_
_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Tiempo perdido

Parafraseando una conocida afirmación sobre la naturaleza, los actos en economía no tienen premio ni castigo, sólo consecuencias. Es lo ocurre con las cajas de ahorros en España, la mitad de su sistema bancario como ha venido repitiendo la CECA, inmersas en un proceso de reestructuración resultado de sus decisiones pasadas. El diagnóstico de las dificultades es conocido en su nivel agregado. Hay un abanico de desafíos que, aun en distinto grado, afectan a todas las entidades (y también a bancos y cooperativas de crédito). Van desde la valoración real de los activos a un aumento de su capitalización, pasando por la gestión de la mora, el cambio de modelo de negocio o la mejora de su reputación.

Una de las consecuencias más visibles de sus decisiones pasadas, en este caso por omisión, son las fusiones en curso tras notables retrasos y no pocas resistencias. Son la secuela de la enorme heterogeneidad oculta -también de los riesgos asumidos- tras la reivindicación de representar la mitad del sistema bancario. Porque en esa mitad, sólo una de las 47 entidades era, y es, un quinto de los activos totales del sector, tres un tercio de los mismos y seis la mitad.

Por tanto, al menos desde el anuncio del marco de lo que ha sido Basilea II, la mayoría de las demás eran lo que Joseph Schumpeter calificó "una nube de ineficientes pigmeos" al referirse, poco antes de 1929, a los minúsculos bancos estadounidenses. Nada, sin embargo, se ha hecho hasta que no ha habido más remedio. Y nada no imprescindible parece que se vaya a hacer. Fuera quedan las ambiciones de que el sector cuente a medio plazo con media docena de entidades potentes con visibilidad en el mapa financiero europeo.

Si a la hora de la consolidación, las cajas que no han tenido otro remedio intentan recuperar el tiempo perdido, no es seguro que esté sucediendo lo mismo en otras dimensiones de los desafíos existentes. En ellos no resulta fácil discernir en ocasiones dónde acaba la prudencia y dónde empiezan los intereses particulares. Todos son objeto de atención cotidiana, pero hay dos prioritarios: la recapitalización y la mejora de la reputación. Ambas, por más que contengan aspectos técnicos, entran de lleno en esa complejidad de "la economía política de la reestructuración bancaria en España" según expresión de Carbó y Maudos.

La articulación de un instrumento de recapitalización de las entidades, cuyo nombre es irrelevante, no admite más dilación. Se ha retrasado en exceso a pesar de que el ratio core capital sobre activos ha rozado porcentajes insostenibles en un marco de inestabilidad en el cual, como sabemos los economistas dedicados a la historia, cabe muy bien el riesgo sistémico. El retraso es debido, sin duda, a la permisividad del supervisor con otro instrumentos, pero sobre todo a la resistencia de los insiders a concederles derechos políticos, a pesar de que puedan ser limitados, cuando los tienen organizaciones irrelevantes y asociaciones de usuarios y clientes creadas ad hoc, muchas de ellas parásitas del presupuesto de la entidad.

Lo cual remite al reto principal de las cajas de ahorros en España: despolitizarlas, eliminando al mismo tiempo la profesión de consejero de caja de ahorros de elevado coste en términos de independencia de criterio, sin acabar con ellas como muchos pretenden aunque no lo expliciten. De la reivindicación de Hernández Moltó en 1999 de la CCM como "brazo financiero" de la política de José Bono al reciente espectáculo en Caja Madrid hay una continuidad de distorsiones de las normas con su correlato en la no siempre prudente gestión del riesgo y el desdén por los informes de buen gobierno.

Ante tamaños retos sólo cabe recordar que lo que distingue a los hombres de Estado del resto de los políticos es el hacer posible mañana lo que parece imposible hoy. Del desenlace que tengan estos desafíos podremos deducir ante qué tipo estamos. En cualquier caso, cuentan con un tiempo muy limitado porque es mucho el ya desperdiciado.

Jordi Palafox. Catedrático de la Universidad de Valencia y vocal del consejo de administración de Bancaja entre 1998 y 2006

Newsletters

Inscríbete para recibir la información económica exclusiva y las noticias financieras más relevantes para ti
¡Apúntate!

Más información

Archivado En

_
_