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Columna
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Los bicentenarios y España

En los próximos 15 años se conmemoran los 200 años de la existencia de la mayoría de repúblicas latinoamericanas. Lo que debiera ser una ocasión idónea de repaso de la experiencia de dos siglos de independencia puede convertirse, según el autor, en una excusa para achacar al legado colonial los fracasos propios

Entre 2010 y 2025 se deberán conmemorar los 200 años de existencia de la mayoría las repúblicas latinoamericanas. Lo que debiera ser una ocasión idónea de repaso de la experiencia de dos siglos de independencia, sin embargo, se puede convertir en una exhumación de los cadáveres de chivos expiatorios con los que hallar excusas para interpretar los fracasos propios como causados por los enemigos externos. Si la experiencia de la conmemoración del Quinto Centenario en 1992 sirve de algo, lo que se viene encima ya debe hacer temblar a las autoridades en España y muchos países en América Latina.

Los académicos quisieran encarar la tarea de los próximos 15 años con rigurosidad y como una ocasión única para efectuar un diagnóstico actualizado del lugar que el conjunto iberoamericano (incluidas España y Portugal) disfruta en el mundo. Temen con razón que la primera víctima sea el proyecto de las cumbres iberoamericanas, al vaivén de la coyuntura del momento, dependiente antes de las veleidades de Castro y ahora de Chávez. Anhelan ofrecer lecciones para aplicarse en el próximo siglo. Eso es lo que ha intentado el historiador Carlos Malamud, argentino afincado en España, en un impecable estudio publicado por el Real Instituto Elcano.

Pero al mismo tiempo los expertos y políticos contemplan con extrema incomodidad un panorama presidido por la preocupante crisis económica mundial y una notable confusión ideológica que está convirtiendo a Latinoamérica y el Caribe en un rompecabezas cambiante. Por un lado, los neopopulismos en la estela de Chávez compiten por acaparar el terreno antes reservado a los Gobiernos de izquierda moderada que tan útiles fueron en ciertos ciclos de la Guerra Fría. Por otro, los mandatarios conservadores han quedado en minoría, sin que una decidida alianza con Estados Unidos bajo George W. Bush les revierta beneficios políticos y pocos económicos, más allá de la inercia de las inversiones tradicionales y la ayuda de perfil militar. Finalmente, la elección entre la estabilidad que evite males mayores y la incierta apertura hacia la democracia en Cuba se puede decantar por la continuidad del régimen a la manera china o vietnamita.

Con el regreso de Rusia a Cuba y la inserción de China en toda América Latina, el escenario es todavía más complicado para Washington, incapaz de rellenar el vacío de un ciclo de negligencia hacia el Sur, que un tratamiento de urgencia del nuevo presidente Barack Obama no logrará mejorar. Tiene mayores problemas en la agenda. El peligro es que América Latina pague de nuevo los platos rotos y se vea inmensa en una espiral generada por el desastre populista, tentaciones por los modelos de La Habana y Caracas, mayor grado de pobreza y desigualdad, opción acrecentada por la informalidad y la criminalidad, y la (improbable, pero no imposible) solución militarista.

Agotada la excusa del imperialismo norteamericano, la meditación del bicentenario se puede convertir en la resurrección y la invención de un viejo y nuevo enemigo: la colonia española, sus secuelas y la pretendida supervivencia de su legado. Con ese trasfondo se ha producido el surgimiento en España en el último cuarto de siglo ('de oro', dicen los análisis) de un Estado moderno, de una economía (hasta la crisis actual, entre la decena de mayores del mundo) en pleno crecimiento y una sociedad cuyos índices de calidad de vida colocan a los españoles en el top 20. Las inversiones españolas en América Latina y sus colisiones con los Gobiernos populistas ha contribuido al trueque del americano feo en el español arrogante.

Resulta insólito. Antes la imagen del español era la del emigrante pobre, el refugiado político y las monjitas y sacerdotes que se dedicaban a la enseñanza y la beneficencia. Ahora aterrizan controlando los servicios de teléfonos móviles, son gerentes de petroleras y banqueros agresivos. Antes se culpaba del atraso de las sociedades latinoamericanas al imperialismo de Estados Unidos. Ahora, en un ejercicio de hipócrita surrealismo sociológico, se atañe la carencia de cohesión nacional y solidez de la sociedad al legado colonial, físicamente desaparecido hace 200 años. Si el antiimperialismo tradicional era sesgado, el neoantiimperialismo actual hacia España es patético.

Son otros temas a la disposición de la meditación con ocasión de los bicentenarios. Se teme, sin embargo, que se acuda a Pizarro y a Cortés, cuando no a Torquemada. Y siempre se puede contar con la confluencia con el antihispanismo angloamericano generado por la leyenda negra, tan conmovedor como ingenuo. ¿Qué hay de nuevo?

Joaquín Roy. Catedrático Jean Monnet y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami

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