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Opinión
Tribuna
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El valor de las traducciones

Tras algo más de ocho meses en el cargo, la actual secretaria de Estado de EE UU, Hillary Clinton, ya ha sufrido en dos ocasiones las consecuencias de una mala traducción. La primera fue el pasado marzo. La señora Clinton quiso simbolizar la toma de contacto con su homólogo ruso con un regalo: un botón rojo que ambos mandatarios pulsaron a la vez representando así el "reinicio" de las relaciones. En el botón se leía la palabra reset en inglés y su equivalente en ruso. ¿El problema? Que la palabra reset se tradujo mal al ruso y en lugar de "reiniciar" decía "sobrecargar". El bochorno de la secretaria de Estado fue mayúsculo (y las descargas en Youtube del vídeo en cuestión se cuentan por decenas de miles). Pero es que hace tan sólo un par de semanas, la señora Clinton perdía los nervios en una conferencia ante la pregunta de un estudiante sobre un asunto financiero, mal traducida por un intérprete. De nuevo, un problema de traducción y, de nuevo, la noticia daba la vuelta al mundo.

Sirva el ejemplo de antes para ilustrar que los traductores, esos profesionales discretos cuyo principal cometido es el de hacer su trabajo pasando desapercibidos -se dice que una buena traducción es aquella que "no suena a traducción"-, son un engranaje fundamental de cualquier mecanismo internacional en el que podamos pensar: relaciones diplomáticas entre países, relaciones empresariales entre compañías, relaciones comerciales entre cliente y vendedor, etc. Pero por desgracia sólo se habla de ellos cuando se producen fiascos como los anteriores.

Por suerte, el trabajo del traductor se ha profesionalizado mucho en los últimos años. Los traductores profesionales y las empresas de traducción se han agrupado en asociaciones que cada vez tienen más peso y más fuerza dentro de la profesión. Asimismo, la formación universitaria se ha generalizado a través de una licenciatura específica para formar traductores -licenciatura en traducción e interpretación-, y comienza a surgir algo muy necesitado y demandado desde hace años por el mercado: la formación en especialidades como la traducción financiera.

Es evidente que la actual crisis ha puesto de manifiesto el enorme interés y la gran necesidad que existe a todos los niveles por mejorar el conocimiento sobre la economía y las finanzas. Tanto la OCDE y la Comisión Europea a nivel internacional, como la CNMV y el Banco de España a nivel nacional, entre otros organismos, han lanzado planes en el ámbito de la educación financiera para "contribuir a la mejora de la cultura financiera de los ciudadanos, dotándoles de herramientas, habilidades y conocimientos para adoptar sus decisiones financieras informadas y apropiadas" (Plan de Educación Financiera 2008-2012, documento conjunto del Banco de España y la CNMV).

¿Tan grave es el desconocimiento generalizado de la economía y las finanzas?, se preguntarán. Un informe reciente de la consultora KPMG, denominado Beyond the credit crisis, indica que uno de cada tres ahorradores que invirtió en los complejos productos financieros que han contribuido a agravar esta crisis no tenía los conocimientos oportunos al respecto, y que una de cada cinco gestoras de fondos que invirtieron en dichos instrumentos no contaba con especialistas que tuvieran experiencia relevante para acometer dichas inversiones. Parece claro que los problemas de comunicación no los tiene sólo Hillary Clinton.

En España quizá uno de los mejores ejemplos recientes de la necesidad de dominar la información económica para poder transmitirla con claridad y precisión sea Leopoldo Abadía, conocido por sus apariciones en televisión y por su libro La crisis ninja. En dicho libro, el señor Abadía afirma lo siguiente: "Creo que esta crisis es también una crisis de comunicación …, por eso pienso que es importantísimo hablar claro. Y para hablar claro hay que entender lo que se dice". Y en mi opinión, esta afirmación del señor Abadía se hace todavía más evidente en el caso de los traductores que, no sólo han de hablar claro, sino que además han de conocer la terminología correcta no en uno, sino en dos (o más) idiomas.

Sirva como ejemplo el término "valor razonable", uno de esos términos estrella del nuevo Plan General Contable y la normativa contable internacional, y si no conoces este término y su traducción específica por ejemplo al inglés, se puede protagonizar uno de esos memorables fiascos de traducción que tanto le gustan a la señora Clinton.

En definitiva, y termino ya con la familia Clinton, parece que la frase que puso de moda en 1992 un joven aspirante a presidente -quien de hecho estuvo hace poco en España invitado por la citada Universidad Europea de Madrid- sigue tan vigente como entonces. It's the economy, stupid!, le decía Bill Clinton a George W. Bush durante la campaña a la presidencia para hacerle ver la importancia de la economía en la sociedad. Pues eso.

Javier Gil González. Director del I Máster en Traducción Económica-Financiera de la Universidad Europea de Madrid

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