gasto e inversión reseñadas. En suma, el sistema financiero alemán ha ganado la batalla y la Europa rezagada se prepara para un desmantelamiento de servicios públicos esenciales, mientras limpiamos con esfuerzo sus veleidades inversoras.

Alejandro Inurrieta. Economista y director de Inurrieta Consultoría Integral

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