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La opinión del experto
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

De la noche de los cristales rotos al 29-S

Javier Fernández Aguado compara la trágica madrugada del 10 de noviembre en Berlín, en la que los nazis atacaron miles de comercios, con el papel que juegan en la actualidad los sindicatos

El 12 de noviembre de 1938 se celebró en Berlín una reunión en la que, entre otros, se encontraban Goering, Heydrich (conocidos dirigentes nazis) y Hilgard, un experto en seguros. El motivo era el siguiente: pocos días antes, en la noche del 9 al 10 de noviembre, miles de fanatizados nacionalsocialistas, siguiendo las indicaciones de Goebbels, habían quemado 101 sinagogas, demolido otras 46 y destrozado más de 7.500 comercios. La excusa había sido el atentado perpetrado por Herschel Grynszpan (un judío de origen polaco que acababa de recibir información sobre los sufrimientos de sus padres, deportados a la tierra de nadie entre Alemania y Polonia) contra Ernst Eduard vom Rath, secretario de la Embajada alemana en París.

La excusa la habían aprovechado al vuelo los nacionalistas germanos para dar rienda suelta a sus más bajos instintos antisemitas. El problema había surgido cuando se dieron cuenta de que muchos de los locales estaban en realidad alquilados y eran propietarios arios quienes deberían responder de los daños causados. Un caso especial era la joyería Markgraf, que había sido totalmente saqueada por los piquetes informativos de las SS. El seguro ascendía a casi dos millones de marcos.

Hildgard, el experto convocado, lo expuso muy claramente: "Si nos negamos a cumplir con las obligaciones claramente definidas que nos imponen los contratos legales, sería una mancha negra sobre el escudo del honor de las aseguradoras alemanas". Tras opiniones diversas, Heydrich aportó la siguiente brillante idea: "Podemos garantizar el pago del seguro, pero confiscarlo en cuanto haya que pagarlo. Así guardamos las apariencias".

Goering aportó un astuto matiz: "Habrá que pagar en cualquier caso porque son alemanes quienes han sufrido los daños. Pero habrá una orden legal que prohíba cualquier pago directo a judíos…, sino que deberá hacerse al ministro de Finanzas". Y añadió: "Lo que haga con el dinero es asunto suyo…". Salvadas las notables distancias entre los sucesos de la noche de los cristales rotos y la huelga general a la que se ha visto sometida España, son muchos los elementos comunes a ambas situaciones.

El primero de ellos, que se elige una excusa (en el segundo caso una imprescindible reforma laboral) y también chivo expiatorio que nada tiene que ver con la cuestión. En el primer caso, el pueblo judío. En el segundo, los millones de trabajadores que deseando sacar adelante a sus familias sólo reclaman el derecho a poder hacerlo. En segundo lugar, el empleo de la fuerza es el modo en que se logran los objetivos. Como mil veces se ha dicho, cuando a una persona o colectivo no le asiste la fuerza de la razón acude en cuanto puede a la razón de la fuerza. En tercero, que quienes sufren son los más débiles. En un caso, los comerciantes. En el otro, los conductores, torneros, repartidores, que viven del esfuerzo de su día a día. En cuarto, que quienes organizan los desastres viven en sus castillos, alejados de los sufrimientos reales de la gente a la que dicen defender. ¿Cómo un sindicalista, supuesto protector del pobre trabajador, encuentra justificación para sus desproporcionados despachos, sus coches de alta gama con chófer, sus gastos de representación fuera de sentido común? Demasiados se han construido un Carinhall a lo Goering mientras actúan como vocingleros defensores del oprimido.

En quinto, la obsolescencia de sus propuestas. Es necesario el orden, pero no impuesto arbitrariamente contra un colectivo indefenso y mediante el uso de violencia brutal. Es preciso defender al trabajador, pero a su favor, no en su contra. ¿O es que no son capaces de razonar en las pérdidas que una huelga salvaje como la recién celebrada ha supuesto para una economía herida como la española? En Alemania, pocos años después de los hechos aquí someramente apuntados, aquellos siniestros personajes fueron conducidos al baúl de los lamentables recuerdos. En España, es preciso repensar el sindicalismo. Nada justifica la existencia de gigantescas y carísimas estructuras, que deberían ser de apoyo y equilibrio para las rudas tensiones que genera el capitalismo, y que se han convertido, en ocasiones, en maquinarias de coacción. En la Alemania nazi se diseñó un sistema para, en un primer plumazo, arrancar a los judíos austriacos 14.000 de los 17.000 establecimientos que éstos poseían. Ante semejante idea, el comentario de Goering fue el siguiente: "Debo decir que la propuesta es grandiosa. De esta forma, todo el asunto terminará en Viena, una de las capitales judías, por así decirlo, hacia Navidades o fin de año".

Los sindicalistas españoles, con sublimes excepciones que conozco y que sé que firmarían estas líneas, deberían considerar que su función no es poner palos en las ruedas de una renqueante economía, sino recuperar lo antes posible el sentido para el que nacieron. ¡Qué lamentable que los piquetes informativos sean tan parecidos a aquellos violentos mequetrefes de la esvástica! Salvadas las distancias, insisto, los parecidos son excesivos. A la vez, es justo señalar que el sindicalismo es imprescindible, pero no el radicalismo del siglo XIX del que algunos hacen lamentable ostentación.

Javier Fernández Aguado. Socio director de MindValue

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