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Columna
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æpermil;xodo de capital humano

España ha sido siempre un país de grandes flujos migratorios, unos obligados, tras conflictos bélicos, y otros provocados por ausencia de oportunidades laborales y/o formativas. La vieja idea colbertista de que inventen ellos ha calado en la sociedad española que siempre ha tratado al exiliado con desprecio, acusándole de no ser suficientemente patriota, con el apriorismo de que España es suficientemente atractiva como para no abandonarla nunca.

Con la llegada de la crisis, la economía española se ha derrumbado como una baraja de naipes, y ha dejado al descubierto una cantidad de debilidades que deberían sonrojar y preocupar a toda la sociedad española. La preferencia por la liquidez y la riqueza inmobiliaria, inducida y jaleada por las dos grandes formaciones políticas que han gobernado este país desde el inicio de la democracia, ha ido generando una estructura de preferencias y valores tales que la formación, la educación, la remuneración conforme a la verdadera productividad, el emprendimiento y el gusto por la excelencia han sido sustituidos por todoterrenos y segundas y terceras viviendas.

En este contexto, el capital humano en España está infrautilizado, mal remunerado y se le obliga a exiliarse, ante el fracaso de la sociedad española para garantizar tres objetivos básicos: valoración elevada del conocimiento crítico y de la educación excelente, remuneración conforme a la productividad real del trabajador/a, y entorno de trabajo saludable y acorde a los conceptos de sostenibilidad y conciliación de la vida personal.

Comenzaré por el primer elemento. La sociedad española no valora la educación excelente, o por ser más exacto, el concepto de educación y formación se asemeja al de mera instrucción, negando la capacidad que tiene la educación, en un sentido amplio, de generar ciudadanos maduros y socialmente responsables. La señal que esto es así se puede observar, por un lado, en que el nivel de gasto educativo por familia, descontando el gasto obligatorio, es inferior al gasto en tabaco, bebidas alcohólicas o servicios de juegos aleatorios. En 2009, el gasto medio por familia en educación fue un 10% inferior a las partidas anteriormente citadas. Más importante es constatar que el tipo de personas que se buscan son siempre acríticas y se ensalza la igualdad, siempre por abajo. Esto incide muy mucho en el grado de inmadurez que atesora una parte importante de la sociedad que se ve incapaz de tomar decisiones por sí mismos, causando serios problemas a las empresas para las que trabajan y también a los hogares, siendo esta carencia una de las variables que inciden en nuestra baja productividad. Existen algunos estudios, yo tengo uno hecho, sobre el impacto que tiene la inmadurez en el conocimiento y en la toma de decisiones en la economía española. Los resultados son demoledores. Aproximadamente el 1,5%-2,0% del PIB se pierde por esta falta de formación para la toma de decisiones y la madurez emocional y afectiva.

El segundo punto relevante es la remuneración del capital humano. Si uno coge la ecuación clásica que relaciona el coste marginal con productividad marginal, deberíamos garantizar que el ingreso percibido coincida con la aportación individual a la productividad global de la empresa o del sector. Si uno percibe una cantidad inferior, la empresa se apropia del margen adicional y si, por el contrario, uno recibe una cantidad superior, es el trabajador el que se apropia el excedente. Con esta premisa, la realidad en España es que el coste marginal siempre es inferior a la productividad marginal, lo que ha llevado a una ganancia de peso en la renta nacional de las rentas empresariales. Esta razón es otra variable que pesa a la hora de decidir exiliarse, puesto que un mismo trabajador con una cualificación elevada cobra casi un 30% más en países como Alemania o Francia, lo que hace dudar de cómo España valora el talento. ¿Cómo es posible que a igual función y formación se cobre en España un 30% menos que en Reino Unido o Alemania?

Por último, el entorno laboral también explica el éxodo laboral. La ausencia de políticas de conciliación, promoción laboral, sostenibilidad energética o transparencia son elementos que también explican la salida, y el no retorno, de buena parte de nuestros mejores trabajadores/as.

En conclusión, la salida de capital cualificado y no cualificado supone un fracaso como país, ya que las razones no son resultado de un ajuste entre oferta y demanda o una movilidad geográfica elegida y decidida. Estamos ante una desbandada de nuestros mejores cerebros, por la incapacidad de valorar, remunerar y crear entorno de trabajos compatibles con el mantenimiento del capital humano formado aquí, y que es mucho mejor valorado fuera de nuestras fronteras. Colbert no ha muerto.

Alejandro Inurrieta. Economista y colaborador de la Fundación Ideas

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